Dolor en clave de mujer: una respuesta cristiana

Ante el continuo goteo de noticas relativas a la violencia machista, terminábamos nuestro anterior artículo con la pregunta ¿Cuál sería, pues, nuestra respuesta como discípulos de Cristo?. Dicha respuesta la encontramos atendiendo a la enseñanza de las Sagradas Escrituras.

1.- El ejemplo del Señor Jesús en su relación con la mujer

Como cristianos evangélicos creemos que tenemos el mejor ejemplo a seguir en el Señor Jesús en su trato con las mujeres y las orientaciones que él nos proporcionó. Él rompió con los esquemas y prejuicios sociales, nacionalistas, racistas y sexistas de su tiempo.[i]

Jesús habló a las mujeres sin dobles intenciones ni motivos espurios; él las reconoció su dignidad a ser tratadas igual que a los hombres. También les reconoció su derecho a ser sus discípulas y aprender de su Palabra. Lo cual nos indica que la educación y formación de la mujer siempre estuvo en la mente y en los propósitos de Dios desde “el principio”[ii]

Todo lo contrario de lo que ha sido a lo largo de la historia de la humanidad. Igualmente, el Señor en su sabiduría ordenó que fueran mujeres las primeras en ser testigos de su resurrección y las autorizó a dar testimonio de ese grandioso hecho a sus discípulos. Testimonio que por ser mujeres, no era admitido por hombres ante ningún tribunal tanto judío como romano.[iii]

2.- Una mejor visión antropológica bíblica

Consecuentemente, nuestra teología debería ajustarse más a las grandes declaraciones hechas en las Escrituras y que por ser de carácter universal, estarán siempre por encima de aquellas declaraciones particulares y circunstanciales que también aparecen en la Biblia.

Como diría Jesús, el volver a “como fue hecho al principio…” sin tener en cuenta la desgracia de la gran división que trajo la caída por el pecado entre sexos. Jesús dijo: “Como fue hecho al principio… varón y hembra los creó Dios” con la misma dignidad y las mismas prerrogativas a la hora de llevar a cabo el mandato cultural y universal[iv] Mandato que le fue negado a la mujer durante toda la historia, porque al “hombre” le pareció que “eso no era cosa de mujeres, sino de hombres”

3.- Una re-consideración del día de Pentecostés

El día de Pentecostés hemos de considerarlo como uno de los hechos grandiosos y esenciales de la revelación de Dios. Ese día Dios reveló de manera práctica, por su Espíritu Santo, que las diferencias entre hombres y mujeres a efectos de salvación, de dones espirituales y ministerios, no tendrían lugar en la Iglesia de Cristo; y, dicho sea de paso, tampoco serían tenidas en cuenta las diferencias por razón de lengua, raza, nacionalidad, edad y posición social.

El término “todos” aparece con cierto énfasis para expresar que nadie de aquella compañía de 120 hermanos y hermanas quedó fuera del privilegio de ser “lleno del Espíritu Santo”, sin importar las diferencias entre ellos y ellas.[v] Pentecostés, por tanto, ayuda a ver el tema de la igualdad entre hombres y mujeres, saltando por encima de las divisiones mencionadas,  de entonces y también de ahora.

4.- Correcta interpretación de la gran declaración universal del apóstol  Pablo[vi]

En la referencia aludida, el Apóstol Pablo pone de manifiesto que ante Dios, las diferencias en razón de raza, nacionalidad, lengua, sexo o posición social, no deberían tener lugar en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente.

Es triste que ese pasaje aludido se haya interpretado en el sentido de que se refiere solo y exclusivamente a la salvación de los individuos, con miras a “ir al cielo”, pero… “dejando las cosas como están”. Así, una diabólica institución como la esclavitud duró por siglos a causa de interpretaciones escriturales erradas.   Igual podríamos decir de la “esclavitud” y de diversas injusticias a las cuales fueron sometidas las mujeres, durante  siglos.

Sin embargo, atendiendo a la agenda de Jesús que él mismo proclamó en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su ministerio, veremos que la salvación de la cual él hablaba se realizaba aquí y ahora, rompiendo todo yugo de esclavitud, sanando toda herida del corazón y restaurando las almas heridas y destruidas a causa de las injusticias.

Su propósito era y es devolver la dignidad a las personas -hombres y mujeres sin excepción.[vii] Esa misma “agenda” de Jesús, es la tarea de la Iglesia hoy día, por la predicación del Evangelio. Esta es la única “agenda” real, que llega al corazón sanándolo de las heridas y echando fuera todo mal, tanto de los hombres como de las mujeres que se reconocen delante de Dios necesitados de su gracia.

5.- Una puesta en práctica de la realidad bíblica en nuestras Iglesias

Por tanto, estas consideraciones habrían de llevarnos a una seria reflexión sobre el tema de la relación hombre-mujer.

No es pretender seguir los parámetros de los modelos que propone este mundo y, como decíamos en el anterior artículo “enfrentar a un género contra otro”, sino el de buscar, en todo, la voluntad del Señor así como su favor.

No es de recibo que en el mundo la mujer encuentre más espacio para el desempeño de su trabajo en puestos de gran responsabilidad y que en muchas de las iglesias evangélicas, las mujeres  sean relegadas a puestos de menor responsabilidad, por el hecho de ser mujeres.

6.- Una defensa de la igualdad entre hombres y  mujeres cara a la sociedad

Evidentemente, si creemos que tenemos el modelo divino en cuanto a la relación de igualdad entre el hombre y la mujer y así lo practicamos, no podemos dejar de dar el testimonio consecuente al mundo que nos rodea.

Tenemos la responsabilidad de dar a conocer el Evangelio liberador, perdonador, sanador y restaurador, tanto para hombres como para mujeres; dentro y fuera de las iglesias.

Tenemos la responsabilidad de trabajar de cara a denunciar injusticias allí donde se produzcan, tanto en un sentido como en otro: injusticias de hombres hacia mujeres como de mujeres hacia hombres.

Tenemos la responsabilidad de denunciar injustas leyes y apoyar con nuestra voz y voto aquellas que sean justas. Igualmente, tenemos la responsabilidad de dar un testimonio claro, limpio e interesado solo en el sentido de que la voluntad de Dios se haga tal y cómo nos enseñó el Señor: “Hágase tu voluntad en la tierra, como es hecha en el cielo”[viii] también en este delicado, dramático y hasta trágico tema.