Mística a la orilla del Tormes

Afuera, la desapacible tormenta y el Tormes corriendo próximo al balcón del humilde piso que me cobija junto a mi esposa y a mi unigénito. Adentro, el gladiolo del Amor apuntando a Cristo, al Dios niño que pertenece a ese Misterio que, a lo sumo, se vislumbra.

Mística es la navegación del ojo por el reino del Presentimiento; pero místico también es donar Amor al prójimo, acribillarle de afectos, hacerle sentir la verdadera Comunión entre los mortales.

Mística no es derrumbarse en el templo; es Vida íntima abrazando fuera del castillo y de los afanes coronados de avaricias y vanaglorias: sin que nada lo anuncie, sucede la gran marejada del inmenso Amor. Así lo hizo conmigo el Amado galileo, previo al agua del Renacer.

En Tejares estábamos por celebrar la Nochebuena, tiempo Esencial donde el transtierro se enhebra mejor en compañía de otros llegados de lejanas tierras. Que si un pastor de ganado, que si un panadero, que si un profesor de oratoria, que si una jubilada, que si un joven filólogo, que si una trabajadora del hogar…

Así hasta quince transterrados, incluyendo a Jorge Cadavid y su esposa, Patricia Valenzuela, recién llegados a Salamanca desde su Colombia natal, pero solo de paso, haciendo turismo, visitando amigos previa marcha hacia Sevilla, donde él, años atrás realizó estudios doctorales en Filosofía.

Mucho quiero a este poeta y lo cierto es que el afecto resulta recíproco, como lo es el que compartamos el mismo año de nacimiento (1962). A modo de presente navideño me había traído, comprado en la bogotana librería Lerner, su último libro publicado: ‘Escribir el silencio. Ensayos sobre poesía y mística’ (Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, 2013, pp. 165).

Entre la cena y las entrañables charlas con todos los invitados, pude ir ojeando el contenido de los ensayos acopiados. Magnífico inicio, con un ensayo sobre el cura Miguel de Molinos, perseguido por la Inquisición, como lo fueron San Juan o Fray Luis de León… Estos días finales de 2013 leeré con fruición el nuevo aporte de este maduro poeta colombiano.

Ya bien avanzada la madrugada, cuando todos los invitados habían vuelto a sus pisos u hoteles, abrí el último poemario de Cadavid (‘El bosque desnudo. Diario oculto’, Los conjurados, Bogotá, 2013), y releí el poema titulado “Místico en la ventana”, inspirado a orillas del Tormes, y que dice:

La boca estaba vacía,
solo las comisuras sostenían la luz.

Oraba a alguien ausente.
La plegaria era blanca.
Sonidos claros y puros
se suspendían en el aire.

Quiso escribir, en la hoja
de papel del pensamiento,
la primera página
de un evangelio aún desconocido.

Entonces comprendí que esta Nochebuena Jorge Cadavid no había visitado por vez primera mi casa.

Antes, mucho antes, y sin conocer la sala de mi hogar, ya había puesto su mirada en la ventana de mi corazón.

La Nochebuena no solo nos roza desde el Verbo, sino que es mística ofrenda de Aquel que se ancla en todos los milenios.