Saludar a todos

Hace poco tiempo leí una historia que me impresionó, se trataba de un trabajador llamado Juan, que formaba parte de la plantilla de transportistas en una planta distribuidora de carne. Un día, terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para recoger y empaquetar varias piezas; en ese momento se cerró la puerta y quedó atrapado. Aunque la golpeó desde dentro y gritó con todas sus fuerzas, nadie pudo escucharlo: la mayoría de los trabajadores habían salido, y fuera del refrigerador era imposible oír lo que ocurría dentro.

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Un par de horas después, cuando Juan estaba a punto de morir congelado, alguien abrió la puerta: era el guardia de seguridad que entró a rescatarlo. Juan preguntó a su salvador como se le ocurrió llegar allí si no era parte de su rutina de trabajo, y él le dijo: "Llevo trabajando en ésta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero tú eres el único que me saluda al entrar por la mañana y se despide de mí por la tarde. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy, como todos los días, me dijiste tu simple "Hola" a la entrada, pero nunca escuché el "Hasta mañana”. Me he dado cuenta que para ti soy alguien, porque siempre me saludas, y eso me hace sentir bien. Cuando no oí tu despedida, supe que algo te había pasado. Te busqué y ¡te encontré!”.

El mundo admira a los triunfadores, a los que lo tienen todo y les siguen miles de personas… pero este mundo se mantiene en funcionamiento por las personas comunes y corrientes que hacen lo que tienen que hacer, aunque aparentemente nadie lo sepa. Más vale que lo recordemos una y otra vez: deberíamos aprender a admirar lo que otros hacen, por muy sencillo que nos parezca. Tenemos que reconocer que es tan importante el trabajo del jefe de una empresa, como el del último empleado que ha entrado en ella. Seguro que la diferencia de salario entre los dos es inmensa, pero el valor que tienen como personas no admite comparación. Todos son imprescindibles. 

La vida no se trata de nosotros mismos solamente: si fuéramos capaces de ponernos en la piel de los demás, aprenderíamos a amar a todos, hablaríamos bien de las demás personas, nos preocuparíamos de buscar la manera de traer paz en las relaciones… Y no solo ayudaríamos a quién lo necesitara, sino que también presentaríamos a las personas que sabemos que se van a necesitar. Todo eso es parte también de la amistad y el cariño que decimos tener por los que nos rodean. Tal como el Señor nos enseñó: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13:34).

Puede que pienses que lo que estás haciendo es demasiado sencillo como para que a alguien le importe. Quizás hayas llegado a sentirte despreciado porque lo único a lo que puedes llegar sea a saludar a los que tienes a tu lado. ¡Nunca olvides que eso es genial! Puedes estar salvando vidas…