Texto publicado por primera vez en la revista Restauración, en marzo de 1981.
Dicen que es usted, a sus 59 años confesados, el más grande actor de España, el mejor de entre los hispano-parlantes. No lo sé. Dejo la responsabilidad del juicio a los críticos especializados. Yo le admiro como actor. A su hija María Elena la he visto un par de veces cuando actuaba en La Fontana, de Madrid, con una obra de Juan José Alonso Millán. No ha heredado su talento interpretativo, con franqueza. Su primera esposa, en cambio, María Dolores Pradera, me entusiasma hasta el arrebato. La vi una vez, hace tiempo, representando una obra de Alejandro Casona, Las tres perfectas casadas, creo. Pero lo de ella es cantar. De pequeña dio canciones a los pájaros y los pájaros le han devuelto canciones con las que llena la tierra de melodías maduras. Cuando actúa en Madrid allí estoy yo, sea en teatro o en sala de fiesta. A usted le recuerdo especialmente en una obra dramática con Emma Cohen, cuyo título no me viene ahora a la memoria y, sobre todo, en La pereza, con Amalia Gadé, en el madrileño teatro Eslava. Vi la obra dos veces. Su personaje estaba tan bordado que tras salir del teatro daban ganas de renunciar a todos los esquemas sociales que nos condicionan y echarse a recorrer los caminos, como el vagabundo de Tolstoi, comiendo el fruto de los árboles y bebiendo el agua de los arroyos.
Aunque usted siempre es noticia, últimamente ha cobrado mayores espacios en los medios de comunicación al concedérsele el premio Mayte de Teatro 1980. Amilibia le dedica dos páginas en el número de La gaceta ilustrada correspondiente al 8 de febrero de1981. Dice usted a Amilibia que está volviendo a leer El Quijote y le aplaudo por preferir esta lectura. Hay cuatro libros que yo leo constantemente: La Biblia, El Quijote, las obras de Rabindranath Tagore y las de Gibran Khalil Gibran. En otro lugar de la entrevista le pregunta Amilibia directamente:
“-¿Crees en Dios?”
Y responde usted:
“Creía. Ahora creo en el misterio, entendiendo por misterio todo aquello que no comprendemos bien, que no conocemos la causa”.
Señor Fernán Gómez: Si cree usted en el misterio, ¿por qué no cree en Dios? ¿Por qué no incluye a Dios en el misterio? Si tiene a mano una Biblia lea el capítulo once en la epístola de San Pablo a los Romanos. Aquí le dice que Dios es misterio, se desenvuelve y actúa desde el misterio. Y antes que Pablo, lo dijo el patriarca Job en un libro que figura entre los más antiguos de la literatura religiosa. Lea el capítulo once de este libro.
Un Dios sin misterio sería un Dios humano, como usted, como yo, y no nos valdría. Si el hombre fuera capaz de penetrar, descifrar y explicar el misterio de Dios el resultado nos dejaría a todos a la intemperie, porque un Dios racionalmente explicado sería un Dios inútil.
El misterio nos rodea desde la cuna hasta la tumba. Si este mundo ha sido creado por Dios, ¡misterio!; si es consecuencia de la generación espontánea o de la evolución biológica, ¡misterio!; si subsiste increado desde la eternidad, ¡misterio!; misterio son los montes, centinelas entre cielo y tierra; misterio son los campos cubiertos de verde; misterio son los océanos con sus aguas temblorosas; misterio es la sonrisa primera del niño y la última agonía del hombre; misterio es usted cuando ríe y cuando llora, cuando ama y cuando detesta, cuando grita en su soledad y cuando goza amistades.
La vida es misterio y la acepta usted sin comprenderla; la muerte es misterio y le abruma con su realidad; el alma que da vida y sentido a su ser es misterio y no puede verla ni tocarla; el amor, que tan importante papel ha jugado en su vida, es misterio que le ha tenido en permanente agitación, y no lo ha rechazado. Suprima el misterio, señor Fernán Gómez, y nos quedaremos todos a oscuras.
Dios es misterio. Pero misterio revelado en Cristo. Entiéndame: No me refiero a esos pobres cristos muertos lamentados por Machado, por Unamuno, por Juan Ramón Jiménez y por usted mismo. Le quiero llevar al Cristo de los Evangelios. Si no cree usted en Dios, pero cree en el misterio, lea a Cristo. Sin explicaciones ni interpretaciones cristológicas; sin catecismos ni dogmas. Lea el Nuevo Testamento al desnudo, original, íntegro, sin notas. “Los granos encerrados en una granada no pueden comunicar con lo que se halla fuera de la corteza”, dijo Teófilo de Antioquía en el siglo segundo. Pero ese Dios en quien usted dice no creer quebró la corteza, se introdujo en la granada y comunicó con cada uno de nosotros. Desde entonces, señor Fernando Fernán Gómez, el misterio se hizo luz plena en Cristo.
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