Protesto, alzo mi voz, clamo contra los burdos represores que hoy mandan disparar o amedrentar impunemente a los estudiantes y a tantos ciudadanos que, por decenas de miles, reclaman en las calles de Caracas, Mérida, Valencia, San Cristóbal… Ya no soportan más esta degradación a la que les ha conducido Chávez (desde 1999) y sus lacayos actuales, liderados por Nicolás Maduro, soberbio hasta la solemnidad, tanto de su impronta de ígnaro como de su marcada deriva autoritaria, dictatorial.
Si los Adecos y Copeyanos (los otrora partidos que se alternaban el poder) fueron los que principiaron este caos con sus corruptelas y demás prevaricaciones, los Chavistas lo han potenciado hasta extremos impensables. Se han lucrado hasta lo indecible, han robado y entregado parte del control de su propia patria a un país extranjero, han prostituido todo ideal de lucha por los más desfavorecidos: admiten sicarios internacionales; arman a milicias desenfrenadas, con ciertos delincuentes e indeseables en sus filas; niegan dólares a los periódicos, para que así no puedan importar papel e imprimir las noticias; quitan la señal de emisoras de TV por cable, bloquean la Red; están hundiendo a la principal empresa del país y fuente por excelencia de sus ingresos: Petróleos de Venezuela, llena de impagos por los compromisos con Cuba y demás…
Me duele escribir este artículo, pues Venezuela es mi tercera patria, y sufro por la devastación de las libertades y de la economía en todas sus vertientes, y me indigno cuando oigo “al que habla con el pajarito”, pálido remedo del otro que también prostituyó esa defensa de los pobres cuando bien se dedicaron a enriquecer sólo los suyos.
Y clamo, como el profeta Amós, expresando que ahora es cuando hay que estar con la mayoría del pueblo venezolano, vejado desde hace 15 años. Clamo como Amós, cuando señala que no quiere solemnidades, “ni recibir ofrendas de paz de vuestros animales engordados”. Ante hechos de tal naturaleza como los que ocurren en Venezuela, conviene dar la cara y decantarse por la justicia, dejando de lado los cánticos y salmodias, porque lo que el profeta pedía es que “corra el derecho como las aguas, y la justicia como impetuosos arroyo”.
Así clamo, como Isaías, contra los que dictan leyes injustas y prescriben tiranías (Is. 10:1). Y clamo por los muchos amigos y hermanos venezolanos me estos días me escriben, comentándome lo atroz de la situación, lo infernal que se presentan estos días.
TESTIMONIOS DESDE SAN CRISTÓBAL Y CARACAS
Aquí copio dos de los muchos testimonios que vengo recibiendo desde Venezuela.
No se trata de “burgueses” o “potentados”, como el lenguaje oficialista pretende estigmatizara quienes manifiestan abiertamente su oposición.
Primero, un correo recibido desde San Cristóbal del Táchira, donde empezaron las protestas. Es de una buena amiga, profesora, de escasos recursos económicos: “…
estamos casi en guerra civil, por esa herencia tan terrible de Hugo Chávez, quien para destrucción de Venezuela, apareció en nuestro panorama político. Nunca había vivido algo como lo que nos sucede hoy. Mi ciudad, la más combativa del país y la que inició este conflicto, sigue en pie de lucha contra el comunismo que se quiere implantar. Aviones de guerra y helicópteros militares sobrevuelan nuestro cielo, la Guardia Nacional Bolivariana y bandas armadas chavistas rondan nuestras calles violando los derechos humanos de estudiantes y trabajadores, muertos y heridos todos los días, en nombre de la libertad que proclamaron en su tiempo el Che Guevara y Fidel Castro, semejantes personajes. En fin, te podrás imaginar el resto... Disculpa que te hable de esto, pero sé, como latinoamericano que eres, que me entiendes perfectamente. Bueno, poeta, no quiero preocuparte más. Te quiero y te recuerdo mucho”.
El segundo llegó desde Caracas. Es de un intelectual al que mucho aprecio y que tuvo conocimiento de mi intención de escribir en torno a lo que les está sucediendo: “…
Gracias por escribir sobre Venezuela. Somos manejados por los Castro y por los militares. No tienes idea de los horrores que están haciendo a los estudiantes que protestan. Les pegan, les disparan a quemarropa; han detenido a casi 300. A algunos los han violado. Trajeron militares cubanos y los disfrazan con uniformes venezolanos. Disparan a los edificios que tocan cacerolas. No les han dado dólares a los diarios para que no haya noticias. Echaron a Patricia Janiot de CNN y la vejaron en el aeropuerto. Los grupos de civiles armados por Chávez siembran el terror con autorización de Maduro. Un abrazo”.
VENEZUELA EN EL CORAZÓN
Hace ahora cerca de cinco lustros, recibí una llamada de teléfono desde Madrid. Era (es, siempre seguirá siendo) Carlos Contramaestre, entonces consejero cultural de la embajada de Venezuela en España.
