Dios no hace acepción de personas. Coloca en su Palabra a una humilde criada que ni siquiera pertenecía a la raza judía, tan protegida por Él.
“Cuando llamó Pedro a la puerta del patio, salió a escuchar una muchacha llamada Rode” (Hechos 12:13).
Para entender el papel de esta muchacha hay que situar la historia donde la inicia Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles. En esta historia destacan tres temas:
La persecución y encarcelamiento de Pedro.
La intervención de Dios en el drama.
El protagonismo de una muchacha llamada Rode.
En torno al año 42 de nuestra era el rey Herodes Agripa llevó a cabo una persecución contra los cristianos.
Mandó matar a Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan.
Ordenó que el apóstol Pedro fuera encarcelado.
Flavio Josefo, famoso historiador judío del primer siglo cuenta que Herodes lo hizo para ganarse las simpatías de los grandes sacerdotes del templo.
La cárcel estaba en el mismo palacio de Herodes.
En el caso de cualquier preso común sólo había cuatro carceleros que se turnaban en cada una de las cuatro vigilias de la noche.
Tratándose de un preso importante como era Pedro, los soldados que lo vigilaban fueron cuadruplicados.
Cuatro velaban en la prisión. Dos en la puerta. Y otros doce iban relevando a sus compañeros.
Los comentaristas de Hechos coinciden en que Herodes quería matar a Pedro.
Según la ley romana, al prisionero lo ataban con dos cadenas, una en cada brazo. De esta forma era conducido al lugar de la ejecución.
Dos potencias enfrentadas.
El poder de Herodes para matarlo.
El poder de la oración para salvarlo.
Dos versículos de la Palabra ignoraba Herodes:
“No se dormirá el que te guarda” (Salmo 121:3).
“Yo te he soltado hoy de las cadenas que tenías en tus manos” (Jeremías 40:4).
Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia estaba reunida en la casa de María, madre de Marcos, una casa muy grande.
Lucas dice que los allí reunidos “hacían sin cesar oración a Dios” por Pedro. Otras versiones de la Biblia escriben que oraban ardientemente, constantemente, intensamente.
La noche antes de que se cumpliera la sentencia de Herodes para matar a Pedro ocurrió el milagro.
“Pedro dormía” tranquilamente, atado con cadenas a dos soldados.
Entonces intervino Dios.
En la celda se presentó un ángel del Señor. Despertó a Pedro. Ordenó que se levantara. Las cadenas se cayeron sin que nadie las tocara. “Envuélvete en tu manto y sígueme”, le dijo el ángel. Pedro no sabía lo que estaba ocurriendo. Pensaba que era una visión.
El ángel delante y Pedro detrás pasaron la primera y segunda guardia. ¿Qué ocurría con los soldados destinados allí para custodiar al preso? ¿Los adormiló el ángel? Automáticamente se abrió la gran puerta de hierro que daba a la ciudad y salvador y salvado se encontraron en plena calle.
Una vez fuera el ángel regresaría al cielo, de donde vino, y Pedro se dirigió sin dudarlo a la casa de María, donde estaban orando por él. Conocía esta casa, porque después de la resurrección de Cristo los discípulos solían reunirse allí.
Es ahora cuando interviene Rode. Su nombre era de origen griego. En el vocabulario de entonces significaba Rosa, flor notable por su belleza, su suavidad y su fragancia.
Los hermanos sevillanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, autores de tantas canciones inolvidables, cantan así a la rosa:
“Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal”.
Rode trabajaba de criada en la casa de María. Cuando llaman a la puerta la muchacha reconoce la voz de Pedro. Se siente tan alborozada que sin abrir corre a anunciar la noticia a los allí reunidos. “Estos le dijeron: Estás loca”.
Locos estaban ellos. Locos e incrédulos. Oraban intensamente por la liberación de Pedro y cuando Dios les hace caso e interviene, no le creen. Entonces, ¿para qué oraban? Su primera reacción al anuncio de la muchacha fue esta: “Decían: es su ángel”. ¿Qué ángel? El que lo libró de las prisiones desapareció cuando el apóstol estuvo en la calle. Pero las leyendas y supersticiones se han dado siempre. En todos los pueblos. En todos los tiempos. Aquellos cristianos que oraban por Pedro estaban aún condicionados por su mentalidad judía. Cuando Jesús acudió en ayuda a los discípulos andando sobre las aguas del mar para librarlos de un naufragio seguro, creyeron que se trataba de un fantasma. Ahora, orando en la casa de María, creen que no era Pedro, que era su ángel. También aquellos judíos-cristianos creían, como los católicos, que cada persona tiene un ángel de la guarda. De ser así, muchos ángeles de la guarda andarán de vacaciones, porque cada día mueren millones de niños acosados por el hambre y las enfermedades.
Como Pedro insistiera en llamar, Rode acude de nuevo a la puerta, la abre y allí estaba Pedro. ¿Qué sentiría la joven en aquellos momentos? Lucas dice que los que oraban por el apóstol, al verlo ante ellos “se quedaron atónitos”. Pasmados. Asombrados. Deslumbrados. Estupefactos.
Pedro, “haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel… y salió, y se fue a otro lugar”.
Historias como esta confirman lo que dice Deuteronomio 10:17 y repite Pablo en Romanos 2:11 y otros pasajes, que Dios no hace acepción de personas. Junto a héroes de la fe desde Abraham en adelante, profetas portavoces de la sabiduría divina, apóstoles que tuvieron el inigualable privilegio de andar con Jesús durante tres años, Dios coloca en su Palabra a una humilde criada que ni siquiera pertenecía a la raza judía, tan protegida por Él.
Abrir dos veces la puerta de la casa, convencer a los allí reunidos que quien llamaba era realmente el apóstol Pedro, supone un ejercicio de trabajo y de fe. Para mi pesar, después de esa acción Rode desaparece de la Biblia. Nada más se dice de ella. Algún día sabré cómo se desarrolló su futuro. ¿Qué ocurrió con Rode? Por su edad era dueña de la vida. Joven con esperanzas sin límites, porque allí donde esté un corazón de mujer joven, como era el caso de Rode, está también el espíritu del porvenir.
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