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Marta

Jesús no se pronuncia directamente en torno a la vida contemplativa sobre la activa; la enseñanza es que los trabajos materiales no impiden atender la doctrina del reino de los cielos.

ENFOQUE AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 28 DE OCTUBRE DE 2020 09:52 h
Foto de [link]Tony Pham[/link] en Unsplash.

En el capítulo anterior escribí sobre María de Betania. Vivía con un hermano, Lázaro, y una hermana mayor que ella, Marta. En el Nuevo Testamento sus vidas corren paralelas, si bien existen algunos puntos de diferencia entre ambas. Marta representa la vida activa que se derrama en buenas obras; María es símbolo de la vida contemplativa que se consume en el ardor de la oración. Alimentar a los hambrientos, dar de beber a los que tienen sed, vestir a los desnudos, como hacía Marta, es una vocación cristiana. En realidad, todos los cristianos estamos obligados a actuar así, a riesgo de no entrar al reino de los cielos. Por otro lado, obrar como María, a los pies de Jesús escuchando Su palabra, alimentando el alma, dar un lugar a Dios, Padre de la humanidad, es una de las mayores alegrías a las que podemos aspirar en la tierra.



Desde la alta Galilea Jesús avanza con dirección a Jerusalén, donde le aguardaba la muerte que salvó al mundo. En Betania, no lejos de Jerusalén, entró en una casa donde vivían los tres hermanos, Lázaro, Marta y María. Jesús utilizaba aquella casa como lugar de reposo. San Juan apóstol explica que “amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11:5).



¿A qué viene esta nota? Tal vez a destacar la relación que Jesús mantenía con los tres hermanos y el amor singular que sentía por ellos. De ahí las frecuentes visitas a la casa. Dice Lucas: “Aconteció qué yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa” (10:38). Según las perspectivas orientales, ausente Lázaro, hermano mayor, a Marta, que le seguía en edad correspondía recibir al visitante quien, por otra parte, era un amigo conocido.



Fue en esta ocasión cuando tuvo lugar la cena a la que me referí en otro lugar de estas letras. En cuanto llegó Jesús, María, hermana de Marta, suspendió toda actividad y se aisló de rodillas a los pies de Jesús. Marta se enfadó y dijo a Jesús: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Jesús atiende su queja y con el mismo tono de familiaridad le responde, repitiendo su nombre dos veces: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas”.



No me gusta la regañina de Jesús a la disciplinada Marta. ¡Claro que estaba afanada y turbada! No era para menos. Eran cuatro a comer, y uno de ellos era un visitante distinguido, al que quería satisfacer. No podía tomar el teléfono y pedir cuatro pizzas o cuatro pollos asados. Si Marta hubiera abandonado la cocina para ocupar el tiempo arrodillada ante Jesús, como su hermana María, todavía no habrían comido, aunque han pasado ya veintiún siglos. Jesús no se pronuncia directamente en torno a la vida contemplativa sobre la activa; la enseñanza es que los trabajos materiales no impiden atender la doctrina del reino de los cielos. Aprendan de esta historia las mujeres cristianas.



Lázaro cae enfermo. Las dos hermanas envían un mensaje a Jesús con estas letras: “Señor, he aquí, el que amas está enfermo”. Antes había dicho Lucas que Jesús amaba de una forma singular a Lázaro. Ahora lo confirma en labios de Marta. En el anuncio de la enfermedad estaba la urgencia de enterar a Jesús para que acudiera cuanto antes a Betania. Deliberadamente, Cristo no atiende de inmediato la urgencia de Marta. Se queda dos días más en el lugar donde estaba. Dice a los discípulos que Lázaro dormía y les pide que le acompañen a Betania. Se resisten. Saben que en Judea habían intentado matarle. Jesús responde que el día tiene doce horas. Lo que no sucede en una puede suceder en otra. Los que querían matarle tal vez habían cambiado de idea. Cristo se llama a si mismo luz del día. Debían seguirle, como las doce horas siguen al sol y al día. Ensalmando metáforas, Cristo avanza otra idea a los discípulos. “Nuestro amigo Lázaro duerme; más voy a despertarle”. Con toda la lógica del mundo, uno de los discípulos observa: “Señor, si duerme sanará”. No es necesario que vayamos a Betania para espabilarle. Durmiendo se puede restablecer. “Entonces Jesús les dice claramente: Lázaro ha muerto. Vamos a él”. La intervención de Tomás es audaz y parece poco reflexiva. Estaba insinuando ir todos a Betania y morir con Lázaro, cuando no sabía que había causado la muerte del hombre y sin tener la aprobación de los demás discípulos. ¿Acto de fe o de irracionalidad?



