Discrepo, en grado sumo, con los presidentes populistas de mi América primera. Hace años escribí un prólogo para libro publicado en Venezuela, donde expresaba mi parecer adverso contra Chávez y sus lacayos.
Recuerdo esto para que se valore mi actual postura: tengo vergüenza ajena por el trato indigno que varios países europeos, supuestamente democracias consolidadas, han practicado con Evo Morales. Y esto lo digo a sabiendas de que Evo no es trigo limpio, que tiene encarcelados, sin derecho a juicio justo, a varios líderes opositores; que otros han tenido que salir al destierro para evitar prisión por cargos espurios, con pruebas amañadas, etc., etc…
Pero
hay que demostrar los cimientos de nuestras Democracias, la imparcialidad para con todos los países con los que se mantienen relaciones diplomáticas, más allá de la amistad y/o hermandad que pueda haber en la retórica oficial. No podemos ufanarnos de estar a otro nivel (superior), cuando al chasquido de unos dedos nos convertimos en recaderos de la peor ralea, en inspectores de poca monta, en cancerberos prestos a vulnerar las normas más elementales del derecho internacional público.
Uno ha estudiado Derecho y recuerda lo básico sobre Relaciones Diplomáticas, tan sencillas de comprender sin tener un doctorado en leyes y jurisprudencia. Leamos, por ejemplo, el artículo 22.3 de la Convención de Viena, firmado por el Reino de España (y también la República de Austria, entre otros muchos):
“Los locales de la misión, su mobiliario y demás bienes situados en ellos, así como los medios de transporte de la misión, no podrán ser objeto de ningún registro, requisa, embargo o medida de ejecución”.
Pues ahora
el ministro Margallo, queriendo arreglar la estupidez del embajador español en Viena, de querer “tomar café” dentro del avión del presidente boliviano (para así cerciorarse de la presencia o no del ‘espía’ Snowden, sale en Televisión, y dice:
“Nos dijeron que estaba dentro”.
Vergüenza ajena es la que tengo, como ciudadano de España, pero especialmente como ciudadano del Reino, donde el Maestro nos enseña a no hacer acepción de personas. Si nos callamos ante estas tropelías que se hacen con un Presidente, ¿qué no harán con tantos y tantos ciudadanos anónimos?
Falta gravísima de la de Francia, Italia, Portugal y Austria. Pero también falta (dolorosa para mí) la de este Gobierno, como aquel otrora gobernante que alardeaba de sus relaciones con Estados Unidos, permitiendo que los bombarderos aterrizaran en la base de Morón, en tránsito hacia Bagdad donde arrojaban sus cargas mortíferas:
“Nos dijeron que en Orak había armas químicas de destrucción masiva”. Ya nos mintieron una vez, y han vuelto a hacerlo: inexistencia de las armas, inexistencia del ‘espía’ dentro del avión presidencial.
Eso es lo malo cuando un gobierno cree solo lo que le interesa. No nos creerá, por ejemplo, y aunque lo esté viendo a diario, si le decimos: “Estás destrozando la sanidad y la educación pública”.
Falso, dirán, muy compuestos mientras compran acciones de las empresas que se están privatizando. Todo muy ‘legal’, pero todo muy abyecto. Hay gente que llega a condenar hasta a Caperucita con tal de estar en buenas relaciones con el lobo. Hay ministros que actual como chivatos de Estados Unidos y todavía sonríen.
Ahora bien.
Vayamos a la cuestión de fondo. Se ceban con un presidente indiecito o con el mensajero ‘espía’, pero se han puesto pensar en quién es el culpable de todo: el propio gobierno norteamericano, que ha espiado no solo a los suyos sino a todos los gobiernos de Europa, y encima estos hacen de lacayos. Esto resulta vomitivo aún para los estómagos más duros, aún para quienes van con la ternura por delante.
O se es justo o se es injusto: no hay término medio en estos casos. El recibir órdenes rastreras que conculcan principios básicos de la legalidad internacional, lo cierto es que nos ha degradado un poco más en esta crisis económica y de valores por la que atraviesa Europa.
Y lo que es peor, el mandante se lava las manos (al modo de Pilato) y niega haber influenciado en estos países nuestros. El jefe no asume que ordenó a sus empleados: ¡Ay, qué bochorno para los alguaciles de medio pelo! También es peor, porque actos de este tipo benefician a gentes como Morales, Maduro o Kichner, que activan sentimientos epidérmicos para reflotar sus alicaídos gobiernos o intentar sumar otro mandato más.
“Nos dijeron que estaba dentro”. Si así creyeran en Cristo, tan a rajatabla, todo nos iría mejor. Pero lo suyo es el yeso o la madera de las procesiones, junto a la voz del amo que no les corresponde.
Aquí, a modo de colofón,
conviene recordar a Isaías (59: 3-9): “Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua.No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad.Incuban huevos de áspides, y tejen telas de arañas; el que comiere de sus huevos, morirá; y si los apretaren, saldrán víboras.Sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos; sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña está en sus manos.Sus pies corren al mal, se apresuran para derramar la sangre inocente; sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos.No conocieron camino de paz,ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz.Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad…”.
Vergüenza ajena siento por el servilismo de esta Europa que, en vez de levantar cabeza, se arrastra por el fango de lo injusto, de la hipocresía y de la doble moral.
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