Otra María

En la historia del cristianismo primitivo no hubo un hombre tan grande, en el pleno sentido de la palabra, como Pablo. En un tiempo en el que eran desconocidos los buques de vapor, los ferrocarriles y los aviones, atravesó una parte del mundo predicando el Evangelio. En Romanos 15:19 dice qué desde Jerusalén, en el extremo oriental, hasta Ilírico, como límite occidental, todo lo había llenado del Evangelio de Cristo. No teniendo más campo en aquellas regiones anuncia su intención de viajar a España, según cuenta en Romanos 15:24.

El capítulo 16 de la epístola a los Romanos contiene saludos de Pablo a algunos miembros de la Iglesia de Roma y a otros compañeros que en algún momento le ayudaron en el ministerio.

En total son 28 las personas saludadas. Algunos comentaristas de la epístola a los Romanos, como el pastor evangélico A. B. Simpson, dicen que entre los saludados hay una mayoría de mujeres. Se equivoca, los he contado detenidamente uno por uno y suman 17 hombres y 11 mujeres. Con todo, es admirable que en aquella época en que la mujer estaba fuertemente discriminada, limitada a las labores de la casa y al cuidado de los hijos, como todavía hoy sigue ocurriendo en algunos países, este grupo de mujeres saludadas por Pablo estuvo fuertemente comprometido con el Señor en tareas que beneficiaban a la Iglesia y al resto de la comunidad. Como Priscila, que expuso su vida por Pablo. Como Febe, quien le ayudó en sus trabajos misioneros. Como las hermanas Trifena y Trifosa, “las cuales trabajaban en el Señor”. Como Pérsida “la cual ha trabajado mucho en el Señor”. Como María, “la cual ha trabajado mucho entre vosotros”.

De esta María, importante por su presencia en las páginas de la Biblia, no se sabe absolutamente nada. Pablo no la menciona en ninguna de las trece epístolas que escribió. Tampoco he logrado dato alguno sobre ella en los libros que tengo sobre el Nuevo Testamento. Sin embargo, salté de alegría cuando descubrí en el sexto volumen de la obra La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia un largo artículo sobre ella escrito por san Juan Crisóstomo en Homilías sobre la carta a los Romanos.

San Juan Crisóstomo fue el orador más elocuente que tuvo la Iglesia de Oriente en el siglo cuarto. Fue patriarca de Constantinopla. Se dice de él que escribió más de cien libros sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Ante la imposibilidad de encontrar más datos sobre la María de Romanos 16:6 dejo al lector con todo lo que he hallado sobre ella en los escritos de san Juan Crisóstomo. Dice:

“Nuevamente volvemos a encontrar alabada y premiada la figura femenina. De nuevo hemos de avergonzarnos los hombres o mejor, considerarnos advertidos: no sólo tenemos que sentirnos humillados, sino también honrados. Efectivamente, podemos y debemos sentirnos honrados de tener tales mujeres entre nosotros, pero al mismo tiempo también nos hemos de avergonzar de que nosotros, hombres, quedemos siempre tan por detrás de ellas. Pero si nos detenemos a estudiar detenidamente a qué se debe la fama de esas mujeres, entonces nos será más fácil el seguirlas. ¿A qué se debe su fama? Escuchadme todos, hombres y mujeres.

No se debe su fama a pulseras, ni a collares, ni a camareros y doncellas, ni a vestidos bordados en oro, sino únicamente a que se fatigaron y esforzaron por extender el reino de la verdad.

Pues esta María, dice, se ha fatigado mucho por vosotros; no sólo por si misma, no sólo por su propia virtud, como también lo hacen ahora muchas mujeres, ayunando y durmiendo sobre el duro suelo, sino trabajando en bien de las demás. Llevó a cabo el trabajo de un apóstol y evangelista... Exponiéndose a peligros, entregando dinero, haciendo viajes. Sí, aquellas mujeres de entonces eran más valientes que leones, apoyando a los apóstoles; en sus trabajos por anunciar el mensaje de la salud. Cooperaban en sus trabajos y les servían en todo lo demás.

De nuevo una mujer es coronada y proclamada y, una vez más, nosotros los hombres sentimos vergüenza. Pero, es más, experimentamos no sólo pudor, sino también orgullo. Efectivamente, por un lado, nos enorgullecemos ya que tenemos junto a nosotros a tales mujeres, y, por otro, sentimos vergüenza porque nosotros los hombres no estamos ni con mucho a su altura. Mas, si averiguamos dónde ellas adquieren su belleza, al punto nosotros nos pondremos a su nivel....

¿Por qué dice entonces “no permito a la mujer que enseñe?” Porque la aparta de ostentar la presidencia pública y de ocupar el asiento de preferencia en la tribuna, pero no de pronunciar palabras de enseñanza. Pero, si esto era así... ¿Cómo instruía Priscila a Apolo?

Y no dijo, ésta [María] enseñó muchas cosas, sino “ésta se esforzó mucho”, manifestando que con la palabra también prestó otros servicios... Aquellas mujeres eran más enérgicas que leones ya que con los apóstoles se repartieron las tareas por el bien de la predicación”.