Los pequeños detalles pueden llegar a ser decisivos, aunque creamos que no tienen importancia. Las pequeñas decisiones dan lugar a grandes cambios.
Durante el partido de vuelta de semifinales de la copa de la UEFA 2008-2009 disputado por el Hamburgo y el Werder Bremen, un espectador tiró al campo una bola de papel y aluminio hecha con los envoltorios del bocadillo que se había llevado. La bola cayó cerca del área de su propio equipo. En una de las últimas jugadas del partido, el balón golpeó en ella y se desvió de su trayectoria, con lo que el defensa, que estaba completamente solo, despejó mal la pelota y el balón salió por la línea de fondo. En ese saque de esquina, el Bremen marcó el gol que sentenció la eliminatoria. El espectador que tiró la bola de papel le hizo un flaco favor a su equipo. ¿Podría su propio equipo denunciarle?
Puede parecer ridículo que una simple bola de papel decida una eliminatoria de un campeonato de fútbol, con los cientos de millones de euros que están en juego: recaudaciones, derechos de televisión, viajes y hoteles de los seguidores, etc. Pero así sucedió. Los pequeños detalles pueden llegar a ser decisivos, aunque creamos que no tienen importancia. Las pequeñas decisiones dan lugar a grandes cambios. Para bien y para mal.
Si no lo crees, piensa en las pequeñas malas decisiones que tomamos y que jamás nos preocupan: mentirijillas, engaños sin importancia, enfados momentáneos... Momentos en los que debemos decir «no» y no lo hacemos, simplemente callamos. Situaciones en las que decimos algo que no es amable, que no sirve de nada, y que incluso le hace daño a alguien; pero lo decimos «caiga quien caiga», porque queremos demostrar delante de todos que tenemos razón... Pequeñas tentaciones en las que caemos porque no le damos importancia, aún sabiendo que a la larga pueden destruirnos.
Casi sin darnos cuenta pasamos de decisiones poco éticas a conductas inmorales e ilegales. Lo hacemos a propósito, sin preocuparnos por las consecuencias que vendrán para nosotros... o para los demás. Puede que lo que estamos tirando sea solo una pequeña bola de papel, pero jamás sabremos a dónde irá a parar.
Es curioso, pero cuando reconocemos lo que ha ocurrido y nos sentimos culpables (aunque sea por una situación casi insignificante), la mano de Dios ya no nos parece una bendición, sino que la vemos como un peso que nos oprime. Dios sigue amándonos, pero como ya no queremos escucharle, nos escondemos. Sin que él haga nada, pasa a ser nuestro enemigo porque lo alejamos de nosotros. Renunciamos así a la restauración y el perdón, que es lo que Dios siempre busca para nuestra vida. «Porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano» (Salmo 32:4).
Cuando volvemos a Dios, sabemos que él pone su mano sobre nosotros para enseñarnos lo que estamos haciendo mal, ¡y somos felices! Reconocemos que nos sentimos bien al ser corregidos, porque venimos a abrazar a quien más nos ama.
Ninguno de nosotros es tan inteligente como para no equivocarse nunca. Todos cometemos pequeños y grandes errores. Y es absolutamente genial tener a alguien a nuestro lado que nos ayuda a reconocerlos y restaura nuestra vida. Deseo que la mano de Dios esté sobre ti, sea siempre un motivo de consuelo y no te dé miedo.
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