Esta reflexión pretende ser una mirada a la transformación del creyente desde las sensaciones que percibimos por el trabajo del alfarero eterno.
Por César Augusto Duque Vallejo
Esta reflexión pretende ser una mirada a la transformación del creyente desde las sensaciones que percibimos por el trabajo del alfarero eterno.
El tacto es un sentido corporal mediante el cual se perciben y se sienten las cualidades de los objetos y entornos que nos rodean como presión, temperatura, dureza o suavidad, y ofrecen esta información al cerebro, pudiéndose producir dolor, y percibir la orientación en el entorno y el riesgo.
Un gran porcentaje de lo que sentimos al contacto con las experiencias sensibles de agentes externos es a través del tacto, donde la piel, como órgano fundamental, recubre todo el cuerpo y ofrece información de lo nos causa el contexto, sea frío, calor, placidez, riesgo, placer o dolor.
De igual forma, propongo, poseemos una piel del espíritu, que desarrolla el tacto espiritual como sentido que se relaciona con el entorno y las sensaciones divinas, y esto se visualiza en la frase del apóstol Pablo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22), lo que en otras palabras implica sentir en nuestro cuerpo el bien, y reproducirlo a través de él. Es en este tacto donde percibimos las sensaciones del ambiente espiritual y comprendemos cuándo el reino de Dios de verdad está llegando a nuestras vidas, como lo expresó nuestro señor Jesucristo: “Venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10) .
El profeta Jeremías nos explica cómo la piel, el tacto, la sensibilidad, va íntimamente ligada con las acciones, obras y comportamientos: “¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23). Esta metáfora hace alusión a la piel oscura de los etíopes con una vida de pecado, oscuridad e iniquidad y la manchada del leopardo con una vida espiritual mediocre, ya que se encuentra a medias tintas, con impurezas e hipocresía, haciendo en ocasiones lo bueno delante de Dios pero en muchas otras caminando a su propia voluntad.
Si analizamos de manera profunda la importancia del tacto, y más precisamente la piel, se observa la importancia de esta en la vida sacerdotal, puesto que los sacerdotes encargados de la ministración, adoración y conexión con Dios debían ser perfectos. Por ello Dios expresa a Moisés: “Ningún varón de la casa de Aarón que sea leproso podrá comer de las cosas sagradas” (Levítico 22:4); por lo que la piel y lo que sentimos a través de ella va íntimamente ligado con nuestra relación con el Todopoderoso, puesto que debido a la imperfección del tacto, la lepra evita que el sacerdote pueda expresar lo del rey David: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores” (Salmo 23:5), es decir, puedo alimentarme directamente de la Palabra, el sustento y el alimento que Dios ofrece.
La parábola del alfarero descrita por el profeta Jeremías nos permite analizar la textura, temperatura y presión que sentimos cuando pasa sobre nosotros la mano de un alfarero, los efectos en nuestra vida provocados por la creatividad y obra de Dios como alfarero eterno, lo que, a su vez, nos permite entender la fase en la que se encuentra nuestro tacto espiritual y sus repercusiones en la vida.
El alfarero lava, limpia, tritura y elige el material. En ese momento el barro es deshecho, molido, triturado y esparcido. El Señor Jesús nos expresa como es necesario ser esparcido a partir de la aflicción para adquirir un tacto de aflicción que a la larga se convertirá en el de vencedor: “He aquí la hora viene y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado… Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción pero confiad yo he vencido al mundo” (Juan 16:32-33).
Por otra parte el apóstol Pablo expresa esta fase a través de la frase: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados” (2 corintios 4:8); no importa si el barro se encuentra en pedazos, totalmente molido (atribulado: deshecho, molido, hecho pedazos): sigue aún en las manos del maestro, por lo cual la armonía y la paz que brinda estar en el hueco de la mano de Dios impide que surja la angustia (angustiado: intranquilo , asustado, preocupado), acorde a lo que expresa el salmista: “Tu eres la porción de mi herencia y de mi copa, tu sustentas mi suerte” (Salmo 16:5), el futuro, el porvenir del barro está en las manos del maestro, por lo cual el tacto cuando somos barro implica que al estar triturados dependemos totalmente de Dios.
