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David Livingstone y el futuro del evangelio

El exponencial crecimiento del evangelio en África en nuestros días se debe, asimismo, a la labor pionera de personas como David Livingstone.

ATISBOS TEOLóGICOS AUTOR 765/Jose_Moreno_Berrocal 02 DE JUNIO DE 2023 16:26 h
David Livingstone, misionero y explorador británico. /Wikipedia

Se acaban de cumplir 150 años de la muerte de David Livingstone. Nacido en Escocia un 19 de marzo de 1813 en la localidad de Blantyre, Livingstone es principalmente conocido por sus fenomenales hallazgos geográficos en pleno corazón del África  austral. Se internó tanto en el interior del continente que, en una ocasión se le perdió el rastro durante mucho tiempo. En ese sentido, fue legendaria la búsqueda que de su paradero llevó a cabo el periodista norteamericano Henry Morton Stanley cuando se llegó a considerar que había muerto, en algún remoto paraje africano. Stanley, enviado por el The New York Times, lo encontró, finalmente, en la orilla del lago Tanganika, en 1871.



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Livingstone es igualmente reconocido por su denodada lucha contra el comercio de esclavos que persistía en el África austral. Nuestro excelente escritor, Javier Reverte, en su magnífica obra de 2010 El Sueño de África, retrata con todo tipo de escalofriantes detalles lo que era aquella terrible esclavitud.  Livingstone, conocido como 'el blanco que no hacía esclavos' emprendió una denodada lucha contra ese nefando tráfico. En la estela de Wilberforce, sus esfuerzos dieron fruto, justamente un año antes de su muerte, cuando el 9 de junio de 1872, por la presión británica, el sultán de Zanzíbar clausuró el mercado de esclavos que conectaba el Índico con el Atlántico en una incalificable ruta manchada de sangre.



Lo que no tantos saben es que David Livingstone fue un misionero evangélico que albergó en su corazón esta pasión: la de llevar las buenas nuevas de salvación en Cristo a aquellos lugares de África en los que el Señor no era conocido. Esta frase suya retrata perfectamente su entusiasmo evangelizador: “No le daré valor a nada que tenga o pueda poseer, excepto en relación con el reino de Cristo”. De hecho, sus hazañas geográficas tenían como fin último abrir rutas para la proclamación del evangelio en aquellos recónditos lugares. El trazado de los mapas y la identificación de tantos y tantos lugares del África austral eran un requisito previo a toda posible evangelización. No que en África no se hubiera predicado antes el evangelio: en sus primeros momentos el cristianismo se propaga no solo en Asia sino también por Europa y África, en concreto, por las orillas del Mediterráneo por las que se extendía el Imperio romano, llegando incluso en aquellos primeros momentos hasta lugares como Sudán y Etiopía. La obra de Livingstone es, pues, en lo que conocemos como África austral.



Livingstone había crecido en un hogar cristiano aunque no fue hasta los veinte que puso su confianza en Cristo como su Señor y Salvador. Casi inmediatamente sintió que Dios le llamaba a ser misionero, a llevar la Palabra de Dios a aquellos que no la habían oído antes. Para ello, decidió realizar estudios médicos en Glasgow.  Al completarlos pensó que Dios le llamaba a China. Pero un encuentro providencial con Robert Moffat, otro misionero escocés en África, concretamente en Sudáfrica, y que tradujo la Biblia a la lengua de los bechuanos, cambió completamente el rumbo de su vida. De hecho, Livingstone acabó casándose con una de las hijas de Moffat, llamada Mary.



Desde 1841, la fecha de su primera llegada a África, hasta su muerte el 1 de mayo de 1873, Livingstone pasó la mayor parte de su vida allí como explorador y misionero. Sus labores le llevaron hasta lo que hoy es Malawi, Zambia Mozambique, Botsuana, Lesoto, Mozambique, Tanzania, y Zimbabue. Fue, aparentemente, el primer hombre blanco en atravesar África austral de oeste a este, del Atlántico, al Índico, de Luanda a Quelimane, en un viaje de casi dos años desde septiembre de 1854 a mayo de 1856.. Entre otros muchos hallazgos, dio a conocer el río Zambeze y las cataratas Victoria entre Zambia y Zimbabue. Como miembro de la Royal Geographical Society buscó las fuentes del Nilo. Fue atacado por un león, sufrió todo tipo de enfermedades, padeció la persecución de los esclavistas, y la incomprensión de algunos jefes tribales locales, e incluso, la oposición de algunos de sus propios compatriotas.



