Mical lo observaba todo desde una ventana cercana. Cuando llegó David, abrió toda su fuente de ironía.
Aquí tenemos otra competencia amorosa entre dos mujeres, como en los casos de Raquel y Lea y Ana y Penina. Es tan difícil contar los átomos como cumplir los deseos de dos mujeres enamoradas del mismo hombre. En este caso entre ellas estaba un hombre hermoso, valiente, músico. El trio estaba compuesto por las dos hijas del rey Saúl, Merab y Mical, más David, pastor, músico, guerrero, rey, poeta, filósofo, político, diplomático.
Retrocedo en la narración.
David era hijo de Isaí, hombre de tierras y ganados. Tenía ocho hijos. El era el más pequeño. La Biblia lo describe como “rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer” (1º de Samuel 16:12).
Al igual que casi siempre a lo largo de su historia, Israel estaba en guerra contra los filisteos. Los tres hermanos mayores estaban en la guerra liderada por el rey Saúl. A instancia del padre, David acude al frente de batalla con provisiones para los hermanos. Allí ve a un gigante, gigantón de los filisteos que desafiaba a las tropas judías. Todos le temían. David, casi un niño, se enfrenta a él con una honda y lo mata. Desde aquel día Saúl lo tomó a su servicio. También aquel día Mical puso su tierna mirada de amor en el guapo y valiente joven que había matado al gigante.
Fue creciendo David. El rey lo puso al frente de las tropas. El pueblo judío, fascinado, lo aclamaba constantemente.
Pero hicieron presencia los celos; a tal punto que afirma la Biblia hicieron perder al rey Saúl el control mental. Desvariaba. Los celos son una mezcla explosiva de amor, odio, avaricia y orgullo. Dos veces Saúl intenta matar a David lanzándole una espada. Poco después inventa una treta para deshacerse de él. Ya había prometido a David que le daría en matrimonio a su hija mayor, Merab, (1º de Samuel 18:17). Pero, sigue la Biblia, “la otra hija de Saúl, Mical, amaba a David” (1º de Samuel 18:20).
El malvado rey vio el cielo abierto. Concibió la venganza. Mandó emisarios que dijeran a David que como dote por su hija Mical diera muerte a cien filisteos y le presentara sus prepucios. Tenía la esperanza de que en la batalla los filisteos mataran a David.
Aquí la palabra prepucio tiene un significado ordinario, parte móvil de la cubierta del pene. La propuesta de Saúl era macabra, sanguinaria, inmoral. Pretendía que David matara a cien filisteos, manipulara los penes y les cortara el prepucio. Bajo esta condición estipuló el loco de Saúl la entrega de su hija Mical a David.
Por entonces los ejércitos filisteos y judíos estaban acampados. Se trataba de hacer una irrupción en el campo enemigo y proceder a la matanza. Nada temía David. El amor salta todos los obstáculos. Al frente de un selecto grupo de valientes mata a doscientos filisteos, corta sus prepucios y se los lleva al rey. ¿En una bolsa? ¿En una caja? ¿En una alforja?
Saúl se vio obligado a cumplir lo prometido. “Le dio su hija Mical por mujer” (1º de Samuel 18:27).
Hija de rey y esposa de rey, la bella Mical ocupa muchas páginas en los dos libros atribuidos a Samuel. Casada con David, los primeros años de matrimonio fueron de felicidad y de amor. La dura cabeza de Saúl nunca llegó a entender “que Jehová estaba con David, y que su hija Mical lo amaba” (1º de Samuel 18:28).
Cegado por el odio, Saúl no desiste en su empeño de deshacerse de David. Al efecto manda a mensajeros a su casa para que lo vigilen y lo maten. Enterada Mical, colocó en la cama una imagen a la que puso por cabecera una almohada de pelo de cabra y la cubrió casi por completo. Pidió a David que huyera, que su vida corría peligro, lo descolgó por una ventana y David huyó. Cuando los mensajeros entraron al dormitorio y levantaron la ropa, sólo hallaron la imagen. Aquel día Mical salvó la vida a David.
Exiliado David de Israel, Saúl entregó en matrimonio a Mical con un tal Paltiel, del que nada más se sabe (1º de Samuel 25:44). Lo hizo bien para vengarse de David o para apartar a su hija de la soledad en la que había quedado tras la huida del esposo a tierra de los filisteos. Los años de separación no menguaron el amor que David sentía hacia Mical, aún enterado del segundo matrimonio impuesto por el padre.
A la muerte de Saúl David ocupó el trono de Israel en Hebrón. Una de sus primeras iniciativas fue reclamar a Mical. Habían pasado catorce años, pero seguía amándola. Uno de sus enviados se la quitó a Paltiel, el marido. Este la siguió un largo camino llorando tras ella, pero el mensajero de David le ordenó que regresara a su casa. Tuvo que hacerlo, entre lágrimas.
Reunido el matrimonio después de los catorce años de separación, Mical se convirtió en la buena estrella de David. Una luz de serenidad volvió a iluminar su vida. Lejos de David estuvo rodeada de inquietudes. Al reencontrarse con él vio reaparecer su felicidad. Hasta que, pasados años, empañó esa felicidad con un borrón de tinta negra.
El Arca de la Alianza, llamada también Arca del Pacto o Arca del Testimonio estaba considerada como uno de los símbolos sagrados de Israel. Era un cofre de madera de acacia que medía 115 centímetros de largo y 70 de ancho. Por dentro y por fuera estaba recubierta de láminas de oro. El libro de Deuteronomio dice que dentro del arca se conservaban las tablas de la ley que Jehová había dictado a Moisés. Para el pueblo, había una estrecha relación entre el Arca y la presencia de Dios.
Bajo la mano de David, Jerusalén pasó a ser la ciudad más bella y la más importante de Israel. Pero el Arca no estaba allí. Se hallaba en la casa de un tal Obed-Edom, de quien se sabe muy poco. Cuando David la rescató, al llegar a Jerusalén sus habitantes la rodearon alabando a Dios con cantos de júbilo. El rey se unió a la fiesta. La Biblia lo cuenta así: “David saltaba y danzaba”. Mical lo observaba todo desde una ventana cercana. Cuando llegó David, abrió toda su fuente de ironía y le dijo: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cualquiera” (2º de Samuel 6:16-20).
Los celos. Siempre los celos, ese monstruo de los ojos negros. También los hombres habían visto al rey danzar. Pero ella puso el énfasis sólo en las mujeres. Con humildad, pero con dominio y determinación David dijo a la mujer con la que dormía: “Y aún me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado” (2º de Samuel 6:22).
Los últimos años de la vida de Mical no constan en la Biblia. Desaparecieron ante el protagonismo de David. Murió sin hijos, porque los que se citan en el segundo libro de Samuel, 21:8 se les atribuye a su hermana Merab, según consta en algunos manuscritos hebreos y en versiones modernas de la Biblia.
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