Semana Santa, ¿una procesión de ayes como quien recoge antiguos pasos?, ¿acaso una retahíla de escenificaciones de cartón-piedra, desalmadas, pero exponiendo atavíos, escandalosos metales o una exuberante pesantez que deleita a espectadores y/o turistas?
¿Y al otro lado, por el Evangelio, cómo el entusiasmo celebrante? ¿Sólo oración, sólo discursos pared adentro, sólo descanso para los huesos? ¿Acaso el salir al mundo sea vacacionar, sin mostrar los Hechos, las Epístolas? ¿Críticas feroces al otro miembro del Cuerpo? ¿Autocríticas pusilánimes hacia nosotros mismos? ¡Caramba!
Entonces cabe preguntarnos: ¿Cuántas barcas llegan a la orilla, tras larga singladura, con la Red llena de peces? Y más todavía: ¿Qué está pasando para que en este ahora casi ya no zarpen barcas? O también: ¿Por qué la Red no se usa ni para retener amorosamente a los peces que saltan dentro de las barcas?
Cristo está a lo largo y ancho de Todo lo posible, pues estar con Él resulta una dicha Espiritual cuyo futuro siempre está en el hoy y en el ayer. Pides Luz y, desde un panal enllamarado, nace un horizonte más despejado para ti; pides consuelo y dos manos atraviesan dos milenios para que, con un sudario recién lavado, limpien de lágrimas tu rostro de mortal creyente; pides un abrazo distinto de otros abrazos, y tras sublimes peripecias, el Cristo palmea un poco de sí en tal hombro necesitado.
Viernes Santo… Domingo de Resurrección… Espíritu que del milagro se levanta: todo se comprime en la vida verdadera, en la corpulenta marejada que palmea al viento para ya quedarse siempre, sin pedir permiso. Cristo está en la galaxia de nuestro ser, si somos seguidores suyos, si somos cristianos que reconcentramos la fuerza suprema de sus parábolas, cumpliéndolas al pie de la letra, sin gafas empañadas, sin predilecciones ni discriminaciones de alguna parte del Mensaje y del Ejemplo.
Lo otro es simulacro, idolatría, humo salmodiante donde lo negro prevalece, donde todo es señuelo para aparentar que se virgina la existencia, donde se procesiona embalsamando a un Rabí que no ha muerto.
Lo nuestro es recuperar el asombro: así no nos entusiasmará el mármol o el brillo del oro, esa otra faz de la idolatría que poco cuestionamos, y eso que hay evangélicos que procesionan en pos del dinero y demás prosperidades. El asombro, la generosidad: Así compartiremos las cosas sencillas de un Reino de profundas inocencias, un Reino que está más allá y más acá de la boca y la manzana.
Cristo empieza de ser llorado, alabado desde el amanecer hasta el nuevo amanecer: tambores, homilías, capirotes, indumentarias que semejan tiempos de temor, penitencias vanas… Semana Santa es el Tiempo entero, siempre con temperatura cristiana y sin robarle nada al congénere, sin contiendas al día siguiente del domingo, sin expulsar al extranjero que resucitó del mar y las pateras.
El Cristo nuestro está en el Pez (Ichtus), pues Jesucristo es el Hijo del Dios, nuestro Salvador. Así, con el símbolo del pez, se identificaban esos primeros creyentes perseguidos. Así me identifico yo: ayer, hoy y mañana. Así nos identificamos quienes partimos de la Escritura Sagrada y buscamos practicar el Evangelio. Cristo nos ama a destajo y desea que nuestro corazón se haga Gigante. Cristo camina por el mar, y camina por el huerto de nuestro ser, porque Él es Semilla de semillas. No juguemos a torcer en mil sentidos su Elemental mensaje, donde Dios y el prójimo se tienden las manos como dos enamorados.
¡No gritemos su Nombre ahuecando su cadáver! ¡No lo invoquemos con postizo gesto! ¡No desfalquemos la fe ni la virtud! ¡No caigamos en el luto enorme, contrapunto de la esperanza! Y en cuanto a la porción que me toca, digo: Me vivificas (y viceversa) Hermano de flanco sangrante. Me ‘transfusionas’ (y viceversa) Amado galileo, Huésped mío agradecido (y viceversa).
Después de esta Semana un Pez se viste de mendigo y te pide que derroches Amor a otros pordioseros.
(*) Artículo publicado este 17 de abril, en la columna que el autor mantiene cada jueves en El Norte de Castilla, edición Salamanca.
Si quieres comentar o