El primer volumen de la trilogía,
Más allá del planeta silencioso (1938), recrea imaginativamente la cosmovisión medieval, que tan bien conocía el profesor de Oxford, pero con los recursos imaginativos de la
ciencia-ficción, que tanto le desagradaba. En el Cielo Profundo, los planetas están guiados por inteligencias (
Oyarsas) que, con la excepción de la Tierra, obedecen a
Maleldil. Sólo la Tierra está “desplazada” y gobernada por un
Oyarsa oscuro, el Aberrante. Nuestro mundo es por eso el Planeta Silencioso,
Thulcandra, porque está aislado del amor y la armonía del Cielo Profundo.
Es evidente que Lewis intenta contraponer una visión del mundo cristiana, a la obra de autores como H. G. Wells, aunque el escritor comentó en 1939 a una religiosa anglicana, con la que mantenía correspondencia, “que entre sesenta recensiones, sólo hubo dos, que parecían conocer que mi idea de la caída del Aberrante era algo más que una invención mía”. Lewis observa a la Hermana Penélope que “hoy día se puede infiltrar en las mentes de las personas cualquier dosis de teología, siempre que se haga bajo la forma de una novela, y no serán conscientes de ello”.
LA CONQUISTA DE UN MITO
C. S. Lewis tuvo una conversación en 1937 con su amigo J. R. R. Tolkien sobre lo poco que les gustaban las historias que se hacían entonces. “Me temo que tendremos que intentar escribirlas nosotros”, dijo Lewis. Es así como acordaron que Tolkien escribiera una historia sobre un viaje en el tiempo y Lewis sobre una travesía espacial. El relato de Tolkien,
El camino perdido, fue su único intento en describir el siglo pasado. Es la historia de un padre y un hijo, académicos, interesados en las leyendas e historias del mundo antiguo, pero no tardan unas páginas en descubrir que son descendientes de héroes del pasado, trasladando la acción a la época de los elfos. El fragmento que se conserva de esta historia, con un bosquejo del argumento, nos muestran las grandes diferencias que hay entre la obra de Lewis y Tolkien.
El viaje interplanetario que escribió entonces Lewis,
Más allá del planeta silencioso, lo describe a su amigo Lancelyn Green, como “una mitología” que simplemente quiere “conquistar”, desde un punto de vista cristiano. Era por lo tanto una respuesta de fe, a la obra de Wells (como dice en la nota al principio del libro), aunque siempre defendió sus
Primeros hombres en la luna. De hecho, su descripción del paisaje extra-terrestre, inspiró la poderosa visión onírica de Venus en
Perelandra, la obra que continua la trilogía en 1943. Aunque Lewis siempre dijo que su principal referente era un autor llamado David Lindsay, que consideraba “el primer escritor en descubrir que
otros planetas pueden ser realmente buenos para la ficción”.
TEOLOGÍA NOVELADA
Independientemente de las fuentes de Lewis, lo cierto es que esta es una obra extraña y original, precisamente por esa curiosa combinación de ciencia-ficción con la fe cristiana. Lo que él llamaría,
teología novelada. Aunque las dos primeras novelas, siempre negó que tuvieran un carácter didáctico, en la tercera,
Esa horrible fortaleza (1945), dice el prólogo que expone el tema de su ensayo
La abolición del hombre, como “un cuento sobre demonología”. Porque “para construir
otros mundos, plausibles y emocionantes, tienes que basarte en el único
otro mundo real que conocemos, que es el del espíritu”, escribe en su ensayo de homenaje a Charles Williams, otro escritor cristiano del grupo que formaron bajo el nombre los
Inklings.
Lewis empieza a escribir ficción, cuando estaba estudiando en la Universidad
El Paraíso Perdido. Por lo que es la alegoría puritana de Milton, la más clara influencia de su
Trilogía Cósmica. Como ella, algunos lectores de esta obra, pueden disfrutar de estos libros, a pesar de su trasfondo cristiano. Pero
la mejor manera de leerla es como dice la escritora cristiana de novelas de detectives, Dorothy Sayers, en una carta que escribió a C. S. Lewis: “aceptando que es simplemente una historia de viajes por el espacio, hasta que de repente, casi al final, uno diga: ¡sí esto es una historia sobre el cristianismo!, ¡Maleldil es Cristo!, ¡y los eldila, ángeles!... Entonces es “como si dos mundos totalmente diferentes, coincidieran de repente, como en un estereoscopio, formando algo inolvidable”…
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