Haendel nació en Halle (Sajonia) en 1685, pero vivió en Londres, hasta su muerte en 1759. Es conocido sobre todo por
El Mesías y su
Música Acuática. Aunque hizo también un gran numero de oratorios, entre los que destacan los dedicados a
Judas Macabeo por sus pegadizas arias, los impresionantes coros de
Israel en Egipto y la grandiosa instrumentación de
Josué con trompetas y timbales.
Saúl ha sido considerada sin embargo una obra menor, hasta que estos últimos años una serie de prestigiosos directores, especializados en la interpretación de música antigua y barroca con instrumentos originales de la época, como Harnoncourt, Gardiner y McCreesh, han dado a conocer al gran público esta singular obra de Haendel.
LA FUERZA DE UN ORATORIO
El mismo año que Haendel compuso
Saúl (1738), hizo también
Israel en Egipto, una
Oda a Santa Cecilia y otros tres oratorios más, a los que iba a seguir en breve
El Mesías. Los oratorios de Haendel llegaron a ser tan populares para el público británico, que Richard Wagner cuenta en su autobiografía que al visitar Londres en 1885, observó que estas obras atraían más gente que la ópera. ¿Por qué? Wagner cree “que está relacionado con el espíritu del protestantismo inglés”. Ya que “una tarde escuchando un oratorio se considera una especie de servicio o culto religioso, casi tan aceptable como ir a la iglesia”. En Alemania y Austria se interpretan también sus oratorios, mientras sus óperas empiezan a caer en el olvido...
Algunos piensan que el contenido religioso de estas obras es meramente anecdótico. Hasta el punto que se escucha incluso a cristianos decir que estas palabras entonces no tenían ningún significado. Se cree que el texto era una simple excusa, ya que eran trabajos de encargo, que se conformaban a ciertas convenciones de la época. No es así sin embargo cómo Wagner observa que se asiste a los oratorios de Haendel en Inglaterra. Él ve cómo “todos tienen en sus manos una partitura de piano del modo que se tiene en la iglesia un libros de oraciones”, siguen el texto con la máxima atención y “al comienzo del coro
Aleluya, todos consideran apropiado ponerse en pie”. Estas obras despiertan algo más que una experiencia estética…
SU CONTEXTO HISTÓRICO
La Universidad de Cambridge publicó en 1995 un estudio de Ruth Smith sobre los oratorios de Haendel y el pensamiento del siglo XVIII. Ella cree que la evocación que hace el compositor del pueblo escogido por Dios en el Antiguo Testamento, lo identifican los protestantes ingleses con la causa que defienden las Escrituras. Por lo que el tema de la sucesión de David al trono de Saúl era un tema particularmente sensible en aquella época. Había entonces un debate sobre la legalidad de los cambios que había habido en la soberanía inglesa. Carlos I había sido ejecutado en 1649 y el rey católico es enviado al exilio en Francia en 1688, siendo reemplazado por un monarca protestante, Guillermo de Orange-Nassau, que muchos consideran ilegitimo.
Los ingleses veían en aquellos días su lealtad dividida entre sus convicciones religiosas y su fidelidad a la casa de los Estuardos. Muchos piensan que esa situación política influyó especialmente en el autor del libreto de
Saúl, Charles Jennens, un autor protestante que simpatizaba con la familia real en el exilio. Algunos entienden así su visión de Saúl, tan particularmente humana, como un reconocimiento de su unción por el Señor, aunque el Escogido sea ahora David. La fidelidad de Jonatán y la ternura de Mical nos anuncian dónde ha de estar ahora nuestra lealtad: en el Cristo, despreciado por Merab, pero proclamado por Dios como el Salvador de su pueblo.
NUESTRA LECTURA DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Lo primero que sorprende de esta obra es la visión radicalmente teocéntrica que tiene de la historia de Saúl. No se trata aquí del ejemplo de fe que nos pueda dar David, o el mal ejemplo de un personaje como Saúl, sino de la revelación de la salvación que Dios anuncia por medio de Cristo, su Ungido.
Saúl comienza con la victoria de David a Goliat, pero no se nos habla aquí de su valor, ni confianza, sino del poder de Dios, mostrado en tal liberación. ¡Cuánto necesitamos volver a leer así la Biblia!
Hace poco leía un libro de uno de los más conocidos predicadores evangélicos norteamericanos sobre la historia de David, Swindoll, a la vez que las meditaciones del cardenal católico-romano de Milán sobre este mismo texto. Y siento decir que Martini entiende mejor el relato de David en este libro, que el pastor de California. ¿Por qué? Estos sermones evangélicos americanos no nos hablan más que del ejemplo del liderazgo de David, alegorizando una y otra vez sobre su cayado o cualquier otro detalle absurdo, mientras que el libro del cardenal Martini es todo un canto a la gracia de Dios en la vida de este hombre pecador…
Por supuesto que la gracia de Dios no se entiende igual, desde un punto de vista católico que evangélico. Ya que para Roma, finalmente es siempre una gracia sacramental, mientras que para la Reforma, la gracia se descubre sólo por medio de la fe en Cristo.
Pero ¡qué poco de Cristo hay en nuestra forma de leer la Biblia, a veces! Como nos enseña Agustín, “el Nuevo Testamento está encubierto en el Antiguo”, pero “el Antiguo está revelado en el Nuevo”. Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, pero al final nos dejó con la expectativa de una conclusión que no acaba hasta la venida de Cristo. La historia es sin embargo una. La unidad y el sentido de la Biblia, se encuentra sólo en la persona de Cristo. Todo apunta a Él. El protagonista de este libro no soy por lo tanto yo, sino Dios, tal y como se revela por medio de Aquel, que es el mismo
“hoy, ayer y por los siglos” (Hebreos 13:8)…
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