Una carta para leer

La famosa actriz Julia Roberts confesaba hace varios años algo verdaderamente emocionante; galardonada en muchas ocasiones con diferentes premios interpretativos y con una gran fortuna personal, afirmaba sin embargo que: “El objeto que más valoro en mi vida es la única carta que tengo de mi padre, una que no se perdió cuando yo era niña. La carta no significa nada para otras personas, pero yo puedo leerla una y otra vez, me sigue conmoviendo, es muy importante para mi”.

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Nosotros también tenemos una carta de nuestro Padre celestial que podemos leer una y otra vez. Es el único libro que nos habla y nos escucha. Un libro que nos transforma, que cambia nuestra vida cuando lo leemos y seguimos lo que nos dice; un libro que nos examina por dentro, porque Dios nos conoce, y sabe exactamente lo que necesitamos en cada momento. Es, simplemente, algo extraordinario, porque Dios usa su Palabra para hablar con nosotros y transformar nuestra vida, un libro que no sólo se lee, sino que se vive. 

Cuando Pablo va explicando cada una de las piezas de la armadura que tenemos que ponernos para la lucha espiritual, define a la Palabra de Dios como “La espada del Espíritu”. Sin ninguna duda, tiene mucho que ver con la aventura, la conquista y la defensa de la libertad; pero también nos habla del poder de las palabras. “Herederos de bendición”, así nos define a los creyentes el apóstol Pedro en su primera carta, y eso significa que, sobre todas las cosas, lo mejor que sabemos hacer es bendecir. ¡Nada mejor para bendecir a los demás que usar la Palabra de Dios!

Necesitamos aprender a escuchar al Señor ¡Y hacerlo  todos los días de nuestra vida! ¡Tanto o más que el comer! Déjame seguir con ese ejemplo ¿Te imaginas ir al mejor restaurante de tu ciudad una vez a la semana, tomar los más suculentos manjares y no volver a comer ningún otro día? ¡Eso es imposible físicamente y también lo es espiritualmente! Muchos leen y oyen de la Palabra de Dios, sólo los Domingos cuando van a la iglesia y se olvidan de su Biblia durante el resto de la semana. Si no nos comprometemos con el Señor orando y leyendo su Palabra todos los días, vamos a vivir siempre derrotados en nuestra vida espiritual. Nuestro deseo debe ser el del salmista: “Oh, Señor, enséñame tu camino para que yo lo siga fielmente. Haz que mi corazón honre tu nombre” (Salmo 86:11).

Y no sólo eso, cuando no vivimos diariamente con el Señor, terminamos adorando al dios que nosotros mismos hemos inventado ¡incluso siendo creyentes! Un dios que podemos comprender, usar y manejar; un dios que se parece mucho más a los ídolos de lo que imaginamos. Cuando leemos la Biblia, nos encontramos con el Creador de la gracia, con el Señor Todopoderoso que ama de una manera extraordinaria y única. Nos encontramos con un Ser perfecto, al que nadie puede comprar o chantajear ¡Su amor por nosotros va mucho más allá de lo que imaginamos!

Sólo podemos llegar a saberlo y disfrutarlo si manejamos la “espada” todos los días.