El alfarero pisa y aprieta el barro elegido para darle consistencia, y allí el barro bajo presión momentánea sufre deformaciones. Cristo, como el alfarero, a través de su trato da forma a los hijos de Dios, representada mediante la profecía de Isaías: “Del norte levanté a uno, y vendrá; del nacimiento del sol invocará mi nombre: y pisoteará a príncipes como lodo y como pisa el barro el alfarero” (Isaías 41:25).
Desde esta perspectiva, el apóstol Pablo muestra al hombre que ha desarrollado este nivel de tacto espiritual como el “en apuros, mas no desesperado” ( 2 Corintios 4:8), teniendo en cuenta que estar apurado implica vivir una situación difícil, encontrarse presionado por obstáculos y adversidades, mientras que desesperado es el que ha perdido toda esperanza. El humillado es la persona que se encuentra bajo los pies del maestro en medio de la presión y la dificultad, pero aún con una esperanza viva en Cristo generando en Él la fe; por lo cual no importa si la situación es difícil, ésta tendrá un final productivo si te encuentras bajo los pies del maestro, pues sus pisadas se impregnan y se hacen vida en ti, siendo un ejemplo de crecimiento y acercamiento a Dios. “Para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo. Para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21).
Cuando el barro posee una textura moldeable, el alfarero deja de usar sus pies y empieza a trabajarlo a través de sus manos, para amasar el barro y darle la consistencia apropiada para que se convierta en vasija. Es allí donde el barro recibe el toque maestro y a su vez el maestro identifica el potencial que tiene el barro de convertirse en diferentes utensilios de honra. Un ejemplo notable es el de la vida de Gedeón, el cual tras un proceso de limpieza, de clamor a Dios (“Y los hijos de Israel clamaron a Jehová”, Jueces 6:6) y de humillación por parte de los madianitas (“Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas” Dios reconoce su potencialidad: “Jehová está contigo: Varón esforzado y valiente”, Jueces 6:12), en este nivel el tacto espiritual nos permite confiar en la protección divina. Por esto el apóstol Pablo se refiere a “perseguidos mas no desamparados” (2 Corintios 4:9), donde el término ‘perseguido’ se refiere a oprimido, maltratado, sufrido, mientras que ‘desamparado’ se define como sin protección, favor, ayuda o apoyo. Podemos estar maltratados pero nunca solos, pues Dios es nuestro ayudador.
El alfarero usa la rueda para amoldar, transformar y dar una forma definida al barro: “Y descendí a casa del alfarero y he aquí que él trabajaba sobre la rueda, y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano, y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jeremías 18:3-4). Es allí donde el alfarero incluso puede destruir la pieza para rearmarla de nuevo; esta es la etapa que el apóstol Pablo expresa: “Derribado, no destruido”, donde derribado significa que es lanzado a la tierra, y destruido es sin la posibilidad de volver a ser rearmado. La esperanza de ser transformados de manera continua nos lleva a estar en tierra postrados, pero con la fortaleza divina de que lo que seremos en el futuro ha de ser una vasija mejor, acercándonos a la estatura y a la calidad ideal, como lo expresa Pablo: “que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Sea el sol o el horno, la obra del alfarero recibe un cambio de temperatura que permite analizar su estructura, sus bases y fundamentos, como lo muestra el apóstol Pablo: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea el fuego la probará” (1 Corintios 3:13). Al pasar por el fuego divino se vislumbra la utilidad de la vasija: “¿No es mi palabra como fuego, y como martillo que quebranta la tierra?” (Jeremías 23:29 ss), y la devoción: “He aquí nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiendo” (Daniel 3:17-18). Como lo expresa el apóstol Pablo: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús” (2 Corintios 4:10).
César Augusto Duque Vallejo – Docente – Manizales, Colombia
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