La genealogía de Cristo en el primer capítulo de San Mateo incluye los nombres de cuatro mujeres de alguna forma emparentadas con el Maestro de Galilea: Tamar, Rut, Betsabé y Rahab.
Oigo en radio, veo en televisión, leo en periódicos y revistas decir que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Mentira. Según la Biblia, el oficio más antiguo es el de agricultor, que practicaba el primer hijo de Adán y Eva, Caín, (Génesis 4:2) si bien es posible que trabajando en el huerto de Edén también Adán ejerciera este oficio.
Rahab, sólo así la presenta la Biblia, era una mujer ramera o prostituta cananea que ejercía en Jericó. Algunos escritores judíos y cristianos, embargados de un sentimentalismo irracional, se esfuerzan en demostrar que era una mujer honrada. Me atengo al tratamiento que le da la Biblia: “Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron allí” (Josué 2:1).
[destacate]Rahab se casó con Salmón, padre de Booz, príncipe de la tribu de Judá y por tanto progenitora de Jesús[/destacate] Preciso es tener en cuenta que en aquellos tiempos la prostitución era un oficio estrechamente unido al de posadera. No era tan ofensivo como llegó a serlo siglos después en la sociedad cristiana y lo sigue siendo en nuestros días: Además, por muy reprobable que nos parezca a nosotros, no llevaba estigma alguno entre los cananeos, cuyo culto a la diosa de la fertilidad fomentaba la prostitución en nombre de la religión.
Muerto Moisés, Josué fija sus ojos en la tierra prometida. Embebido de conquista quiere entrar en Jericó. No sabe cómo es la ciudad, está fortificada o no, tiene o no tiene ejército, cómo son sus calles, qué gente vive en ella, qué posibilidades tiene su ejército de vencer si decide invadirla.
Para averiguarlo pone en riesgo la vida de dos de sus hombres más capaces y los envía a la ciudad. Así lo cuenta la Biblia: “Josué, hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: “Andad, reconoced la tierra, y a Jericó” (Josué 2:1). La tradición judía sostiene que los espías se llamaban Haram e Isachar.
Estos llegaron a Jericó cuando la noche cubría su manto. No sabían por dónde empezar, pero casi de inmediato fueron descubiertos. Es entonces cuando Rahab les da refugio en la casa que habitaba, que al parecer estaba vigilada, quizás por otras causas. La orden del rey de Jericó fue tajante. “Saca a los hombres que han venido a ti y han entrado en tu casa”. Rahab no se intimida. Era mucha mujer. Tenía a los hombres escondidos, pero dice a los enviados del rey: “Es verdad que unos hombres vinieron a mí, pero no supe de dónde eran”.
¿De verdad no lo sabías, Rahab? ¿No hablaste con ellos? ¿No te dijeron que eran judíos? ¡Admirable hija de Canaán, tierna mujer mancillada por hombres! Los tenía en el tejado de la casa, cubiertos de paja y lino. Mintió para salvar a dos hombres de una muerte segura. La ley dada por Jehová a Moisés condenaba la mentira, pero a ella no le afectaba esa ley, no era judía. Además, el mismo Jehová autorizó la mentira cuando se conspiraba contra el rey Acab (2ª Crónicas 18:21-22), si bien por una mentira mató a un hombre, Ananías, según relata el Nuevo Testamento (Hechos 5:4-5). Acudimos a San Pablo: “¿Quién entendió la mente del Señor?” (Romanos 11:34).
Idos los que buscaban a los espías Rahab no se fiaba de abrir la puerta. Los hace descender con una cuerda por la ventana y les dice que marchen al monte y se escondan durante tres días, transcurridos los cuales podían seguir camino a su tierra. Ella les llevaría alimentos.
Ramera, pero mujer imaginativa, generosa y valiente. Sabía que de ser descubierta su estratagema exponía su vida y la de su familia. La valentía es la base sobre la que se sustentan todas las grandes virtudes.
Creyente iluminada por la gracia, dice a los espías: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra... Os ruego, pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre” (Josué 2:12-13). Ellos lo juraron. Y como prueba de su juramento le dijeron que cuando el ejército judío entrara a Jericó de inmediato colgara un cordón de grana en la ventana por donde habían sido descolgados y reuniera a toda la familia. De esta manera identificarían la casa. Todo ocurrió como estaba previsto. Cuarenta mil hombres judíos pasaron el Jordán y se encaminaron a Jericó. La tomaron y llevaron a cabo una matanza cruel, injusta, desproporcionada, inútil: “Destruyeron a filo de espada todo lo que había en la ciudad; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas y los asnos” (Josué 6:21). ¡Asesinos sin escrúpulos!
Tal como le habían prometido, los dos espías fueron hasta la casa que habitaba Rahab y su familia y fueron librados de la matanza. Algunos comentaristas del Antiguo Testamento, que he leído recientemente, dicen que uno de los dos, Isachar quedó perdidamente enamorado de la belleza y hermosura de Rahab, virgen de corazón, de alma y de mente. Pudo haber sido así. Cuando un hombre se enamora de veras de una mujer está dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
La historia escrita por sabios judíos dice que Rahab se incorporó al pueblo vencedor, se convirtió en adoradora de Jehová y contrajo matrimonio con Isachar. Otras versiones alegan que el amor con Isachar no prosperó y Rahab se casó con Salmón, padre de Booz, príncipe de la tribu de Judá y por tanto progenitora de Jesús. La genealogía de Cristo en el primer capítulo de San Mateo incluye los nombres de cuatro mujeres de alguna forma emparentadas con el Maestro de Galilea: Tamar, Rut, Betsabé y Rahab.
El autor de la epístola a los Hebreos ensalza la fe de esta mujer singular (Hebreos 11:31), y Santiago pone el énfasis en sus obras al haber recibido a los dos espías (Santiago 2:25).
Esta es la parte más importante de la historia de Rahab, que me habría gustado adornar con los rasgos de su imaginación viva y eficaz. Si los troyanos lucharon por Elena durante once años, los escritores cristianos llevaremos a Rahab en nuestro corazón hasta que este deje de latir.
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