Cuando Jesús llega a Betania Lázaro llevaba cuatro días muerto.



Aquí entra de nuevo en escena Marta. Al saber que Jesús llegaba “salió a encontrarle”. Y a continuación le expone lo que ella creía: “Si hubieses estado aquí mi hermano no habría muerto”.



¡Admirable Marta! Con esas palabras muestra la fe y la confianza que tenía en Jesús. El camino para ver con la fe es cerrar los ojos de la razón, porque la vida espiritual se funde con la fe. En esta situación estaba Marta cuando añade otras letras: “Mas también se ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. ¿Creía esto Marta? Tengo mis dudas. Porque versículos después no parece creer en la resurrección inmediata de su hermano, sino en la resurrección en el día postrero. A favor de ella cuenta la moderación de sus palabras con Cristo. No dijo al Señor: “Te ruego que resucites a mi hermano ahora”, porqué ¿qué sabía ella si sería bueno para el hermano resucitar después de cuatro días muerto, hediendo ya el cadáver? En la literatura hebrea, especialmente la rabínica, resucitar a un muerto es exclusivo privilegio de Dios. Con esta enseñanza Cristo se está presentando como Dios. En otra ocasión había dicho: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere dar vida” (Juan 5:21).



Marta insiste en el versículo 24 ya citado: “Yo se que resucitará en el día postrero”. ¿Era una forma de urgir al Maestro a resucitar a Lázaro en aquella misma hora o no vería a su hermano vivo hasta el juicio final? No culpemos a Marta por estas dudas. Tengamos en cuenta su estado emocional en aquellos momentos. Su dolor por la muerte del hermano. Su angustia, sus lágrimas, sus deseos de ver sentado a Lázaro a la mesa en compañía de Jesús.



El Señor aclara a Marta que no era necesario esperar al día del juicio final. Le dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquél que muere y cree en mí, no morirá eternamente”. Y a continuación una pregunta personal, directa. “¿Crees esto?”. De acuerdo, según la pregunta de Cristo la fe de Marta parece imperfecta. Jesús lo advierte. Pero me parece a mí que además de resucitar corporalmente a Lázaro el Señor también quería resucitar espiritualmente a Marta.



La mujer se maravilla ante la pregunta de Cristo. Le dice que sí, que cree, que tiene fe: “Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.



No en aquella hora. Marta había creído desde jovencita. Cristo le había preguntado si creía que él era la resurrección y la vida. Marta amplia el marco de su fe. Ella siempre había creído que Cristo era el Hijo de Dios, el Mesías enviado por el Padre para salvar el mundo.



¡Se produce el milagro!



Guiado por Marta, Jesús se dirige al sepulcro donde habían enterrado a Lázaro. Ordena quitar la piedra. Era costumbre entre los judíos que a los muertos, principalmente a los considerados ilustres se les enterrase en cuevas, a cuya puerta se hacía rodar una gran piedra, como en el caso de Jesús.



Todos los presentes lloraban.



Lloraban los judios amigos de Lázaro.



Lloraba María.



Lloraba Marta.



Jesús, emocionado, lloró también. El llanto de Jesús es el versículo más corto de la Biblia (Juan 11:35).



Después de orar al Padre “Jesús clamó a gran voz diciendo: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejarle ir”.



La vida de Marta marca un rumbo de fe a nuestra existencia y decide, por decirlo así, nuestro destino en la dependencia de Cristo.


 

 


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