El alma cargada de penosos recuerdos es una terrible realidad que siempre nos mantiene alerta, dejando ver los abismos que en ella se esconden. La de Sísara no estaba en paz.
Cuando el francés Honoré de Balzac escribió en su novela Eugénie Grandet que “la mujer tiene algo de común con un ángel”, no pensaba en Jael, capaz de partir la cabeza en dos mitades a un famoso general enemigo de Israel.
El capítulo 4 del libro de Jueces contiene algunas notas clásicas de sabor guerrero y religioso. Este capítulo transmite en pura prosa narrativa los mismos hechos de armas que el capítulo 5 canta con lirismo apasionado.
Jehová estaba muy enojado con Israel y lo entregó a manos de Jabín, rey de Canaán. Capitán de su ejercito era el general Sísara. Este hombre disponía de novecientos carros herrados y había oprimido a Israel durante mucho tiempo.
Por entonces gobernaba en Israel una mujer, cosa poco frecuente, Débora, si bien la situación ha cambiado poco. Desde Débora a nuestros días han pasado 34 siglos. De los más de 200 países representados en Naciones Unidas, ¿cuántos de ellos tienen como presidenta de Gobierno a una mujer?
Los israelitas tenían miedo. Impresionaban los 900 carros de hierro del ejército cananeo y la ferocidad de su general Sísara. Como último recurso les quedaban implorar a Jehová.
Débora manda llamar a Barac, israelita de Cedes, en la tribu de Neftalí, experimentado en guerras. Le habla como profetisa, que también lo era. En nombre de Jehová le pide que reúna un ejercito y acuda al encuentro de Sísara. Barac pone una condición, que Débora vaya con él a la guerra. Esta le hace ver que si accede y triunfan, la victoria sería atribuida a una mujer. Ya era consciente del machismo que existía entre los hombres, incluso en la oscura sociedad de aquellos tiempos. Y también en los nuestros. Las fuerzas armadas de España cuentan con 200 hombres generales y una sola generala, Patricia Ortega. Esto, después de 34 siglos como ya he escrito.
Barac y Débora llegan a un entendimiento. Reúnen a 10.000 hombres de Neftalí, Zabulón y otras tribus y se enfrentan al ejército de Sísara. La victoria israelita es total. Los 900 carros quedaron atascados en la pantanosa llanura de Esdrelón. La Biblia lo explica así: “Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y a todo su ejercito, a filo de espada delante de Barac; y Sísara descendió del carro y huyó a pie” (Jueces 4:15).
¿Adónde se dirigió Sísara?
Caminando entre cadáveres el poderoso general cananeo llega hasta “la tienda de Jael, mujer de Heber ceneo” (Jueces 4:17). Los ceneos formaban una antigua tribu a la que pertenecía el suegro de Moisés. Algunos grupos se establecieron en ciudades hebreas después de haberles ayudado en la conquista de Canaán.
Aquí entra en el drama la mujer que motiva este artículo: Jael. Dice la Biblia que “Sísara huyó a pie a la tienda de Jael” (Jueces 4:17). Con los datos bíblicos a mano resulta imposible calcular los kilómetros que Sísara recorrió a pie. El ejército estaba desplegado por un amplio territorio de la ciudad Haroset-goim, al norte de Canaán, hasta el rio de Cisón, en la desembocadura del Mediterráneo, cerca del monte Carmelo (Jueces 4:13). El espacio entre el campo de batalla y la tienda privada que la mujer tenía en Cedes, ciudad de refugio en la tribu de Neftalí, ocuparía muchos kilómetros. ¿Estaba Sísara en condiciones de andar tanto después de la descomunal batalla en la que sólo él había escapado vivo? ¿Quién le ofrecía alimentos? ¿Dónde dormiría, puesto que el viaje duraría días? ¿Estaba herido? Como en una película del oeste, después de pasar el héroe penalidades por el camino, llega a una ciudad, a una casa, al auxilio de una mujer. Jael era cananea, al igual que Sísara. Los especialistas en Antiguo Testamento Adele Berlin y Marc Zvi Brettler, ambos judíos, dicen en el comentario al capítulo 4 de los Jueces que Sísara se dirigió a la tienda de Jael porque eran amigos y sabía que allí podía encontrar refugio. Puede, pero en ningún lugar de la Biblia hay referencias a esta amistad.
Desde la distancia Jael vió llegar al general abatido. Imaginando su estado le ofrece descanso. Dice la Palabra que le dijo: “Ven, señor mío, ven a mí, no tengas temor. Y él vino a ella a la tienda, y ella le cubrió con una manta” (Jueces 4:18). Antes de dormir Sísara quiere aplacar su sed. Pide a su auxiliadora: “Te ruego me des de beber un poco de agua, pues tengo sed”. En lugar de agua Jael le ofrece algo mejor: leche fermentada y espesa, especie de yogurt: “Ella abrió un odre de leche y le dio de beber, y le volvió a cubrir” (Jueces 4:19).
El alma cargada de penosos recuerdos es una terrible realidad que siempre nos mantiene alerta, dejando ver los abismos que en ella se esconden. La de Sísara no estaba en paz. Temeroso de que alguien pudiera dar con su escondite, dice a Jael: “Estate a la puerta de la tienda; y si alguien viniere, y te preguntare, diciendo ¿hay alguno? Tú responderás que no” (Jueces 4:20).
Llega la hora del monstruoso asesinato. Hay mujeres que son capaces de los mismos crímenes que los hombres. Jael fue una de ellas: toma un martillo y una estaca puntiaguda, como las usadas para asegurar las tiendas de lona en el suelo, se acerca en silencio donde dormía el confiado general y a golpes de martillo la clava en la sien de Sísara con tal violencia, que, atravesando el cráneo de parte a parte, hunde la estaca en la tierra. Esta es la versión literal de la Biblia: “Jael, mujer de Heber tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su mano, se le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y le enclavó en la tierra, pues él estaba cargado de sueño y cansado; y así murió” (Jueces 4:21).
Jael no tuvo a mano pistola, ni le dio a beber veneno, como en las películas, pero supo encontrar otra arma mortífera: una estaca.
Alguien diría que hay que tener estómago para una acción semejante. Algo más que estómago. Una conciencia que llegara hasta el fondo del mal y que la indujo a cometer vilmente un asesinato que le dejaría las manos chorreando de sangre.
Además del asesinato, Jael violó alevosamente los derechos de la hospitalidad. Negar la hospitalidad era considerado por Job como una ignominia. Dijo: “El forastero no pasaba fuera la noche; mis puertas habría al caminante” (Job 31:32). En descargo de Jael podemos alegar que tal vez ella sentiría miedo a la reacción de Sísara cuando despertara del sueño, o matarlo obedeció a un repentino impulso que la moviera a favor de los israelitas oprimidos, con quienes estaba ligada por la sangre.
El canto de Débora, poema épico de aquél hecho histórico más o menos caldeado por la imaginación oriental, celebra la acción asesina de Jael:
“Bendita sea entre las mujeres Jael, mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres bendita sea en la tienda. Él pidió agua, y ella le dio leche; en tazón de nobles le presentó crema, tendió su mano a la estaca, y su diestra al mazo de trabajadores, y golpeó a Sísara hirió su cabeza, y la horadó, y atravesó sus sienes. Cayó encorvado entre sus pies, quedó tendido; entre sus pies cayó encorvado, donde se encorvó, allí cayó muerto. Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová. Más los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza” (Jueces 5:24-31).
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