La Biblia nos enseña que el mismo pueblo de Dios dejó de creer en Él.
Maradona era el seleccionador argentino en 2009 y tenía en su equipo al mejor jugador del mundo, Leo Messi. Después de un gol que Leo consiguió en un amistoso contra Francia, en la prensa se dijo que Diego comentó en el banquillo: «A ver si es verdad que va a ser mejor que yo». Si realmente fuera cierta esa frase, estaríamos ante un caso bien raro, en el que un entrenador, en cierta manera, estaría limitando a su propio jugador en lugar de admirarlo.
Cuando limitamos a alguien perdemos la posibilidad de que esa persona pueda ayudarnos. Dejamos de creer en lo que puede hacer y nos volvemos ciegos a sus cualidades. Eso es exactamente lo que muchos hacen con Dios. ¡La Biblia nos enseña que el mismo pueblo de Dios dejó de creer en él! «Y en sus corazones tentaron a Dios, pidiendo comida a su gusto. Hablaron contra Dios, y dijeron: ¿Podrá Dios preparar mesa en el desierto?» (Salmo 78:18-19). Pocas preguntas pueden ser más tristes que esa: «¿Podrá Dios...?». Si dejamos que la incredulidad gobierne nuestro corazón estamos poniendo límites al poder de Dios.
Dios puede hacerlo todo, no tengas ninguna duda, pero espera que nosotros le creamos. Lo hizo con su pueblo: abrió el mar, venció a Egipto, les dio agua, los cuidó.... pero aun viendo todos esos milagros Israel desconfió de Dios.
Cuando el Señor recorría la tierra, la situación fue la misma. En el evangelio de Mateo (13:58) la Biblia dice que Jesús no pudo hacer más milagros porque las personas no le creían. No es sencillo de explicar, pero es como si Dios limitara su poder a nuestra fe. Él no es un milagrero cualquiera que intenta convencer a los que le ven. No, no estamos hablando de ver para creer, sino de creer para ver.
Es triste, pero podemos limitar a Dios de muchas maneras: con nuestra desobediencia cuando sabemos mucho pero no practicamos lo que sabemos, cuando tenemos pecados que acariciamos en secreto, o hay áreas de nuestra vida que no le hemos entregado.
Limitamos a Dios cuando queremos hacerlo todo con nuestras propias fuerzas. ¿Recuerdas a Moisés? Con cuarenta años estaba en lo mejor de la vida y creía que podía liberar al pueblo de Dios, matando egipcios... Hasta que aprendió a descansar en el Señor y a ser guiado.
Limitamos a Dios con nuestro orgullo. Él rechaza a los soberbios y da gracia a los humildes. Ponemos límites a Dios cuando le damos más importancia a nuestras ideas, costumbres, tradiciones y prejuicios que a su Palabra. Cuando argumentamos sobre lo que Dios puede o no puede hacer, en lugar de descansar en su poder y en su gracia. Limitamos a Dios cuando no amamos a los demás; cuando somos insensibles y no nos preocupamos de los que sufren, cuando no oramos y creemos que somos autosuficientes. Limitamos a Dios también con nuestra lengua, porque nos pasamos la vida criticando a otros, y no sabemos bendecir ni agradecer.
Perdemos la excelencia del poder de Dios en nuestra vida cuando nuestro hogar no está lleno del Señor. Nuestros problemas personales trascienden al lugar en el que estamos y a la iglesia. Si no oramos, solucionamos los problemas y esperamos en el Señor, nuestra familia va a sufrir... Este es el momento de tomar decisiones y dejar atrás todos los límites. Cree en Dios de una manera incondicional. Entrega toda tu vida en sus manos, sin reservas y sin límites. Dios mostrará su poder.
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