Vivimos aún bajo los efectos de la Caída, pero lo hacemos en la esperanza de un mundo nuevo y restaurado.
Las palmeras son fascinantes. El Señor se esmeró con ellas, con esos troncos que suben con extrema elegancia para terminar abriéndose en una estrella de ramas que se doblan en arcos, como fuegos artificiales que buscan el suelo. Puedes perder la noción del tiempo, como Don Ero de Armenteira, mirando cómo se mueven con el viento de la tarde sin hacer un solo movimiento desacompasado. El sol, la luz del sol, se vuelve increíble al refulgir en sus ramas, al ocultarse tras ellas, al esculpir sus siluetas mientras se funde en el mar.
Hoy por la mañana el cielo está gris y turbulento, el mar está pardo y encrespado, y la playa de palmeras se ha llenado de algas muertas, cocos caídos, ramas desgajadas y regueros de agua. Un pescador se pregunta, seguro, qué hago a estas horas sacando fotos con el móvil; me saluda entre cortés y socarrón, cuestionándose al dejarme atrás si no tengo mejores cosas que hacer después de la que ha caído.
El huracán Irma nos ha visitado; a estas horas ya se aleja, pero desde la madrugada ha sido un rugido constante con una cascada continua de lluvia que le da a uno que pensar si Dios no se habrá arrepentido de su compromiso de no volver a anegar el mundo con diluvio. Las palmeras se doblan, se retuercen y tornan a su posición, para volver a inclinarse ante la fuerza del viento. Y resisten, y me enseñan que, ante las dificultades, lo mejor es tener la cintura flexible, recibir el impacto y doblar por unos instantes para no arriesgarse a ser quebrado, usando la flexión para recuperar con más fuerza la posición. Las palmeras han aprendido a enfrentar así hasta a los huracanes.
Pero ¿qué pasará con las casas endebles de tanta gente? No podemos salir por carretera a ver. Hemos temido por tantas personas de aquí de Samaná, por sus casitas de recortes de madera techadas con chapa, por sus niños descalzos, por sus mamás gestantes, por sus abuelos enfermos.
Saco una foto que me impacta. Una palmera, una que conocía bien, alta, delgada y elegante, está caída de bruces, quebrada por la base, definitivamente derrotada, con su mirada, que tantos amaneceres gozó, enterrada en la arena. Es una imagen cabal de la muerte; es la imagen de un mundo caído que un día fue creado por Dios con todo Su cuidado para hacerlo perdurable; el drama actual de la creación sólo se puede comprender mediante el relato de la Caída.
El huracán me ha parecido formidable, pero dos días después nos enteramos de lo sucedido: nos alcanzaron tan sólo sus flecos porque este huracán, de grado muy elevado, venía directamente hacia aquí; de hecho, los turistas –entre cuya nómina no somos contados– fueron evacuados porque se preveía un desastre. Unos 30 minutos antes del impacto previsto, el huracán se desvió hacia el mar; la víspera vi a mi mujer Eva orar continuamente pidiendo que así sucediese y, como ella, sin duda, mucha gente lo ha hecho. No tenemos noticias de pérdidas de vidas. Mi hermana Noemí me cuenta varios días después desde Galicia que ahí en las noticias dijeron que el huracán “inexplicablemente” se desvió a última hora de su ruta.
Eva y yo nos cruzamos con otro paisano; nos dice que podría haber sido mucho peor y aclara:
–Es que hay gente que ora y tiene poder y ha estado orando mucho para que el huracán se desviase; y gracias a Dios, se ha desviado. Sí, eso ha pasado. Porque habemos muchos que somos malos, pero también hay muchos que son buenos y oran y Dios les escucha.
Aprecio, por cierto, que dice claramente “oran”, y no “rezan”. Malos somos todos, y el poder sólo es del soberano Dios, pero es interesante ver cómo esta persona percibe la capacidad real de los cristianos de interactuar con Dios, de forma tan palpable, y cómo todos se benefician de esto. Si el huracán hubiese impactado y destruido, seguiría pensando que Dios es soberano y que la Caída afecta a toda la creación; no puedo dar respuesta a la pregunta de por qué en algunos momentos Dios permite desastres y en otros nos los evita, pero no tengo duda de que Dios es receptivo a las oraciones de Sus hijos.
Vivimos aún bajo los efectos de la Caída, pero lo hacemos en la esperanza de un mundo nuevo y restaurado. La palmera caída se redimirá un día en otro árbol levantado, el de la cruz.
Siento que no podrán leer hoy mismo este relato, porque no sé cuándo volveremos a tener agua, luz e internet. Para cuando me lean, el cielo y el mar habrán recuperado su azul y las palmeras se habrán sobrepuesto de su sobresalto para volver a bailar suavemente con el viento.
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