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Francisco de Paula Castells Cañas

La primera vez que Castells llegaba a Malasia lo hacía al lado de cuatro jóvenes más comisionados por la Sociedad Bíblica: Alfred Lea, George Irving, Benjamín Purdy, A. W. Boram.

ORBAYU AUTOR Manuel de León 04 DE AGOSTO DE 2017 14:06 h

Ya hemos considerado la vida de Castells en la sección de la Comunidad autonómica catalana. El informe de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera nos lleva a conocer mejor la actividad de Francisco de Paula Castells quien había llegado en abril de 1888 a Malasia al lado de Manrique Alonso Lallave, este por segunda vez primero como fraile católico y ahora como protestante. No pasaría mucho tiempo en ser envenenado, Manrique Alonso Lallave, falleciendo a los pocos días, mientras Castells sobrevivió. La primera vez que Castells llegaba a Malasia lo hacía al lado de cuatro jóvenes más comisionados por la Sociedad Bíblica: Alfred Lea, George Irving, Benjamín Purdy, A. W. Boram.



La Sociedad Bíblica considera a Castells un español escogido por la misma mano de la Providencia, para distribuir el Evangelio de San Lucas que había sido traducido al Pangasinan en 1873 por Manrique Alonso Lallave y que ahora en 1887 había sido revisado e impreso en Londres, para distribuirlo en Luzón donde hablaban esta lengua unas 300.000 personas. Lallave casi había completado la traducción del Nuevo Testamento.



La experiencia de Castells con Lallave fue decepcionante pues al poco de desembarcar en Manila fueron envenenados. Lallave murió habiendo dejado mujer y siete hijos en España, pero Castells se salvó. Dice la Sociedad Bíblica en su informe que todo lo que distribuyeron estos dos misioneros españoles no pasó de una Biblia en chino y siete biblias y un Nuevo Testamento en español, lo que consideraba un fracaso. Sin embargo, esta segunda vez llegaban grandes suministros de escrituras en español y 8000 copias en Pangasinan protegidas por el cónsul francés en Singapur. Dice el informe citado:



“Y amablemente recibido por las autoridades cuando llegó, Castells entró en la Cochinchina francesa como sub-agente en 1892. Su éxito fue inmediato. Los franceses fueron ganados por su atención a sus soldados enfermos; un comerciante anamésimo leyó el Evangelio, derribó el Daikoku el dios del oro y puso en su lugar “un buen corazón”; un profesor dejó a un lado a Kung-Fu-Tze e hizo de San Lucas su libro de texto; más de 3.000 ejemplares en chino, francés y otras lenguas fueron vendidos rápidamente. Pero la mala salud obligó a su regreso a Inglaterra, y unos meses más tarde fue comisionado para Centroamérica española”. Por fin, en el verano de 1893 aparece en Barbados, aclimatándose y familiarizándose con la vida y el carácter de la gente, él estaba eminentemente calificado para representar a la Sociedad; y después de una exitosa gira por las islas, fue designado para la ampliamente dispersa agencia, que incluía no sólo el archipiélago caribeño y las tres Guayanas, sino también Honduras Británica y los estados de América Central una población de quizás 10,000,000 de personas hablando una sorprendente variedad de aborígenes e inmigrantes lenguas, con una serie de las islas  sin comunicación rápida ni frecuente (la ruta más rápida desde Jamaica a las Bahamas era a través de Nueva York); pero aparte de esta dificultad el área era demasiado extensa para ser visitada.



“La llegada de F. de P. Castells a Costa Rica en el otoño de 1893 llegó en un momento realmente inmejorable. La Catedral Auxiliar de Honduras, cuyos registros se remontaban, con algunas interrupciones, a 1818, acababa de volver a la actividad. Costa Rica se hallaba en vísperas de unas elecciones en las que los Clericales fueron derrotados con desastrosos resultados. El órgano del partido fue suprimido; el Obispo de San José, junto con parte de su clerecía, quienes pocas semanas antes habían cerrado librerías contrarias a las Escrituras, fueron encarcelados, y una nueva ley castigaba la maniobra sacerdotal de declarar a los enemigos políticos “eternamente perdidos”.



