Es importante dejar de decir sí, cuando lo que sale del corazón delante de Dios es decir “no, basta, hasta aquí”.
Me preguntaban en una entrevista ya publicada cómo veo la situación actual de la mujer en las iglesias, denominaciones y entidades evangélicas. Y me comprometía a responder con sinceridad, lo que requiere una respuesta amplia, a la que corresponde este artículo.
Primero he de aclarar que no soy una erudita en este tema ni tan conocedora de iglesias, denominaciones y entidades como para tener una opinión fundada y general.
Por tanto, contesto en función de lo poco que conozco, pero conozco mucho.
Sé que me produce mucha tristeza haber visto en mi pasado y seguir viendo hoy a mujeres con unos dones espirituales tremendos para el ministerio de la Palabra, para el pastoreo o para ser líderes, que se dicen a sí mismas en sus iglesias “aquí no” y claro, lógicamente son grandes profesionales de lo suyo en el ámbito público y en puestos de decisión.
A veces creo que ni son conscientes de que se autolimitan, porque está tan en el ADN de la cultura de algunas iglesias, que plantearse otra cosa, significa primero pasar el dolor de darte cuenta, y después, o cambiarse de iglesia o convertirse en reformadora interna y esto no es para todas. No solemos querer gastar nuestros años guerreando intelectualmente haciendo esgrima bíblica defendiendo unas y otras interpretaciones. Por tanto, muchas optan por volverse medio invisibles, desistir, se acostumbran y deciden tener un perfil bajo en su comunidad, o van disminuyendo su compromiso eclesial o desarrollan sus dones en otros ámbitos.
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Personalmente he ido viviendo varias y sucesivas crisis que finalmente me han llevado a ser honesta conmigo misma, dejar de mirar para otro lado, escuchar mi conciencia, escuchar a otras personas con otras ideas optando finalmente por movilizarme, a riesgo de ser mal entendida, criticada e incluso juzgada. Pero no es eso lo que ahora me importa.
Ahora mismo solo quiero servir en una Comunidad Cristiana como un ser humano más sin automutilarme y gracias a Dios hay comunidades en las que sí se puede, porque, aunque muy lentamente, vamos cambiando.
Soy miembro de una Comunidad Cristiana, en la que la mujer es una hija de Dios sin más ni menos, con los dones, servicio, ministerio que le ha sido dado y reconocido exactamente igual que un hombre, para servir en el púlpito o poniendo las mesas, con los niños o con los mayores, en el silencio o en la palabra, en el consejo o en el banco...
En cuanto a qué se puede hacer para que la mujer se integre con todo su potencial personal, intelectual y espiritual en la labor del Reino de Dios creo que necesitamos referentes, mujeres pastoras, mujeres líderes, mujeres en los órganos de decisión en las iglesias, mujeres visibles, mujeres con voz. Lo que se visibiliza, se vuelve posible, alcanzacable y deseable.
Necesitamos formarnos con seriedad y que haya muchas más mujeres estudiando Teología, en Seminarios o Institutos Bíblicos. Algunas mujeres nos hemos ido desinflando poco a poco porque como ese espacio “era inalcanzable”, estudiar Teología no era ni considerado para para nuestro camino, dejándolo en manos de otros y colaborando sin querer en que todo se perpetúe.
Necesitamos especialmente las mujeres, pero también los hombres, despojarnos de todas las creencias limitantes que hemos mamado, con las que hemos crecido y que sin darnos cuenta nos han programado en una dirección clara de mujeres en la sombra, invisibles, en relativo silencio y si estás casada: “al lado de”.
Necesitamos asumir que el que la mujer se integre con todo su potencial en la labor del Reino de Dios, no sea solo una película de las mujeres. Es de todos y todas. Es cuestión de hacer equipo y luchar para que todos los miembros del equipo sean iguales. Pero curiosamente, como en muchos otros temas de mujeres en esta sociedad, no parece que importe. Ni siquiera es un tema de debate en muchas iglesias.
Dejar de conformarnos y movernos. No quedarnos pasivas ni pasivos esperando a que “algo pase en algún momento”. El tiempo ni lo cura, ni lo soluciona todo. Tenemos la enorme bendición en las iglesias evangélicas de que “hay gran diversidad y variedad” y podemos movernos, cambiar, renunciar a la comodidad de lo conocido y los conocidos, por asumir el riesgo de ser nosotros mismos y nosotras mismas en plenitud.
Es importante dejar de decir sí, cuando lo que sale del corazón delante de Dios es decir “no, basta, hasta aquí”. Si no podemos cambiar las cosas desde dentro de algunas iglesias, porque no queremos asumir el desgaste de la reforma interna, o ni siquiera hay posibilidad de diálogo real, hay que tener en cuenta que existen Comunidades donde estar e integrarse en las que sencillamente eres una persona con toda tu potencialidad al servicio de cualquier ministerio.
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No negarnos a nosotras mismas, no anularnos, no hacernos pequeñitas, no encogernos, no decir sí cuando hay que decir no, no dar pasos atrás, no resignarnos, no escondernos detrás de nuestros maridos (para las casadas), dejar de temer nuestra propia voz, perder el miedo a ser juzgadas, rechazadas y servir a Dios con nuestros dones sin miedo.
Y si hay ánimo de “lucha” y ganas de diálogo honesto por parte de todos y posibilidades reales de cambio, pues también es posible quedarse ahí donde una está y currárselo porque las iglesias como organismos vivos que son, evolucionan, cambian y se pueden renovar en su forma de entender la práctica de los dones y de los ministerios.
Pienso en la gente que no es cristiana que esté leyendo estas líneas e imagino que el sentimiento de estupor es amplio. Lo comparto.
Pero también siento la esperanza real y la posibilidad de hacer las cosas de otra forma para seguir buscando el camino que nos lleve a ser y crear comunidades donde todos y todas tengan espacio, todas y todos tengan cabida y sientan que están realmente en su casa: un lugar que acoge, que abre las puertas, que ama y que impulsa a crecer a todos y a todas, para poder vivir juntos los valores del Reino en medio de esta sociedad que tanto nos necesita.
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