Septiembre suele ser un mes que nos vuelve a situar en nuestra vida cotidiana después de las vacaciones, y puede ser también un mes de desafíos personales y de decisiones que emprendemos con nuevas fuerzas e ilusión.
Por Rubén Gramaje
Con la llegada del mes de septiembre llega la vuelta al cole y la vuelta a las que serán nuestras costumbres. Septiembre suele ser un mes que nos vuelve a situar en nuestra vida cotidiana después de las vacaciones. Septiembre puede ser también un mes de desafíos personales y de decisiones que emprendemos con nuevas fuerzas e ilusión. Decidimos cómo ocuparemos nuestro tiempo, ajustamos nuestras agendas y vemos qué actividades ocuparán nuestro día a día buscando volver a ilusionarnos con la vida. A veces cambiamos incluso la dieta, nos apuntamos a realizar algún deporte y nos apuntamos a inglés otra vez, que este curso sí que sí que aprendemos. Es el mes de la palabra “matricularse”. Se busca algo que nos beneficie, nos haga crecer y abra nuestro abanico de posibilidades. Todo es tan normal que el dilema se agranda: ¿A qué nos apuntamos?
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En la iglesia local también es un momento para apuntarse. Las iglesias corren a desarrollar sus programas y a motivar al activismo con más o menos acierto, normalmente dentro de su propia comunidad. En realidad, más bien se trata de pensar con seriedad en qué nos involucraremos y dónde estaremos siendo iglesia. La cuestión de en qué se podrá contar con nosotros resume bien nuestro compromiso ante Dios y la iglesia.
En todo este asunto, es importante considerar la directriz que encontramos en el Evangelio y que nos ayuda a despejar dudas: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39)
Estoy convencido de que el estudio bíblico debe ocupar un lugar importante en nuestra vida este curso y siempre. Estudiar la Biblia nos hará crecer espiritualmente como creyentes y como comunidad de discípulos. No se trata de tirar de tutoriales de tres minutos de “Cómo madurar en mi fe” o alimentarnos del sermón del domingo, sino de profundizar en la Escritura que nos conduce a conocer más de Dios y a Dios. Es un esfuerzo que merece la pena. Estudiar juntos la Palabra de Dios une a la congregación en una misma visión.
Y estudiar la Biblia nos preparará para el servicio cristiano y servirá de ejemplo para nuestros hijos. Es algo que valoramos mucho los que hemos crecido en una iglesia evangélica. Los niños nos miran porque están ahí, aprendiendo las canciones y textos de memoria antes de comprenderlos. El ejemplo de la devoción de los adultos queda grabado de por vida en los peques. La iglesia y la familia educan espiritualmente preparando el corazón del niño para que busque sobre Dios. El descanso del alma es una necesidad más temprano que tarde en todos nosotros y se halla en el Dios de la Palabra, y en el Dios que se revela en Jesús.
Con todos estos beneficios presentes, hay que apuntarse a lo que nos haga crecer participando activamente de un grupo de estudio. No será por falta de opciones. Desde una iglesia local a las facultades de teología se nos asegura que no muy lejos hay una clase bíblica preparada para nosotros. Septiembre impone su ritmo sin piedad, pero solo nosotros elegimos en qué curso nos matriculamos. En septiembre vuelve el cole a la iglesia. ¿Te apuntas?
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Rubén Gramaje – Pastor – Manlleu (Barcelona)
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