Vivir como uno quiere

Es cuando menos curioso, que una de las frases más conocidas de la actriz Tallulah Bankhead sea: “¿Qué la cocaína produce adicción? ¡No es cierto! Yo llevo tomándola muchos años”. Había sido famosa en los años treinta, tanto en el cine como en el teatro, viviendo en la provocación permanente. Su padre era congresista, igual que su tío y sus abuelos, así que venía de una familia “respetable”, incluso protagonizó Náufragos, una de las películas más conocidas de Alfred Hithcock. Al hablar sobre su familia dijo un día: “Mi padre me advirtió sobre los peligros de los hombres y el alcohol, pero no me dijo nada de las mujeres y la cocaína”. Fueron declaraciones absolutamente escandalosas para su época, aunque estaban sacando a la luz el deseo de muchos: traspasar todos los límites y no tener que dar cuentas a nadie ¡Vivir como uno quiere! 

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Es cierto, a menudo queremos conseguir lo que queremos, como si la satisfacción de todos nuestros deseos fuera el camino correcto para complacer nuestra alma también ¡Y no es así! Nuestro corazón sólo encuentra su lugar en la eternidad, en lo que no se puede comprar ni medir. Nuestra alma se llena de vida cuando conoce la libertad, la paz, el contentamiento, el amor, la dulzura de la amistad, el descanso, el irresistible aleteo de la imaginación, el cariño ¡Todo lo que tiene que ver con la vida espiritual!

Esa es la razón por la que muchos no encuentran sentido en su vida: nuestro llamado primer mundo está instalado en la cultura del querer demostrar quienes somos, buscando antes que ninguna otra cosa la aprobación de los demás. Hemos llegado a creer que no podemos ser felices si no somos admirados, con lo que no nos preocupa si esa adorada aprobación nos lleva a hacer cosas que no habríamos hecho de manera alguna. ¡Sólo nos importa ser aceptados! Con el tiempo, las posesiones, las sustancias, el dinero, la búsqueda del poder, las actividades, etc., se convierten en lo más importante para nosotros llegando a “perseguir” en la vida sólo aquello que nos frustra cada día más. El problema es que todo eso simplemente dura unos pocos minutos, los suficientes como para intentar hacer ver a los demás que nos sentimos muy bien, mientras seguimos engañándonos, porque ¡nadie es feliz destruyéndose a sí mismo! 

Por si fuera poco, en los últimos años hemos desarrollado un espíritu competitivo que nos arrastra por completo y destruye nuestra paz interior: tenemos que competir con todo y contra todos, ¡desde que somos niños! Sólo los vencedores sobreviven y sólo los triunfadores pueden alcanzar la gloria. Hemos quedado atrapados en el evolucionismo social más cruel, en el que parece que sólo los que llegan a la cima tienen el derecho a vivir.

Lo único que puede llenar nuestra vida es lo eterno, aquello que tiene que ver con un corazón “lleno” de Dios ¡Ese debería ser nuestro deseo! “Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio! ¡dame un espíritu nuevo y fiel!” (Salmo 51:10).

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[title]Por un año más[/title]

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