Nadie puede hacer nada para ganar su propia vida o la vida de alguien a quien ama.
“Lo difícil se hace, lo imposible se intenta”. Esa frase ha sido utilizada en numerosas ocasiones por diferentes entrenadores, deportistas y responsables de equipos para intentar dar la vuelta a una competición que, aparentemente, estaba perdida. Que se lo digan a los componentes del equipo de Utah (NBA, 28-12-96) cuando perdían en el descanso contra Denver por 70 a 34. ¡36 puntos de diferencia! El resultado final fue de 107 a 103 a su favor. Fueron capaces de remontar casi 40 puntos.
Uno de los jugadores decía al final del partido: “Escuchamos cómo la gente nos gritaba al final de los dos primeros cuartos, y dijimos: Tenemos que dar la vuelta a este partido”. ¡Y lo hicieron!
Nos encantan los retos imposibles. Cuando sabemos por algún medio de comunicación que alguien fue capaz de alcanzar lo que nadie antes había conseguido, nos sentimos bien. Comienza a correr dentro de nosotros una sensación de que podemos realizar cualquier objetivo que nos propongamos. Intentamos lo improbable, lo imposible, y cualquier cosa que se nos ponga por delante. ¡Eso es bueno! Nadie puede superarse si no intenta lo aparentemente imposible.
Pero hay algo que no podemos conseguir por mucho que lo intentemos o nos preparemos para ello. La Biblia dice: “Nadie puede en manera alguna redimir a su hermano, ni dar a Dios rescate por él, porque la redención de su alma es muy costosa, y debe abandonar el intento para siempre, para que viva eternamente” (Salmo 49:7-9). Lo que acabamos de leer son palabras mayores.
No se trata de un campeonato, un récord, o una batalla importante. Se trata de nuestra propia vida. Estamos hablando de lo más importante y trascendental.
Nadie puede comprar a Dios. No hay dinero suficiente. Nadie puede tener tanto como para que Dios lo acepte.
Nadie puede conseguir ser tan famoso como para que el Creador se rinda a sus pies. Nadie puede hacer nada para ganar su propia vida o la vida de alguien a quien ama. Dios no lo permite, porque eso sería la mayor injusticia da la humanidad.
¿Te imaginas que los que tienen dinero, poder, fama, o se creen buenos tuvieran algún tipo de enchufe con el Señor? Es absolutamente imposible. El propio carácter de Dios lo impide. Él es absolutamente justo, así que nadie puede tener un trato de favor delante de él. Por mucho que tengas. Por muy famoso que seas. Aunque intentes portarte de una manera inmaculada toda tu vida y ser tan bueno que Dios no tenga otro remedio que aceptarte. Es imposible.
Dios ama a todos y da a todos las mismas oportunidades. No se trata de lo que nosotros podemos hacer, sino de lo que él hace. Alguien que está durmiendo en la calle y no tiene absolutamente nada está tan cerca de Dios como la persona más rica del mundo... Si me apuras, quizás te diría que está más cerca del Creador, porque normalmente cuando tenemos mucho pensamos que no le necesitamos.
Deja de intentar lo que es imposible y descansa en Dios. El Señor Jesús dijo: “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera” (Juan 6:37). Ese es el camino. Habla con el Señor y confía en él... Desde ese mismo momento lo que parecía imposible deja de serlo.
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