El hecho de que las mujeres no fueran apóstoles no quiere decir que no estuvieran presentes y no se las llamara.
Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él.
Marcos 3:13
Durante toda mi vida he leído este pasaje como una parte importante del evangelio, como parte formativa de la obra de Jesús, de los primeros pasos de la iglesia, de la historia de fe de la que yo ahora soy heredera. Me he acercado a este pasaje y a sus hermanos con el ánimo de meditar en el llamado, con el espíritu curioso y alegre, para aprender sobre cómo ser fiel en las circunstancias adversas que después estos apóstoles vivieron, y en la valentía de seguir a Jesús. Él designó a doce para que continuaran su obra, y yo siempre lo he visto como algo que estaba también escrito para mí. De esos doce surgió la Biblia que yo ahora leo, el testimonio fiel de quién es Jesús y de por qué es mi Señor.
Pero sucede una cosa: de un tiempo a esta parte, hay un grupo de personas que insisten en que debo hacer una interpretación desde una perspectiva exclusiva de género. Y no solo de este pasaje, sino de muchos otros. Están haciendo una auténtica campaña de difusión (por medios digitales, analógicos, escritos y audiovisuales) de una perspectiva de género exclusivista que insiste en que el hecho de que Jesús eligiera a doce hombres varones para ser sus discípulos es una realidad ontológica que excluye doctrinalmente a las mujeres de ser partícipes plenas del evangelio. Según ellos, el hecho de que Jesús eligiera a hombres y no a mujeres se debe a que los hombres están en una escala superior en la creación, han sido impuestos como gobernantes y principales, y no someterse a esa jerarquía divina es pecado mortal: mortal de verdad, de los que te excluyen de la salvación. Asegurarán que no, pero ya hablamos de esto la semana pasada. Lo peor es que cuando venimos muchos (no solo mujeres) a argumentar que su interpretación está sesgada y es errónea, nos quieren convencer de que somos nosotros los “esclavos de la ideología de género”, que nos hemos vendido al sistema, etcétera. Cuando son ellos los esclavos de su propia ideología de género, un sistema artificial, inventado de pies a cabeza, en que los hombres tienen un lugar preminente en el plan de salvación y están por encima de todo, sobre todo y específicamente, por encima de las mujeres.
La realidad, también, es que esta ideología de género es una fantasía de poder. Todas las ideologías lo son, de uno u otro modo, pero la fantasía de poder de cierto sector masculino actual (parte importante de él se encuentra dentro de la iglesia) es un fenómeno llamativo.
Según su perspectiva, yo como mujer tengo un acceso menor y sesgado a la salvación. Debe pasar obligatoriamente por un hombre para poder ser efectivo. Es así porque mi salvación queda condicionada a que yo me someta a un marido, o a un pastor, a que acepte ciertos roles obligatorios. No puedo aprender o estudiar con la misma libertad que un hombre, porque se me limita una parte esencial del aprendizaje que es la aplicación y la enseñanza a otros. Sacan de contexto un montón de versículos bíblicos para justificarse, y han hecho dudar a muchas personas, sobre todo mujeres. Me hicieron dudar mucho a mí. No es difícil: se rodean de un halo de santidad que es difícil de sortear, humanamente hablando.
La verdad es que no hay nada ontológico en que Jesús eligiera a doce apóstoles varones, y sí había algo cultural: ellos eran los únicos libres para hacer aquello a los que se les enviaba, a predicar, a acompañarle. Las mujeres estaban atadas a sus hijos, a su casa, a sus responsabilidades domésticas, al cuidado del campo y de los animales del hogar, que no podían subsistir sin su trabajo cotidiano. Y qué benditas las mujeres que cuidaban, cocinaban, apoyaban y servían, que están detrás de cada historia del evangelio, sin que se las vea mucho. Pensadlo. Están ahí. Las habéis visto. No es ese el problema. El problema era que sacar de su contexto a mujeres que no tenían autonomía ni autoridad jurídica para moverse libremente por el territorio hubiera sido dinamitar el evangelio desde su mismo comienzo. Jesús era sabio e hizo lo correcto: elegir a doce personas adecuadas y capaces. (Hizo bien, a pesar de Judas, un misterio que creo que no resolveré hasta que llegue a la casa del Padre, me parece). El evangelio trae consigo un rechazo social inherente. Haberlo puesto además en aquel momento en manos de mujeres hubiera sido enterrarlo en vida. Sin embargo, no hubiera existido evangelio ni iglesia sin la presencia y la obra de las mujeres, y negarlo es fallar a la verdad de la Palabra y a su realidad histórica. El hecho de que las mujeres no fueran apóstoles no quiere decir que no estuvieran presentes y no se las llamara. La historia del evangelio, y la historia en general, está fuera de esa visión exclusivista en que lo masculino es bueno y lo femenino es malo; en que lo masculino es lo público y lo importante y lo femenino es lo íntimo y desechable. Esa es una visión muy falsa de creación original de Dios a la que hemos sido restaurados en Cristo.
En las iglesias que han adoptado estas doctrinas de género exclusivistas no se suele percibir la auténtica renovación total que sabemos que se da en los que quedan impactados por el evangelio: una renovación que muchos hemos vivido y disfrutado, en iglesias sanas y restauradoras. Creo que los hombres y mujeres que entran en estos movimientos lo hacen por los motivos inadecuados, más por inercia del mundo y nuestros propios prejuicios culturales que por motivos teológicos reales. No puedo decir nada sobre esto, ni tengo soluciones. Lo que sí puedo hacer es decir a los que están bajo esa pesada carga que les han impuesto que la Biblia puede y debe ser leída de otra manera para canalizar adecuadamente la paz, la vida, la verdad, la revelación y la santidad que nos trae. La verdad es que no hay hombre ni mujer. Como mujeres, podemos admirar y aprender de los doce discípulos hombres sin que eso suponga ninguna clase de perjuicio por nuestro género. Podemos navegar por la Palabra con total libertad, sabiendo que el mensaje de salvación es plenamente también para nosotras, sin límites, sin imposiciones de género. Nuestra identidad en Cristo no depende de nuestros genitales, ¡solo faltaría! Podemos fijarnos en que Jesús eligió a doce, porque debía elegirlos, y eligió bien. La cuestión es que llamó a los que quiso. Y ese masculino plural es inclusivo gramaticalmente hablando: no hay nada en ese versículo que asegure que solo hubo hombres en el llamado. En mi herencia de fe, en las vidas que han venido antes de la mía y que han desembocado en que yo haya conocido a Cristo, ha habido por igual hombres y mujeres que han cumplido de la mejor manera posible su llamado y sus dones. Y eso es el auténtico evangelio.
[Una nota a los posibles comentarios: ya sabemos que muchos no opináis así, ni tenéis intención de valorar otras perspectivas hermenéuticas. No es mi intención que lo hagáis. Si tenéis ganas de desahogaros insultándome, algo común en estos tiempos, que sepáis que os perdono y que no me va a afectar, que dirá más de vosotros que de mí. Pero necesitaba hablar de esto para ciertas personas, concretamente, para que puedan recuperar la confianza y la paz del auténtico evangelio. Un saludo a todos].
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