El aborto no es derecho a la salud, es un fracaso de la sociedad, de la política… Y, por supuesto, del feminismo.
Hay cosas de la cultura de hoy que sorprenden, la principal, el cinismo, con alto componente de ignorancia en el mejor de los casos, que se manifiesta, en la neo lengua que pretende atenazarnos. Quien no puede hablar no puede pensar, y, en definitiva, autocensura por amputación intelectual, negando la mayor, lo que no existe no puede ser reflexionado. Aislados en nuestras propias cabezas, como jaulas.
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Dentro de esta post cultura una de las más desconcertantes expresiones es esto de “Salud reproductiva” para referirse al parricidio (aunque no sea un delito ni queremos que lo sea). Quizá la peor de las amenazas de la época en la que vivimos, mucho mayor que las guerras químicas, es que la ética se ha convertido en estadística, si es que alguna vez fue algo distinto. La “Banalidad del mal”, concepto acuñado por Hannah Arendt describe cómo la sociedad puede trivializar cualquier cosa, incluido el exterminio cuando se realiza como un procedimiento burocrático, o se le llama derecho.
Para los que no tienen una idea clara de lo que es un aborto -tápense los ojos los que no toleran cuando las cosas se llaman por su nombre- casi siempre, consiste en que un ser humano en gestación es despedazado y extraído sin vida del vientre de su madre. Insisto en lo de “Ser humano” porque no me pliego, ni agacho el intelecto, ni la conciencia, al diccionario de moda y porque en honor a la verdad, que es lo que no ocupa, no hay ningún momento en el que ese feto no sea humano, dado que la humanidad no aparece y desaparece al antojo de unos cuantos.
¿A qué clase de especialistas consultan nuestros legisladores?
“Rebasa a mi imaginación como genetista que los legisladores, sabiendo que un embrión de una semana es una niña, ¡no se den cuenta, al mismo tiempo que es un ser humano!” (Jérôme Lejeune es médico genetista y padre de la genética moderna entre otros muchísimos méritos científicos y académicos)
Y continúa él mismo: “A la edad de dos meses, cuando el retraso de la regla es de mes y medio, mide, desde la cabeza hasta el trasero, unos tres centímetros. Cabría, recogido sobre sí mismo, en una cáscara de nuez. Sería invisible en el interior de un puño cerrado, y ese puño lo aplastaría sin querer, sin que nos diéramos cuenta: pero, extiendan la mano, está casi terminado, manos, pies, cabeza, órganos, cerebro… todo está en su sitio y ya no hará sino crecer. Miren desde más cerca, podrán hasta leer las líneas de su palma y decirle la buenaventura. Miren desde más cerca aún, con un microscopio corriente, y podrán descifrar sus huellas digitales. Ya tiene todo lo necesario para poder hacer su carné de identidad. (…)”.
Por otra parte, las leyes y “avances” de nuestros gobernantes para evitar abortos inseguros no justifican esas que llaman “interrupciones” del embarazo. Pero ¿quién quiere que se hostigue a esas pobres mujeres que, en circunstancias extremas, como un animal que se arranca una pierna en una trampa*, no ven mejor salida que acabar con la vida de sus propios hijos?
No se trata de estigmatizarlas, ni siquiera de juzgarlas. Ahora bien, no ser delito no significa estar justificado moralmente. Mucho menos en el caso del aborto mundano de occidente: un descuido agradable que termina en la misma gaita e indiferencia con la que se acude a una endodoncia y que nada tiene que ver con la adolescente que queda embarazada por ignorancia o abuso en El Salvador con riesgo social, psíquico y físico. ¡Nosotras parimos, nosotras decidimos!
¿Decidimos qué? Piensa muy bien lo que vas a decidir, amiga, no permitas que te arrebaten el pensamiento a través del saqueo del lenguaje. No seas mansa, ni mensa.
Más: “Pero dirán que hasta los cinco o seis meses su cerebro no está del todo terminado. ¡Pero no, no!, en realidad, el cerebro sólo estará completamente en su sitio en el momento del nacimiento; y sus innumerables conexiones no estarán completamente establecidas hasta que no cumpla los seis o siete años; y su maquinaria química y eléctrica no estará completamente rodada hasta los catorce o quince”.
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Permitir la vida de ese niño (y darlo en adopción, por ejemplo) es definitivamente engorroso, barriga, estrías… Y trae consigo muchas más gestiones que un aborto, ¡Disculpen! Que ahora se llama derecho, ¡Ay! ¡Salud reproductiva! ¡Jolines, Gracias Ministri!
El aborto no es derecho a la salud, el aborto es un fracaso de la sociedad, de la política… Y, por supuesto, del feminismo cuyos principios básicos son la justicia para todos y la oposición a la violencia y la discriminación, ¿no?
¿Saben que aún no se ha encontrado la cura para el síndrome de Down, verdad? La razón por la que no se ven personas así es porque se las elimina. Un momento, ¿no eran los nazis y comunistas los que mataban a los bebés con alguna deformación?
La criminalización de las mujeres no es una opción, pero tampoco el aborto lo es. De los 73 millones de seres humanos abortados por año, a pesar de que abundan los métodos anticonceptivos perfectamente conocidos, habla de eugenesia, irresponsabilidad y del más absoluto desprecio por la vida humana donde morimos más de 73 millones, cualitativa, moral, intelectualmente.
Porque a los necios, y a los negadores, y a los chiringuitos, se les hincha la amígdala con los niños de las regiones pobres, la gestación de las tortugas y los abandonos caninos. ¡Y está bien! Pero es ¡loco! que a esta misma gente no le interesen los que desvergonzadamente son asesinados por sus propias madres, para continuar con sus placenteras vidas, que, no lo olviden, comenzaron en cigoto.
La disputa por la esclavitud fue similar a esta (echen mano de la historia) y terminó imponiéndose por sentido común y -por amor- la dignidad de la persona y la abolición. Irene Montero ¿podemos o no podemos hacer algo mejor?
* Frederica Matthews-Green
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