El triunfo de Barack Obama en las elecciones que acaban de celebrarse en los Estados Unidos me ha traído a la memoria la experiencia de mi primera visita a ese país en junio de 1959.
Iba yo con la curiosidad y expectativa propia de quien ha escuchado a los misioneros evangélicos estadounidenses alabar a su país y su constitución. También recordaba mi lectura de ese bestseller de las décadas de 1940 y 1950 por el británico H.G. Wells
Breve historia del mundo, en el cual muchos lectores de mi generación, contemplamos un resumen magistral de la historia universal.
En un capítulo acerca de los Estados Unidos, Wells decía que esa sociedad era el experimento social más audaz que se había emprendido en la historia del mundo, refiriéndose a la extensión de su territorio, a la confluencia de personas de todas las clases y razas, y a la tendencia igualitaria de la cultura que se proponía hacer llegar a todos los habitantes productos culturales como la literatura o la música, que en Europa habían sido privilegio exclusivo de las élites y la aristocracia.
Cuando luego de unas semanas nos preparábamos con mi esposa para dejar Estados Unidos y volver al Perú, tuvimos que viajar en autobús desde Nueva York hasta Miami, un viaje de más de veinte horas, de norte a sur a lo largo de la costa atlántica. Habíamos llegado con minutos de retraso y el conductor del autobús guardó nuestro equipaje y nos abrió la puerta de muy mala gana. El autobús estaba lleno de pasajeros de diversas razas y tuvimos que tomar los asientos de la última fila.
Después de tres horas de viaje por los estados de Nueva York, Nueva Jersey y Pennsylvania, entramos al estado de Virginia, primer estado “del Sur”. El autobús paró para comer. Y allí nos dimos con la gran sorpresa de nuestra vida: los comedores, servicios y salas de espera eran de dos clases: “Para blancos” y “Para negros”. Como no soy blanco, con una risita nerviosa le dije a mi esposa “¿A cuál voy yo?” Fuimos al de blancos y no pasó nada. Pero al embarcarnos de nuevo, con una sonrisa inesperada, el conductor nos indicó que podíamos sentarnos donde quisiéramos en los asientos de adelante. A partir de ese punto todos los pasajeros negros pasaron a sentarse en las últimas filas. ¡El conductor me consideraba blanco honorario! Muchas otras experiencias nos mostraron lo que era la profunda e increíble segregación racial en los estados del Sur.
En mis posteriores visitas a Estados Unidos, en las décadas de 1960 y 1970 fui testigo de las tensiones sociales que había empezado a generar la lucha de los negros por poner fin a la abierta y cruel segregación racial que practicaban los blancos, y que la mayoría de los protestantes conservadores o “evangélicos” aceptaban pasivamente. Fue la década en que surgió la figura heroica de Martín Luther King y su lucha no violenta, que consiguió atraer a una generación, y acabar con la segregación legal en el Sur. Como destaca su biógrafo español, el pastor Emmanuel Buch, tres cosas definían a King: era pastor, bautista y negro. Dice Buch: “Las contribuciones sociales de Martin L. King no pueden ser comprendidas en lo que tuvieron de más peculiar a menos que se las estudie en el impulso cristiano y bíblico de las que brotaron.”
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El asesinato de King en 1968 es evidencia de la resistencia de los sectores racistas blancos de Estados Unidos a aceptar la igualdad social. Y hay que recordar que los protestantes evangélicos de ese país tardaron mucho en aceptar a la persona de King y convencerse de la justicia de su causa.
Como nos recuerda Juan Francisco Martínez en su columna de Protestante Digital esta semana, las encuestas muestran que hoy en día el racismo como actitud personal básica sigue presente en la mentalidad de muchos, y que formas extremas de ese racismo tuvieron también su influencia en las elecciones de este año 2012.
Cuando en 1985 fui invitado como profesor a los Estados Unidos el Seminario Bautista del Este estaba en pleno proceso de integración. Más del 40% de los alumnos eran negros, y había buen número de estudiantes latinos y asiáticos. Tuvimos que reconocer los hechos e ir integrando no sólo el alumnado sino también la administración, el cuerpo docente y el currículo del Seminario. Aprendimos mucho en el proceso sobre lo que significa luchar como cristianos contra la injusticia y tratar de cambiar el mundo con la verdad y la esperanza que brotan de la fe en Jesucristo. Tuvimos que combatir contra la inercia, la pasividad y la desesperanza vestidas con lenguaje piadoso, y creo que todos fuimos creciendo en ese proceso.
Muchas de las ventajas de lo que aquí en España se llama “estado del bienestar” parten de una convicción acerca de la igualdad básica de los seres humanos.
La sociedad católica feudal de la Edad Media no creía en la igualdad fundamental de los seres humanos: había señores y siervos y el orden social reflejaba la superioridad innata de unos sobre los otros. Llevó tiempo, creatividad y una lucha en la que el Protestantismo jugó papel decisivo, el cambiar la mentalidad de la Europa feudal
En la vida política de hoy hay quienes siguen creyendo en los valores feudales, la idea de igualdad les molesta y creen que hay que ir desmontando las instituciones que se basan en el principio de igualdad.
Como evangélicos recordemos la enseñanza paulina. En su discurso del Areópago en Atenas el apóstol Pablo afirmó “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay…de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra…” (Hch 17: 24, 26). Y en su enseñanza pastoral sobre lo que ha de ser la vivencia de la comunidad de creyentes en Cristo, afirma de manera rotunda: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28).
La convicción bíblica sobre la igualdad alcanza un tono ético comprometedor en unas palabras de Job, cuando éste defiende su integridad: “Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿y no nos dispuso uno mismo en la matriz” (Job 31: 13-15).
Le esperan años difíciles de gobierno al presidente Barack Obama en esta nueva etapa. Muchas de las medidas que propugna su programa parten del principio de igualdad que está escrito hasta en la propia constitución de los Estados Unidos. No digo que toda su agenda sea representativa de valores cristianos. Pero cosas como poner la salud y una buena educación al alcance de todos son una manera de aplicar el principio de igualdad. Sin embargo, quienes hacen de la codicia la pieza fundamental de sus ideas de cómo hay que organizar la sociedad, no quieren una agenda igualitaria. Así pues, los evangélicos en los Estados Unidos tienen planteado un tremendo desafío ético y político para los años que vienen.
[i]Emmanuel Buch Camí,
Martin Luther King, Fundación Emmanuel Mounier, Madrid, 3ra ed. 2001, p. 13.
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