La comida se ha convertido en una fuente de desdicha, de sospecha; casi se podría decir que de pecado.
¿No os dais cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina.
Marcos 7:18-19
No hay falacia mayor que la de creer que la sociedad en la que vivimos no entiende lo espiritual y no lo busca. Puede que la propia sociedad (y nosotros mismos con ella) entendamos mal qué es lo espiritual y por eso nos equivoquemos en el análisis.
Porque yo veo mucho de espiritual todos los días cuando entro en las redes sociales. Con esto de que la nena está empezando a comer comida sólida y tenemos con el mayor el eterno problema de las verduras y las comidas nuevas propias de su edad, suelo seguir las cuentas de algunas páginas que hablan de nutrición, que dan ideas de recetas y esas cosas en general. Se encuentran algunas cosas interesantes y resulta un pasatiempo entretenido: hasta que comienza la paranoia. No creo que sea la única a la que este devenir constante de ciertos alimentos y procesamientos entre el bien y el mal le resulta cansino y sospechoso. Que si freír es lo peor o lo mejor, que si tal o cual alimento es cancerígeno o no lo es, que si tomar tal o cual cosas previene enfermedades o es todo mentira. Durante un tiempo estuvo prohibidísimo que las mujeres embarazadas comieran jamón serrano: luego resultó que no pasaba nada.
La comida se ha convertido en una fuente de desdicha, de sospecha; casi se podría decir que de pecado. Al escuchar a cierta gente hablar, parece que comer o no comer es una especie de error, de fallo moral inapelable. Un pecado, en definitiva, algo que nos hace imperfectos. ¿Pecado contra quién? Da igual, porque no se nombra al dios, pero sí que la consecuencia de enfermedad y muerte por no honrarlo adecuadamente siguiendo una dieta totalmente acertada. Están los moralistas de esta extraña religión sin nombre que no pueden ver a un gordo feliz. Están las dietas desintoxicantes, los alimentos milagrosos. ¿Os suena este lenguaje? Salvación, expiación, redención. En el fondo, me temo, no se está hablando de comida, sino del anhelo de salvarnos.
Comer bien es una de las mayores delicias que existen, pero ningún alimento, ninguna dieta, absolutamente nada nos salvará de la muerte. Sin embargo, un día dentro de estas publicaciones y perfiles, leyendo comentarios, análisis y propuestas, resulta casi agotador por ese esfuerzo constante de tratar de salvar la vida. La perspectiva acaba entrando de lleno en lo espiritual, aun sin usar plenamente de forma consciente el lenguaje espiritual al que por otros lados estamos acostumbrados. Pero es obvio que algunos (no todos, pero muchos) de los que colaboran en este mundo nutricional están buscando algo que va más allá de lo que se va a cocinar para el día. Hay alimentos que aparecen como milagrosos para virar al poco tiempo hacia algo diabólico; hay intereses empresariales dispuestos a arrancarnos la vida si con ello les hacemos ricos. Hay mucha mentira, mucha manipulación. Debemos ser sabios y entender que detrás de esto está la amarga raíz de la espiritualidad no satisfecha.
Llego en medio de esto a estas palabras de Jesús: nada de lo que entra en una persona puede contaminarla, porque no entra en su corazón, sino en su estómago. Si nada de lo que comemos puede contaminarnos espiritualmente, ¿por qué estos movimientos modernos parece que nos quieren convencer de que lo que comemos puede salvarnos? ¿Que seremos declarados justos y buenos si acertamos a comer exactamente la comida adecuada, sana y perfecta en cada momento? Sin duda tiene algo de espiritual, y de religioso, por la intransigencia hacia los demás de los que llegan a alcanzar cierta perfección en ello.
Otro día hablamos de las formas extremas de todo esto, de los respiracionistas y de los trastornos de la alimentación.
Hace falta hablar de la comida desde la teología: hablar de la responsabilidad medioambiental, de cómo todo el mundo debería tener derecho a comida sana y accesible (y de tiempo para cocinarla). Bien hecha, la comida es de las mejores cosas de la vida. La Biblia nos promete un banquete celestial en el futuro, y sus relatos están llenos de comida. También el no tener que comer puede ser una de sus mayores maldiciones. Sin embargo, desde esas palabras de Jesús, desde la convicción de que la comida no puede salvarnos ni condenarnos en su reino, tenemos que andar con sabiduría para huir de las vergüenzas y de las culpabilidades de ídolos ajenos.
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