Me doy cuenta en este momento que al ver o escuchar la frase del título, ésta podría interpretarse en dos sentidos. Uno sería “El País clama por decencia”, con referencia al conocido diario que voy a citar en este artículo. La otra sería “El país clama por decencia” con referencia a la sociedad española de hoy, en la cual la indecencia en forma de conducta corrupta de personajes distinguidos parece campear a sus anchas. Mi título para este artículo tiene ambos sentidos.
Vayamos por partes.
En la página editorial de El País del sábado 14 de este mes de setiembre, hay un artículo de Víctor Gómez Pin que se ocupa del descreimiento de la sociedad española respecto a la política. Y me encuentro con estas frases: “¿Por qué no reivindicar un papel elevado e idealista de la política? Desde su origen este fue el motor de la dedicación profesional del político: articular un ideal por cambiar las cosas en la práctica. Pero requiere un factor esencial a la hora de esa práctica: la ejemplaridad. Es un rasgo moral que enaltece al político, sin el cual el político es un mero arribista. Hoy más que nunca aparte de la formación y de la capacitación para gestionar y dirigir se precisa honestidad y decencia. Exijámoselas a aquellos que se presentan a las urnas”.
[1]
Por otra parte en El País del jueves 12 de setiembre el Premio Nobel Mario Vargas Llosa habla de El héroe discreto, su más reciente novela que retrata también la política y la lucha contra la corrupción en su patria peruana. El novelista destaca la importancia de la decencia y afirma “La gente decente es la reserva moral para el futuro de un país y cuando un país pierde esa reserva moral entra en bancarrota aunque las cifras económicas digan que progresa. Lo que hace que verdaderamente progrese una sociedad son los héroes anónimos.”
Reflexionando sobre estas lecturas decidí ir al Diccionario del uso del español de María Moliner para ver lo que significa la palabra “decencia”.
Me encontré con una rica y valiosa lección de ética. Decencia es la cualidad de decente y “decente” tiene una gran riqueza de significado. Su raíz latina nos lleva a “decere” que significa convenir. Y que aparece en palabras como decoro, decorar, adecentar, condecente, condecorar e indecente.
Se aplica a las personas y a sus acciones y sus cosas. Las variantes de significado son interesantes por decir lo menos. En primer lugar significa honrado o digno, incapaz de acciones delictivas o inmorales. También comporta frecuentemente la idea de modestia de posición social como cuando se dice “Es una muchacha decente que se gana la vida con su trabajo”. Asimismo la idea de honesto o moral desde el punto de vista sexual como cuando se dice de un escote que no es decente o de un espectáculo que es indecente. Y hay un significado que llama la atención en la palabra decoroso: “sin pobreza o miseria, pero sin lujo”. Una casa decente sería una casa no demasiado pequeña, tal que permita vivir decentemente. Significa también limpio y ordenado como cuando decimos “Voy a poner decente este cuarto”.
Que el país clama por decencia significa que hay conciencia del papel que juegan las virtudes para permitir que se construya una sociedad en la cual valga la pena vivir. Esta creciente conciencia de la necesidad de la virtud no puede sino alegrar al cristiano para quien la vida según el ejemplo de Jesucristo es una vida virtuosa. En las exhortaciones bíblicas a cultivar las virtudes que Cristo encarnó encontramos un modelo de “decencia”, eso que Pablo describía como una manera de andar digna del Evangelio (Ef 2:10; 4:1-6) y Juan como “andar en la luz” (1 Jn 1: 5-7). La experiencia cristiana auténtica ofrece por una parte un ideal de vida y por otra una fuente de poder para vivir conforme a ese ideal.
Una de las cosas dolorosas e indignantes en los procesos judiciales por corrupción que afectan a tantas figuras públicas indecentes, es que casi todos ellos son gente adinerada y de alta posición social, por así decirlo. No es la necesidad la que los empuja a desviar fondos, ocultar donaciones o corromper funcionarios. Es más bien la codicia, la falta absoluta de dominio propio. Lo más triste es que algunas de estas personas son religiosas, pero claro está, se trata de ese tipo de religiosidad popular que no transforma moralmente a las personas.
Y pensándolo bien se me ocurre una cosa más.
Esta semana pasada la “Asociación Cultural Evangélica Jorge Borrow” homenajeó a tres figuras destacadas del pueblo evangélico español: José María Martínez, José Grau y Pablo Wickham.
Y pensando en todo lo que significa la decencia, me alegra profundamente que
estos tres hermanos, a quienes tengo el privilegio de conocer, son además de maestros y escritores, personas decentes.
Son ese tipo de persona que tanto necesita la sociedad española de hoy. Lo son, porque cada uno a su manera ha sido fiel al Evangelio y ha tratado de vivir conforme al modelo de Jesús, confiado en el poder del Evangelio, creciendo en edad, en gracia y en sabiduría para gloria de Dios.
Y con su ejemplo nos siguen ayudando a todos, en este país que clama por decencia.
[1] Adolfo García Ortega, “Cómo volver a creer en la política”,
El País 14-09-13,p. 30.
2 Winston Manrique Sabogal, “La ilusión de vivir como un inmortal”,
El País 12-09-13,p.42.
Si quieres comentar o