RESUCITA LA PARÁBOLA
Resucita la Parábola
en todo tiempo maravillado.
Y esta nueva Vida
lava otras culpas
para que no ensucien
el lugar
que no traiciona.
Se mascan presentimientos
en la placenta increíble
de la salvación,
razón de ser
que solo se alcanza
bajo el magnífico amparo
de la Nochebuena.
¡Oh espíritu
que al Cuerpo te rindes!
(Para Lilly Artola y Samuel Escobar)
COMUNIÓN
¡Abierto estoy, Jesús, a tu presente eterno,
apretado al lugar donde oigo a un ruiseñor
que trina cuando vislumbro la futura Cruz!
¡Ni al atardecer se me rompe la esperanza,
tributaria de esa Carnalidad que te renace
para protegerme bajo el magma del Amor!
¡Así, tú y yo, bienaventurados del milagro
en clave profética, semillas de una alianza
experta en traspasar encaladas penumbras!
¡Libertad de repente para volver al punto
de partida! ¡Libertad para tomar posesión
del confín donde sí relampaguea tu Luz!
¡En comunión, Pequeño, del menos al más
Tú y yo por la humana soledad, sitiados
por lo Sagrado y la tentación que galopa!
¡Te doy una limosna para la otra eternidad!
¡Te doy mi abrazo sin burdos escalafones!
¡Doy para que me des un corazón bastante!
¡Tú tocas lo caído y yo pordioseo el Agua
que vas lloviendo aunque no haya visto,
aunque me ahuyenten los vigentes fariseos!
¡Sin atajos es esta Comunión, sin adioses,
Cristo Amado galileo, Criatura con deberes
que suturan la herida desde lo nacedero!
¡Lucha, Hermano mío, vence a la costumbre
que quiso derrumbarme encima de tus ojos!
¡Rasga los soles oscuros, buen Niño-Dios,
y acompáñame hasta la más alta estrella!
(Para Asun Quintana y Pedro Tarquis)
NACIMIENTO DEL MESÍAS
Oídme costas, y escuchad, pueblos
lejanos. Jehová me llamó desde
el vientre, desde las entrañas de mi
madre tuvo mi nombre en memoria
ISAÍAS 49.1
ALGUIEN,
vientre adentro,
escucha el éxtasis del Creador
y las voces que afuera describen la caída
de las últimas hojas que el otoño perdonara,
el cúmulo de idolatrías y perversiones
o las encarnizadas guerras entre naciones vecinas.
Es el cordero del alma en su placenta sin sonajas:
allí espera la cesárea del rayo, el arribo
de los visionarios que no pierden de vista
ni borran del firmamento la estrella inolvidable:
en su placenta espera el ¡hágase la luz
de su otra realidad!, el ¡vuélvanse a abrir los blandos
labios para pronunciar oraciones honestas
por el Señor de todas las cosas!
Alguien penetrado de amor contempla largamente
desde su fondo de misterio y desde su carnalidad
haciéndose de trigo y de uva para los hombres:
es el Hijo de la esperanza; el Padre de nuestros hijos;
el Anciano que rehúye candelabros de adoración;
el Mendigo que alarga las manos queriendo
dar su poco pan a los ricachones; el Espíritu que padece
el dolor y la maldad de los mortales; el Niño
que recuesta su cabeza iluminada; el Joven que prepara
largamente su revolución contra los falsarios...
Vientre adentro hay un cuerpo divino,
un pequeño Poeta, alguien que de la nada creará
el más angélico anochecer para surgir ordenando
de nuevo el amor vivificante.
Esta fría noche nacerá y renacerá el Cristo:
Él nos escucha: ¡Tiemblen, gentes equivocadas!
¡Gocen, espíritus que oyen su balbuceo y se van
tornando generosos con el prójimo y con quien
llega como huésped desesperado!
Las parábolas del Niño que sale del vientre
-mientras caen copos de nieve como dulces salmos
serán humus nutriente hasta el fin de los siglos,
pues ningún Herodes puede ni podrá con Él.
¡Ya nació!, ¡ya renació! el Ungido que esperábamos.
¿Queréis verlo?
Abramos pues, de una vez por todas,
nuestro corazón libre de espinas y vanidad.
Abramos nuestro entendimiento al cordero del alma
que pasta en cada pecho tras la plenitud del parto.
El paraíso estará en la veta viva del amor
que prodiguemos a este Niño inmenso
y a nuestros propios semejantes.
(Para Elena y Timoteo Glasscock)
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