Los flamencos fueron una minoría, que, junto a franceses, alemanes e ingleses, desempeñaron un importante papel en la introducción y divulgación del protestantismo en España.
Insistíamos en anteriores artículos en el aspecto español, autóctono, de la Reforma protestante. En este artículo nos fijaremos en la influencia de los extranjeros en la divulgación del Evangelio y en la formación de congregaciones con las formas luteranas o calvinistas de culto.
“Durante más de dos siglos, de 1504 a 1714, los Países Bajos meridionales formaron parte del Imperio español, el primero en el que nunca se ponía el sol, según se decía. Este período no está grabado en la memoria colectiva del pueblo belga como el mejor período de su pasado. A la época española se la suele identificar con el intolerante y riguroso rey Felipe II, con el cruel duque de Alba, con la Furia española, con la ruina económica de Amberes y, por supuesto, con la Inquisición española. Sin embargo, los contactos intensos entre ambos países han ofrecido a Flandes algo más que sangre y lágrimas.” (Inhoud, 2001, pág. 378)
A través de los documentos inquisitoriales también podemos tener una aproximación al hecho religioso y social de los flamencos en España (Werner, 1990, pág. 167) Los flamencos no suponen un grupo de la categoría de los judíos y moros, pero si sería una minoría importante, que, junto a franceses, alemanes e ingleses, desempeñaron un importante papel en la introducción y divulgación del protestantismo en España. No solo Schäfer y Longhurst son los que nos dan noticias del protestantismo flamenco en España, sino también otros como Van Durme “Neerlandeses ante la Inquisición en España” que aunque solo están enumerados sin un verdadero estudio, son otra aportación a la historia del protestantismo español. La mayor parte de los flamencos se situó en Sevilla, en el final de la ruta comercial que vinculaba Flandes con Inglaterra, Bretaña, la costa Cantábrica y Andalucía donde estaba el eje del tráfico marítimo con ultramar.
Para Werner Thomas (Werner, 1990, pág. 167) la persecución de los Inquisidores contra los flamencos estaba relacionada con la situación económica y social de estos y la posible integración en la sociedad con los problemas religiosos que ello comportaría. Los artesanos eran casi siempre descendientes de familias flamencas y brabanzonas estando entre su seno impresores, cajistas y pintores de Amberes, tejedores y sastres de Mons, Tournai y Bruselas, vidrieros, destiladores de agua y aguardiente, toneleros y zapateros de Brujas, Gante y Utrech. No hemos de olvidar que muchos de la Corte y guardia personal de Carlos V eran flamencos, muchos de ellos protestantes, “contagiados de las nuevas doctrinas” como indicará Menéndez Pelayo en el caso de la condena en la hoguera de San Román, cuyos arqueros tomaron de sus huesos por considerarlo mártir.
En los autos de fe de las últimas persecuciones intensas en los años 1583-1586 salieron sobre todo marineros holandeses, aunque todavía en 1617 el pintor de Amberes, Juan Garet, fue condenado en Sevilla. Sería la Inquisición de Toledo sin embargo la que más flamencos condenó, pues en Alcalá de Henares, donde estaba la Universidad, esta ejercía una intensa fascinación sobre impresores y cajistas de Amberes. El Alcázar de Toledo albergaba en sus alrededores una extensa colonia de zapateros neerlandeses y sería el tribunal toledano el que penitenció al último flamenco en 1724, aunque otros oriundos de Flandes como Johannes Bartholomeus Aventrot en 1633 y Juan de la Barre en 1656 levantarían mucha inquietud.
Este comerciante flamenco, Aventrot, afincado durante muchos años en Canarias, desde donde se preocupaba y colaboraba con la Corona para negociar con Perú y Cuba, escribió a los reyes Felipe III y Felipe IV defendiendo la libertad religiosa en los Países Bajos y en América. Añadiendo que las colonias en América deberían leer la Biblia en su propia lengua y separarse de la Iglesia Romana. Ni los servicios prestados, ni el dinero que se le debía, impidieron que Felipe IV le entregara a los inquisidores, quienes le quemaron vivo en Toledo el año 1632.
En Madrid también los flamencos tuvieron un status particular, porque era una categoría de militares, criados y cantores de la capilla de Felipe II, que, junto a los arqueros, guardias de corps de la casa de Borgoña, compondrían estos una especie de mosqueteros españoles al servicio del monarca y de varios prominentes castellanos. Madrid en el siglo XVI también contó entre sus habitantes, con población flamenca entre sus barberos y cirujanos, sastres, destiladores de agua, ensambladores, entalladores y todos los artistas de la Corte según exagera Bennassar. Se establecerían también en diferentes lugares de España: Santiago de Compostela, Logroño, Zaragoza, Barcelona, además de Sevilla y Toledo; Llerena, Valladolid, Córdoba, etc.
Dice (Werner, 1990, pág. 170) que “no es posible que una ciudad como la de Valladolid, que conoció ya a mediados del siglo XVI una divulgación importante del luteranismo dentro de sus muros y que contó además con no pocos flamencos entre la población urbana, condenó en toda su historia solamente a “once”. Es probable que muchos de los emigrantes flamencos no viniesen por motivos religiosos o de seguridad, sino por estar acuciados por motivos económicos y España estaba en disposición de absorber mano de obra, ambos en combinación con los disturbios religiosos en los Países Bajos ya incipientes con Carlos V. Además, se han perdido los procesos en los que podíamos conocer las motivaciones de la emigración, aunque todo apunta a que muchos de ellos buscaban una paz religiosa en sus corazones que no encontraban en su tierra ya que muchos padres eran el uno católico y el otro luterano, los unos papistas y los otros reformados, unos con Lutero y otros con Felipe II y la religión católica.