Este pintor y poeta había terminado su carrera de medicina en Salamanca, tras salir a un exilio forzoso en tiempos del dictador Pérez Jiménez. Llamaba para solicitar mis buenos oficios a la hora de atender en la capital del Tormes a Guillermo Morón, destacado humanista y entonces presidente de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela. Morón quería retomar sus relaciones con la universitaria Salamanca que, en sus tiempos de estudiante en la Universidad Central Madrid, había visitado y trabado amistad con el rector Antonio Tovar. Así lo hice y, desde aquel principio de los noventa, mantengo una indeleble amistad con mi admirado don Guillermo, ahora por los ochentaitantos… Días después del paso de Morón, fui yo quien llamé a Contramaestre, extrañado porque lo sabía de otro pensamiento ideológico y hasta literario: estaban en las antípodas. La respuesta de este hermano mayor me ha servido siempre como la primera y única consigna válida a la hora de promover cultura, máxime cuando se trabaja con el dinero de todos: “Querido Alfredo, en España soy el agregado cultural de todos los venezolanos y Morón es un relevante intelectual de mi patria. A mí me pagan por esta labor y debo hacerlo de forma idéntica con todo aquel que tenga algo que aportar a las relaciones culturales entre nuestros países”.
No era un mero palabreo, ni un manifiesto hipócrita: ni siquiera promocionó su propia obra pictórica y poética, como suelen hacer otros de similar cargo. Extenso sería mi testimonio sobre lo mucho que este hombre hizo por todos los venezolanos de la cultura. Este ejemplo es paradigmático de lo que existía entonces. Se podía discrepar, tener otra concepción del quehacer político o cultural, pero había un respeto por el otro. Algunos años más tarde, el agregado cultural de Venezuela en España era Adriano González León, magnífico escritor y también próximo a postulados de los que hoy gobiernan. En Salamanca le hicimos un homenaje y el único telegrama recibido desde Venezuela, celebrando tal acto, fue de Guillermo Morón. Recuerdo el rostro de Adriano, agradecido y extrañado, cuando leí el texto. Uno que no era de los suyos se alegraba, públicamente, que se le reconociera. Los suyos, bien el silencio o bien en las cavernas de la envidia. Con los venezolanos de la cultura me he mantenido hermanado siempre, como podrán atestiguar el más de centenar de escritores e intelectuales que he invitado y recibido en estas casi tres de décadas de vida salmantina. No me he dejado llevar al huerto de ninguno y a todos he atendido como se merecen, sin distinciones ni privilegios a unos más que otros.
Pero ahora clamo y grito por lo que están haciendo con una parte importante del pueblo venezolano: No hay medias tintas cuando hay muertos, cuando se atropella la dignidad, cuando se vulnera o tuerce el derecho… Otrora, cuando los Adecos y Copeyanos, quienes ahora están en el poder se quejaban del trato que les deban, pero aún entonces los escritores y artistas opositores (por hablar de unos colectivos que más conozco) tenían cobertura oficial y salían al exterior financiados por su gobierno. Años después, cuando entraron al poder, han sido absolutamente sectarios, favoreciendo únicamente a sus adeptos y cerrando a cal y canto toda posibilidad de promoción exterior (e interior) de aquellos que discrepaban del dispendio payaso e irresponsable propiciado por Chávez.
¿Qué diría en estos momentos el embajador Simón Alberto Consalvi, hijo de corsos inmigrantes a la región andina, quien siendo Ministro de Asuntos Exteriores de gobiernos adecos, rescató para el servicio exterior a varios escritores e intelectuales de ideas opuestas a las suyas? ¿Qué diría hoy el grande poeta Vicente Gerbasi, también embajador y también tabla de salvación de muchos escritores y artistas que hoy participan en las filas chapistas? No diría nada, pero alguna lágrima soltaría sabiendo que estos impunes detuvieron a su nieta Nathalie, para hacerla declarar ante el Ministerio Público, que previamente había emitido orden de captura contra su hijo Fernando, embajador hasta hace pocos años, y a quien falsamente se acusa de estar vinculado con actos de violencia. ¡Menuda infania!
Vicente Gerbasi no diría nada, pero emigraría a Italia, de donde habían llegado sus padres. Venezuela, tierra hospitalaria por antonomasia, ahora está expulsando a sus hijos por miles. ¡Qué lástima! ¡Qué profundo dolor!
Esta madrugada de España no duermo, porque estoy leyendo al notable Vicente Gerbasi, nacido en Canoabo: Camino por escombros, recojo un niño herido que interminablemente llama hacia las paredes. Busco un pan, me persiguen y las rodillas sangran por largas madrugadas. Padre de mis huellas, padre de mi tristeza nocturna. Y de mi poesía.
Por todo ello lagrimeo ahora, cuando veo a Maduro y a sus secuaces seguir en su escalada represiva. Ya no cuela aquello de que las protestas salían sólo de las clases altas, quejosas por la pérdida de sus privilegios. La marea de estos días es mayor y es de muchos, hay un descontento popular, a pesar de las detenciones arbitrarias, de la Guardia del Pueblo y demás colectivos paramilitares atentos a reprimir a quien alza la voz y clama por un cambio radical en su patria.
Tengo a Venezuela en el corazón y siento en cuerpo propio estos oprobios que procrean terror y llantos al rojo vivo.
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