¿Nos hemos parado a meditar y orar sobre dónde estábamos y hacia dónde íbamos?
Es la última moda a la que nadie se puede resistirse, en gran parte porque no tenemos otro remedio. Eso de estar cada uno en su casa y Dios en la de todos, como dice el refrán, y, además, conectarnos juntos gracias a los medios tecnológicos es impresionante, así que: “Bienvenidos a nuestra congregazoom”.
Muchos están casi desesperados por no poder reunirse, por no poder salir, por no poder hacer… Nuestro problema es que siempre comparamos nuestra situación con los que están mejor que nosotros, y por eso nos decepcionamos. Lo que deberíamos hacer es colocarnos al lado de la realidad, y entonces veríamos todo de una manera diferente. Cuarenta días de confinamiento en casa con la familia son infinitamente mejores que cuarenta días en el hospital y en una habitación sin poder salir ni ver a nadie ¡te lo digo por experiencia! Siempre es mucho mejor disfrutar con lo que tenemos que lamentar lo que nos falta.
Espero que perdones mi ironía gallega manifestada en estas líneas escritas desde mi habitación, a veces es difícil que no se escape nuestro trasfondo cuando queremos hablar de lo importante. La lección más importante, en mi vida personal, es que Dios nos permite pasar por situaciones difíciles para que podamos aprender algo y para que salga lo mejor de nosotros… pero también ¡para que no tengamos otro remedio que hacer lo que deberíamos haber hecho!
Tenemos un problema grave en el cristianismo de los últimos 30/40 años, y es que nos hemos dejado arrastrar por la grandeza del espectáculo. Queriendo competir con el mundo, tomamos sus formas para demostrar, consciente o inconscientemente que la iglesia está preparada para ser mejor que nadie… y en ese proceso abandonamos lo que única y exclusivamente la iglesia puede ofrecer.
Muchas iglesias han dejado de ser misioneras y de preocuparse por las personas. La participación de todos y el sacerdocio universal de todos los creyentes ha desaparecido: ¿Recuerdas que hicimos una reforma hace más de 500 años y esa era una de las razones?… total, para que ahora todo esté en manos de tres o cuatro: la persona que dirige la alabanza, la que predica, y la que vuelve a predicar para que la gente dé más dinero.
[destacate]Gracias a la pandemia volvemos a confiar, de una manera casi desesperada, en Dios en todo lo que hacemos.[/destacate]Eso del dinero es muy curioso, porque dejamos de ayudar a misioneros y evangelistas, para gastarlo casi todo para escuchar las predicaciones de una manera confortable, al fin y al cabo, las decisiones más importantes en la vida se toman cuando uno está cómodamente sentado ¿no?
Gastamos lo que no tenemos en comprar cámaras, accesorios, decoración, etc. para retransmitir los cultos por internet para los que no pueden salir de casa, ¡la gente tiene que seguir a nuestra iglesia, la que tiene la sana doctrina, la verdadera, la que es bíblica! ¡Que no se les ocurra ver otra cosa, el reino del Señor depende de nosotros!
Invertimos el dinero en amplificación más potente en el local, para dejar sordos a fieles e infieles, porque a las personas de la iglesia, que están adorando al Señor, mejor no escucharlas.
Queremos tener iglesias grandes, lo más grandes posible, de esa manera los asistentes pueden vivir bajo la sombra del anonimato: nadie sabrá que estás allí. Puede que ni en el cielo se enteren.
Defendemos que quién quiera escuchar el evangelio tiene que venir a nuestro local: todos saben que allí hablamos del Señor, y nuestro espectáculo es el mejor. Lo tenemos tan asumido, que prácticamente nadie habla de Dios fuera del local.
Tenemos programas para adolescentes, para jóvenes, para matrimonios jóvenes, para mujeres, para hombres, para matrimonios con y sin hijos, para la tercera edad, para los solteros, para los que tienen gafas, para los que le gusta el aire libre, para los que le encanta el color azul, ¡para todos! Tenemos más programas que una plataforma digital.
Pero no estamos transformando el mundo, ni mucho menos a los que nos rodean, ni tampoco ayudando a las familias… Incluso a veces dudo si estamos dejando que Dios nos transforme a nosotros.
Vuelvo a pedir perdón por mi ironía, porque no quiero herir a nadie, pero ¿nos hemos parado a meditar y orar sobre dónde estábamos y hacia dónde íbamos? ¡Espero que estemos hablando en pasado y que los cambios que nos hemos visto obligados a hacer permanezcan!
¿Cambios? ¿Quién dijo cambios? ¡Sí! Después de un paréntesis de bastantes años, y obligados por las circunstancias…
No voy a seguir, no vaya a ser que alguno me mande una conexión al “zoom” para echarme una bronca. Podríamos añadir muchas ventajas más, en cuanto a la situación que estamos atravesando ahora, pero vamos a dejarlo aquí. Sería genial que, ocurra lo que curra en el futuro, y ya con los “templos” abiertos, nunca volviéramos a ser los mismos que hace solo unos meses.
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