Livingstone fue encontrado muerto de rodillas un 4 de mayo de 1873 en un pequeño poblado cerca del lago Bangweulu, en Zambia. Su cuerpo, conservado en sal, fue llevado hasta Inglaterra donde reposa en la abadía de Westminster. Pero su corazón fue enterrado en África, debajo de un árbol. Es significativo que la figura de Livingstone es los lugares de África en los que dejó una huella más señalada siga todavía hoy recibiendo un merecido reconocimiento. Las ciudades de Livingstone en Zambia, y Blantyre y Livingstonia en Malawi, testifican de su perdurable aprecio y legado.



La vida de Livingstone tiene importantes lecciones para nosotros hoy. Esta serían muchas pero quisiera referirme a la que considero más crucial hoy en día: la que tiene que ver con el futuro del evangelio. De entrada, debemos apreciar que David Livingstone contemplaba la obra de Dios a largo plazo. En nuestra sociedad actual, caracterizada por las prisas y los deseos de resultados inmediatos, y que contagia tantas veces a la misma iglesia, Livingstone trabajaba para un futuro que no vería: la prodigiosa extensión del evangelio en el corazón de África. Hoy, en pleno siglo XXI vemos que su visión era la correcta. Su obra era la de sentar las bases para el futuro.



El exponencial crecimiento del evangelio en África en nuestros días se debe, asimismo, a la labor pionera de personas como David Livingstone. De hecho, lo anticipó. Estas son sus palabras: “los misioneros en medio de las masas de paganismo pueden parecer voces clamando en el desierto, reformadores antes de la Reforma; los futuros misioneros verán conversiones después de cada sermón predicado. Preparamos el camino para ellos. Que no olviden a los pioneros que trabajaron en una densa oscuridad, con pocos rayos para animarles, excepto aquellos que fluyen de la fe en las promesas de Dios. Trabajamos para un futuro glorioso que no estamos destinados a ver. Tan solo somos estrellas de la mañana en la noche, pero amanecerá una mañana gloriosa ...” Recordemos que este principio de que unos siembran y otros siegan ya fue anunciado por el mismo Señor: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores”, Juan 4..35-38.



Indefectiblemente unido a esta visión a largo plazo, está el hecho de que la causa de Dios nunca está en peligro. No debemos temer por el futuro de la iglesia, pues su Señor ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Aquel que la compró con su sangre no dejará que se venga abajo. Más bien sabemos que habrá “una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos;y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”, Apocalipsis 7.9,10. El futuro del evangelio es el de extenderse por toda la tierra. Esto no significa que no tenga que afrontar oposición, y en algunos lugares declive o desaparición; pero, a largo plazo, la semilla dará su fruto en términos de una extraordinaria extensión en la tierra. Así lo enseñó el mismo Señor en estas dos parábolas : “Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo;el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas. Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”, Mateo 13.31-33.



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A la luz de afirmaciones como estas todo cristiano tiene que cobrar ánimo en relación al poder del evangelio en este mundo. Tiene que confiar en la realización de las palabras proféticas de Isaías en cuanto al resultado de la obra expiatoria de Cristo a favor de su iglesia :“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores. … Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho el Señor. Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”, Isaías 53.11- 54.1-3. Y si esto será así, entonces debemos redoblar nuestros esfuerzos para extender el evangelio en este mundo. Esto era lo que alentaba a David Livingstone para su tenaz labor cristiana integral en el corazón de África: “El espíritu de las misiones es el espíritu de nuestro Señor; la misma esencia de su fe ...y requiere una perpetua propagación para atestiguar su autenticidad”. Es con esta misma confianza con la que debemos llevar a cabo la obra del evangelio en nuestros días. En realidad, es lo que motivó a nuestro Señor Jesucristo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”, Juan 12.32. Su certeza debe ser la nuestra. Su sangre derramada en la cruz limpia de todo pecado.


 

 


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