“Mis hijos quieren hacer deporte, pero eso implica que no podrán ir a la iglesia muchos domingos”. ¿Qué hacer?
La vida con blancos y negros es más simple, pero no suele ser la mejor opción en muchas situaciones. Esto ocurre en una de las cuestiones que de forma recurrente se plantean las familias por estas fechas y que, cómo en cierta manera la vemos como una mera trivialidad, no le damos una respuesta meditada. He aquí la cuestión: “Mis hijos quieren hacer deporte, y a mi también me gustaría que lo hicieran; pero eso implica que no podrán ir a la iglesia muchos domingos”. Esta es una situación que se plantean muchas familias y cuya respuesta no encontramos en un libro de instrucciones. En ocasiones, al buscar consejo, muchos sienten que se les vomita una serie de versículos desprovistos de cualquier contexto para justificar una toma de decisión simplona: blanco o negro.
Pero ¿al fin y al cabo, no es cierto que los partidos coinciden con el culto del domingo por la mañana? Sí, generalmente sí. Sin embargo, la cuestión tiene otros enfoques porque ¿acaso la cristiandad ha de renunciar a ser sal en las competiciones deportivas? Si a una adolescente de nuestra iglesia, con todo su bagaje en valores y conocimiento bíblico que lleva a sus espaldas, le gusta jugar en un equipo de fútbol ¿hemos de renunciar cómo familia a ser de testimonio entre las otras familias con las que compartimos un interés común? Seguro que casi todos los cristianos nos alegramos con aquella imagen de la selección panameña en el mundial de Rusia del pasado verano orando de rodillas. ¿Cómo pudieron llegar allí sin haber jugado en competiciones infantiles y juveniles antes? ¿Se puede gestionar esta situación de una manera equilibrada?
Sinceramente, creo que la respuesta es que sí, que podemos encontrar soluciones porque nuestra relación con Dios no se debe basar nunca en exclusiva en el servicio dominical, aunque este tenga una importancia notable en nuestra vida espiritual. Entonces ¿qué podemos hacer? ¿hay solución al dilema? Aquí te dejo cinco elementos para la reflexión y, por supuesto, esperamos también que nos des tu opinión.
1. Los valores del deporte.
El deporte tiene algunos valores que son muy positivos para la vida y que están también enraizados con la Palabra de Dios. El fair play, la disciplina, el esfuerzo, el compañerismo o la solidaridad son aspectos que podemos reforzar desde una perspectiva bíblica. Y por supuesto también aquellos negativos, como el egocentrismo, la vanagloria, la búsqueda de fama y riqueza, o las peleas. Todas cuestiones que tienen una relación directa con los que es el fruto de la carne. Las máscaras caen cuándo practicamos un deporte.
2. La espiritualidad en familia.
Delegar en la iglesia o en la escuela dominical la formación espiritual de nuestros hijos es una negligencia. Estas dos instituciones son una ayuda fundamental en nuestra labor, pero no la base. Los padres son los maestros, los sacerdotes y los intercesores, aquellos que debemos proveer alimento espiritual para la formación de nuestros hijos. En un momento en que podamos perder parte del apoyo eclesial por la práctica del deporte u otra cuestión –enfermedad, traslados, …-, hemos de reforzar nuestro compromiso en esa área.
3. Buscar momentos para reunirte y alabar con los hermanos.
Los cultos son los domingos… o no. Las familias deberíamos “forzar” situaciones en las cuáles podamos convivir con nuestros hermanos. Una salida al campo un sábado, le célula en alguna casa, campamentos de iglesia, una improvisada reunión de alabanza en el templo. Ya que nos perderemos buena parte del alimento espiritual que podemos disfrutar durante el culto de alabanza, seamos proactivos en buscar la comunión con la familia de la fe en otros momentos a lo largo de la semana.
4. Una iglesia atenta.
Aunque la responsabilidad central recaiga sobre la familia que toma esa decisión, la iglesia como comunidad debería estar atenta a esa realidad y tratar de estar cerca de esas familias. Puede que la decisión la hayan tomado ellos, pero nuestro compromiso con la familia de la fe es poder suplir esas necesidades. Puede ser que la familia en cuestión sean una unidad tremendamente comprometida con el Señor y hayan tomado una decisión en madurez, pero quizá no sea la realidad. El hecho de que alguna familia no vean inconveniente en no ir a la iglesia es síntoma de una situación espiritual precaria. Debemos estar atentos, como hermanos, a esa realidad.
5. La integridad de la vida cristiana.
Para finalizar, pero no menos importante, es necesario que transmitamos a los jóvenes deportistas desde la familia, desde la iglesia, desde la pastoral, que la vida cristiana es una cuestión de integridad, estés donde estés y hagas lo que hagas. Si vas a jugar a fútbol, hazlo para la gloria de Dios, práctica ese deporte como Jesús hubiera jugado.
Y, por supuesto, si identificas que el deporte te está alejando de Dios, quizá sea el momento de tomarte un descanso, sentarte en el banquillo y tener una charla con el Entrenador.
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