Parábola de los tres saludos

Un trabajador de una grande fábrica de alimentos, casi al terminar su jornada laboral del segundo y último turno, quiso comprobar que todo quedaba conforme; también que los productos conservados en la cámara frigorífica estaban con la temperatura adecuada. Revisó los tableros de control, que ninguna anomalía indicaban, pero, siempre celoso al extremo por cumplir con su tarea, entró al recinto.

Empezaba un largo fin de semana, con puente el lunes. Tres días sin adecuada refrigeración podrían estropear productos cuya pérdida económica superaba en miles de miles su exiguo salario. Entró, fue hasta el final de la cámara, y todo le pareció en perfecto estado. Cuando se disponía a salir, vio cómo se cerraba la pesada puerta de la cámara.

Gritó, tiró productos contra la puerta… Y nada. Ya todos se habían marchado. Empezó a desesperarse, el cuerpo perdía calor por instantes… Nuevos gritos, y nada. Pasaban los minutos que parecían horas, el frío, el frío, el frío…

Había entrado sin guantes ni demás indumentaria que se requiere cuando se trabaja dentro de una cámara. Las pestañas, el pelo empezaban a acumular escarcha. Es cuando pensó en lo peor, en que encontrarían su cuerpo congelado el martes siguiente.

Y dio los últimos gritos, golpeó la puerta ya casi sin fuerzas. Pero entonces la puerta se abrió.

Era el vigilante.

Fue inmensa la alegría del que estaba dentro. Casi sin fuerzas, y cuando el vigilante terminó de llamar a los servicios de urgencia, apenas pudo preguntar:

--¿Por qué entró usted, a esta hora, cuando por lo que sé esta ronda la debe hacer por la madrugada?

Sereno, el vigilante le contesto: “Llevo años trabajando en esta fábrica de cientos de empleados. Siempre estoy en la puerta, viendo cómo llegan y cómo salen. Pero sólo tres me saludan cuando llegan y cuando salen. Uno es usted. Hoy sólo recibí dos saludos de despedida, y eso me preocupó, pues faltaba uno. Por eso entré”.