Habían vivido en un mundo de verdades divididas por la mitad, generación errante en busca de pruebas, en busca de sentimientos nuevos que les alejasen de la indiferencia. Una historia, en la que el final es lo de menos, se refiere a este desarraigo religioso en el XVI:
“Antonio de Vacmacras nació en 1566 —año de los estallidos de iconoclastia—en Breda, como hijo de padre católico y madre luterana. Su padre le enseñó la religión católica y le envió a una escuela católica, donde Antonio aprendió a leer y escribir y un poco de latín. Sin embargo, su padre murió cuando él tenía diez años. De repente cambió toda su educación. En lo sucesivo, su madre le instruyó en la fe luterana, le envió a un maestro luterano y le hizo leer biblias y Evangelios luteranos. (Así se expresa Werner Thomas). Entretanto, Antonio trabajó como aprendiz de orífice (joyero), aunque su madre le prohibió forjar imágenes de santos y otros objetos de carácter religioso. Pero el chico siguió con el deseo de vivir como católico. No entendía la rivalidad y la discordia entre las diferentes tendencias protestantes. Algunos parientes lo advirtieron y empezaron a llamarle desdeñosamente idólatra. Desde entonces asistió de nuevo a las ceremonias católicas, aunque sus parientes, bajo cuya tutela estaba al morir su madre, trataron de impedírselo. Antonio decidió huir. A inicios de 1584 se embarcó en un puerto zelandés rumbo a Sevilla. Buscando trabajo, llegó por fin a casa de unos herreros flamencos en Cuenca, donde se definió en la tarde del 17 de abril de 1586 ante el inquisidor Alonso Jiménez de Reinoso.
El problema de muchos flamencos en España fue esa actitud crítica hacia la idiosincrasia, cultura y religión españolas. Ese no saber callarse (“ante el Rey y la Inquisición chitón”) y el contraste de pensamientos e ideales entre emigrantes y autóctonos, hicieron que muchos flamencos volviesen desilusionados. La pobreza también llegó a muchos de ellos: Jayme de Lara, un tapicero de Amberes, tuvo que justificarse en 1570 ante la Inquisición de Valencia a causa de varios dichos y actos calificados como heréticos, entre otras cosas de haber trabajado en domingos y días festivos. De un examen más detenido de los testigos constó que De Lara no tenía otro remedio que trabajar en estos días para buscarse la vida. Enrique de Loe, impresor antuerpiense, adquirió la misma costumbre en La Rochela, entre los hugonotes, aunque por motivos religiosos. Juan Bautista, un mozo de veinte años, sin profesión, se embarcó en 1556 rumbo a Laredo con la intención de buscarse un buen pasar en España. Completamente solo viajó desde Laredo a Burgos, Valladolid y Toledo, “E no halló en que trabajar”. Por fin llegó a Ocaña, donde unos notables locales le tiraron de la lengua al vender sus guantes. Pocos días después se encontró en las cárceles de la Inquisición, acusado de luteranismo”.
La pobreza, el vicio del vino y la vida poco estable de estos flamencos hicieron que los españoles no tardarán mucho en desarrollar los prejuicios que desde la época de Felipe el Hermoso y, ante todo, de Carlos I existían en la Península, calificando a los habitantes de los Países Bajos de borrachos, herejes y seres inmorales”. Esta situación dio lugar a una “leyenda negra” inversa, que afectó también a los inquisidores. El mero hecho de ser flamencos les cargó de sospechas participadas, tanto por los inquisidores como por el pueblo español.
Werner sigue la corriente historiográfica de que el luteranismo en España, era algo inventado por los inquisidores. El “protestantismo débil”- para Werner Thomas- supuso un círculo vicioso de interpretación ya que los inquisidores condenaban con arreglo a las proposiciones de los edictos, y lo que aparece en los procesos es la repetición, puesta en boca de los reos, de las clausulas y apartados del libro de Inquisidores o de los edictos. Nosotros ya hemos comentado que también ocurría el fenómeno inverso, donde teólogos luteranos bien formados y de probada experiencia fueron procesados por nimiedades doctrinales luteranas, como la intercesión de los santos. Werner se hace las mismas preguntas de si serían católicos estos flamencos, cuando en su mayoría era luteranos: “¿eran de verás todos protestantes o solamente católicos no muy desviados y por motivos ni siquiera religiosos? La pregunta tendría que haberse planteado en estos casos al revés, pues se suponían protestantes algo desviados, pero no católicos. Werner entra en la dinámica de minimizar y hacer católico todo lo que se mueve, aunque se procesase por proposiciones luteranas a media España. En todo caso siempre estaremos en la cuerda floja historiográfica, mientras no tengamos de cada caso, un mínimo conocimiento de su teología luterana o católica. Pero además dice Werner que había muchos más negociantes honrados y artesanos celosos que nunca tuvieron problemas con la Inquisición, ni tuvieron problemas para integrase.
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