La culpa la tiene...

En los últimos años se han rodado muchas películas que narran historias reales, conocidas por todos a raíz de su publicación en los medios de comunicación. El caso Heineken es una de ellas; dirigida por Daniel Alfredson y protagonizada por Anthony Hopkins, narra el secuestro del propietario de la cervecera y los días en los que tuvieron oculto al magnate. En un momento de la película, cuando el secuestrado habla con los secuestradores, uno de ellos reconoce que los que tramaron el plan son cuatro buenos amigos desde que eran niños, y que lo único lo que quieren es un poco de dinero. El magnate les dice: “Hay dos maneras de ser rico en esta vida; ser rico en dinero o ser rico en amigos ¡Las dos cosas es imposible!”.

La Biblia nos enseña que cuando nos rebelamos contra Dios perdemos la capacidad para relacionarnos de una manera perfecta, no sólo con todos los que nos rodean, sino también con aquellos a quienes queremos. Esa es la tercera consecuencia de la caída: Cuando Dios enfrenta a Adán por su pecado, el hombre le echa la culpa a su mujer; el único ser humano que existía en ese momento (aparte de él). De repente deja de ser su compañera para convertirse en la culpable de todo (Génesis 3:12).

A partir de ese momento las relaciones comienzan a fallar porque todos y cada uno de nosotros buscamos en primer lugar lo mejor para nosotros mismos. En el primer lugar de la lista de nuestras necesidades estamos nosotros… los demás pueden esperar ¡Por mucho que los queramos! Desde aquel momento aprendimos a maldecir a nuestros semejantes, aunque en muchas ocasiones no tengamos ninguna causa; simplemente el mal que hay dentro de nosotros nos vence. 

Recuerdo una historia que conocí hace muchos años, la de una persona que quería dejar en ridículo a alguien conocido por todos que era muy pobre, así que no se le ocurrió otra cosa que enviarle un regalo por su cumpleaños. En presencia de todos sus amigos, el hombre abrió el regalo y se encontró una bandeja llena de basura, desperdicios y comida podrida. Mientras se estaba riendo por su ocurrencia, el pobre le agradeció su regalo y también delante de todos, le dice que espere un solo momento porque él también quiere regalarle algo; así que tira la basura, lava la bandeja y la cubre con flores de su huerta. 

Cuando se la devuelve simplemente le dice: “Cada uno da lo que tiene”.

Esa es la única manera de vencer el mal en nuestra vida. La Biblia nos enseña que: “Ninguno devuelva a otro mal por mal, sino procurad siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos” (1 Tes. 5:15). Cuando volvemos al Señor aprendemos a emocionarnos con lo que otros hacen, comprendemos lo que significa admirar a los demás y ayudarlos, abrazarlos, entusiasmarnos con lo que dicen... Cuando Dios toca nuestro corazón nos sentimos amados y amamos a los que nos rodean, comenzando por nuestra propia familia. 

Dejamos de culpar a los demás para verlos otra vez como compañeros… Aunque realmente Dios hace algo mucho más milagroso ¡Nos enseña a ser hermanos!