Cuando sabemos que Dios conoce nuestro corazón, le amamos e intentamos no hacer nada que le deshonre. Cuando amamos a Dios, descubrimos nuestro honor.
En el poster que anunciaba la oscarizada película Carros de fuego, está escrita una frase que define las motivaciones de Eric Liddell y Harold Abrahams, los dos atletas sobre los que gira la trama: “Esta es la historia de dos hombres que corrieron no sólo para correr, sino para probar algo al mundo. Lo sacrificaron todo para conseguir su meta. Todo, menos el honor”.
¿Por qué el honor es tan importante? Lo era para los protagonistas de la historia real basada en los dos atletas que compitieron en los juegos olímpicos, pero debe serlo también para nosotros cuando hacemos lo que tenemos que hacer porque es lo correcto ¡No por las recompensas, los aplausos ni tampoco por las consecuencias! ¡Si viviéramos así, este mundo sería muy diferente!
Pero para fortalecer nuestro honor, tenemos que sacar tiempo para mirar dentro de nuestro corazón: Necesitamos ser personas limpias, incorruptibles; porque cuando dejamos de serlo, perdemos nuestra identidad ¡Ya no somos nosotros mismos! Puede que muchos prefieran mirar hacia otro lado y esconder su honor para ganar más dinero o alcanzar más poder, pero… nuestra conciencia nos señala una y otra vez que eso no es correcto. Y quien no lo ve así, es porque ya la ha “domesticado” por completo, ¡ya ni sabe si tiene conciencia! Jesús dijo que la sal deja de ser sal cuando se vuelve insípida; de la misma manera, cuando dejamos de ser personas de honor, comenzamos a corrompernos por dentro y ayudamos a que lo que nos rodea se corrompa más todavía.
Es curioso que cuando nadie sabe lo que realmente pensamos, podemos aparentar, incluso vivir de una manera absolutamente contraria a lo que hay dentro de nosotros llevando una doble vida o una triple vida… Quizás nadie se da cuenta porque no saben lo que hay dentro de nosotros, pero Dios ve nuestro corazón y no podemos engañarle. ¡Tenemos que aprender a vivir siendo transparentes, leales, personas de honor! En nuestra vida personal, familiar, en las relaciones, el trabajo, ¡en todo! Esa es la razón por la que en algunos países no hay “vigilantes” para ver si pagas el transporte público, o si eres un buen ciudadano, o hay pocos inspectores de hacienda: Cuando sabemos que Dios conoce nuestro corazón, le amamos e intentamos no hacer nada que le deshonre. Cuando amamos a Dios, descubrimos nuestro honor.
Pero… tengo que darte una “mala” noticia para terminar: el honor casi siempre trae consigo el sufrimiento, porque vivimos en un mundo malvado. Aún así, esa es sólo la apariencia, porque Biblia dice que Dios jamás se olvida de lo que hacemos “Los que sufren según la voluntad de Dios, deben seguir haciendo el bien y deben poner su alma en manos del Dios que los creó porque El es fiel” (1ª Pedro 4:!9). ¡Es Dios quién tiene la última palabra en todo! No los corruptos, ni los mentirosos, ni los engañadores, ni los arrogantes, ni los pretenciosos…
Por eso, a veces el honor no tiene tanto que ver con lo que decimos, sino con lo que sabemos callar.
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