El autismo suele encontrarse con la incomprensión en las iglesias.
Las iglesias evangélicas no suelen tener demasiado interés en llegar a los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA). La frase suena demoledora, y lo es, pero no por ello es menos cierta. Según un estudio de una universidad norteamericana, los niños con TEA asisten a sus comunidades religiosas la mitad de veces que los niños sin este tipo de trastorno neurobiológico del desarrollo. Teniendo en cuenta los beneficios que esta relación de comunidad tiene tanto para ellos como para sus padres, no son datos para sentirse orgulloso. “El hecho de que les cueste relacionarse no significa que quieran estar solos, la iglesia en esto puede ayudar muchísimo” nos explicaba Adrián Gurpegui hace unos meses en Protestante Digital, padre de un joven, Àlex, que tuvo que lidiar con el Síndrome de Asperger.
Si bien es cierto que dicho estudio no específica las comunidades religiosas, es decir, no puntualiza qué tal lo hacen los evangélicos en esta área, el autor del mismo es, precisamente, un sociólogo evangélico, Andrew Whitehead. El autor explicaba a Christianity Today su propio testimonio, con dos hijos con autismo. Una experiencia de vida que pasa por la incomprensión y por largos periodos sin asistir a ninguna iglesia al “no tener fuerzas” para seguir buscando un lugar donde reunirse y tener que explicar de nuevo las necesidades específicas de sus hijos. Unas necesidades que la mayoría sólo vemos de forma puntual un día a la semana, pero que para otras familias es una realidad 24/7.
El diagnóstico es un momento complejo para la familia: afecta al paciente, a la familia, a un proyecto de vida y a la dinámica de todos sus miembros. Muchas veces es la confirmación de algo que ya se intuía, y más últimamente con el aluvión de información que tenemos disponible en Internet. Demasiadas veces se llega al diagnóstico tarde, tras ir dando tumbos entre consejos y visitas, caras, a profesionales. Si a esto le sumamos una sociedad inadaptada a la diferencia, la vida se pone muy cuesta arriba. Y si además hay que añadirle la incomprensión de la comunidad de la fe, la senda se torna impracticable.
La realidad que revela el estudio es que la exclusión que viven los pequeños y jóvenes con TEA también se extiende a aquellos niños con desórdenes de conducta, con dificultades para el aprendizaje o TDAH, cuya participación en las iglesias sigue siendo inferior a la media. Una simple mirada de aquella persona del banco de delante, un comentario fuera de lugar, juzgar desde la soberbia el trabajo de los padres: “¿Estos padres no saben controlar a sus hijos?”. Simples detalles o toscos ataques que pueden ser demoledores en ciertos momentos. Así que, sí, las iglesias tienen una persistente deficiencia en comunicarse con personas con este tipo de problemas de relación social.
UN CUERPO QUE SE ADAPTA
Algunos pueden argumentar que no estamos preparados para llegar a estas personas, que no sabemos cómo hacerlo, que no tenemos los recursos materiales ni especialistas en la materia. Para Jordi Torrents, pedagogo con amplia experiencia en convivir con personas con alguna discapacidad y colaborador habitual de Protestante Digital, esto son meras “excusas” por cuanto en la iglesia se adaptan todo tipo de formatos “a niños de cinco años, a adolescentes, a parejas, a familias, a mujeres y a hombres por separado”, cada uno de estos grupos “con necesidades específicas”, y nos preparamos para ello. Los evangélicos “somos expertos en adaptarnos”, concluye. La pregunta que se debe hacer la comunidad cristiana es si vamos a hacer ese esfuerzo para este colectivo.
Después de todo, la respuesta que daremos a estas necesidades tiene que ver con nuestra teología, con nuestra ética, con nuestra forma de practicar nuestra fe. Cómo vamos a dar la bienvenida a estos niños y a sus familias, cómo vamos cuidarlos y aprender de sus vidas, cómo vamos a adaptarnos y a que formen parte de ministerio y el testimonio de la iglesia. Porque ¿no somos un solo cuerpo en Cristo?¿No debemos de llevar las cargas los unos de los otros? Pero nuestro cuerpo tiene muchas partes, y Dios ha puesto cada parte justo donde él quiere. 1º Corintios 12:18 NTV.
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