Perdonar o perder

La película El final del Espíritu (Dirigida por Jim Hamon, 2005) Narra la historia de los misioneros (Jim Elliott y Steve Saint, entre otros) que fueron a una tribu indígena de Ecuador para hablarles del evangelio, pero fueron asesinados por los nativos. Sus mujeres (Rachel, Elisabeth, Mary…) lejos de abandonar la misión, volvieron a la misma tribu para hablarles del amor de Dios, y se quedaron allí con sus hijos pequeños, ayudando a todos. Cuando los niños crecieron, la historia desvela un momento en el que Mincayani le pide a Steve Saint hijo que le mate porque él había asesinado a su padre; pero el misionero no lo hace porque Dios le ha enseñado a perdonar. Con el paso del tiempo, Steve aprenderá a amar a Mincayani como si fuera su propio padre.

Nos cuesta mucho comprender que la raíz del perdón es el amor: Sólo quien ama puede perdonar de verdad. Cualquier otra decisión tomada con una motivación diferente, simplemente nos lleva a “componendas” que tarde o temprano se vienen abajo. Dios ama y por eso perdona; y nos dice que debemos amar ¡incluso a nuestros enemigos! Sólo el amor puede dar a luz al perdón.

Si lo pensamos bien tanto el amor como el perdón son, en muchas ocasiones,  el producto de una decisión. Decidimos amar y decidimos perdonar. Amamos a algunas personas por muchas razones diferentes: porque son de nuestra familia, porque queremos, porque nos hacen bien, etc. Incluso a veces puede que no sintamos nada, pero hemos decidido amarlos por algún motivo; lo mismo hacemos cuando perdonamos. A menudo dependemos de nuestros sentimientos, pero en otras ocasiones amamos y perdonamos simplemente (¡!) porque hemos decidido hacerlo.

Cuando perdonamos estamos expresando de una manera real, que lo más importante son las personas, no lo que ha ocurrido. “Prefiero perdonar antes que perder mi relación contigo” Eso es lo que realmente estamos enseñando a la otra persona cuando la perdonamos de verdad. Eso es lo que Dios hace con nosotros cuando nos perdona. ¡Es lo que Dios nos está gritando desde la cruz! “Hago lo que hago porque me preocupas tú, porque te quiero a ti, porque no quiero perder mi relación contigo, tú eres más importante que lo que has hecho, por eso extiendo mis brazos…”

Comprender algo tan “sencillo” como eso, es la fuente de nuestra libertad.

Porque el perdón nos libera y quita la amargura de dentro de nosotros. Nos hace olvidar el resentimiento y nuestros deseos de venganza. La gracia nos regala la libertad ¡Que mejor que vivir continuamente con la actitud del salmista ante cualquier situación! “Guarda silencio ante el Señor; espera con paciencia a que El te ayude... deja el enojo porque eso empeora las cosas” (Salmo 37:7-8)