De origen e idioma español, y formado en todos los aspectos por su experiencia en Malasia y Filipinas, el Sr. Castells dominó rápidamente la situación. El Gobernador de San José le proveyó de un salvoconducto; la Compañía de Ferrocarriles le entregó un pase gratuito. Al poco se encontraba recorriendo Honduras y Guatemala, Nicaragua y el Salvador, distribuyendo las escrituras, haciendo amigos y recogiendo información sobre las razas nativas y sus lenguajes. Los sacerdotes católicos publicaron 50.000 panfletos tildando de la Biblia Protestante de espúrea, pero muchas de sus ventas tuvieron lugar en pueblos donde no había sacerdotes que interfiriesen, donde la gente estaba preparada para recibir la Palabra de Dios, y los iletrados se reunían en grupos deseosos de saber alrededor de aquellos que sí sabían leer.



Ignorados entre la masa despreocupada se encontraban unos quinientos obreros, indios de las aisladas zonas aborígenes del interior. El Sr. Castells les visitó durante su hora de comer; escucharon interesados las parábolas de Nuestro Señor, las cuales leyó de la Biblia española; aquellos que sabían español las tradujeron a sus compañeros, y durante días no hablaron de otra cosa que de las historias del Nuevo Testamento. Los indios de Guatemala superaban los 880.000, y la mayor parte de ellos profesaban las antiguas creencias paganas. No querían aprender español, y apenas les había llegado la influencia de la Iglesia de Roma. El cakchiquel, la más común de sus lenguas, se hablaba también en parte de Honduras y el Salvador, y Castells se propuso dominarla con el propósito de traducir el Evangelio de Marcos. Pero el cakchiquel resultó ser un dialecto de una rama más amplia, el quiché, y mientras continuaba su trabajo fue capaz de comprometer en la traducción del Evangelio al mejor experto de quiché del país, Don Felipe Silva, quien había pasado toda su vida como funcionario del gobierno entre los nativos. Mientras tanto, el Rev. J. F. Laughton, de la Sociedad de Propagación del Evangelio, había traducido el Evangelio de Marcos a la lengua caribe, el cual fue publicado a petición del Dr. Ormsby, Obispo de Honduras. El Sr. Castells se embarcó en un circuito de 1000 millas, 225 a pie, 150 por tren, 200 en vapor, 370 en bote y canoa, y 100 a caballo para hacerlo conocer entre los indios caribes. Al sonido del cuerno y al grito nativo de ¡Uganu binditi! (las buenas noticias, la Buena Nueva) la gente se juntaba. Escuchaban y compraban con diligencia, y el visitante pronto llegó a ser conocido como el hombre de la Buena Nueva. Hacía un siglo que los últimos supervivientes de la belicosa nación caribe habían sido deportados de San Vicente por los británicos. Desde la Isla de Ruatán se habían extendido por las costas de Honduras y remontado los ríos. Eran todavía una raza aparte, que conservaba sus oscuras supersticiones, el culto al diablo, y se creía, no sin razón, que todavía practicaban los sacrificios caníbales de sus ancestros. La Buena Nueva había tocado sus corazones paganos. Desde las tierras interiores se pidieron más ejemplares, y la misma Reina de los Caribes se dirigió al cónsul de los Estados Unidos. Se imprimió otra edición, de modo que en 1901 el Evangelio de San Juan fue también publicado. En total se vendieron 2.538 ejemplares.



En la Ciudad de Guatemala los curas tuvieron conocimiento de la traducción al quiché, e intentaron interponerse; pero Don Felipe Silva, que sentía que había un cierto encanto en el libro (“algo que atrae”), permaneció impertérrito ante sus insistencias, y en 1899 el Evangelio había sido concluido entre una tormenta de invectivas políticas y amenazas en las Cinco Repúblicas. Pocas semanas después, F. de P. Castells salvó el manuscrito de un fuego que surgió en el bloque de casas en el que vivía, llevándolo ante el Ministro de Obras Públicas: “Querido amigo –dijo el ministro-, vi en vuestra exhibición del año pasado algo de lo que vuestra Sociedad está haciendo por educar al mundo en las verdades del cristianismo, y me agradaría mucho que se pudiese imprimir esta nueva versión a expensas del propio gobierno, pero los recientes acontecimientos lo hacen imposible”. No obstante, gracias a esta orden, se dio precedencia al Evangelio de Marcos sobre cualquier otro asunto, y en abril 1.000 ejemplares en quiché, junto con otros mil ejemplares en español de la Biblia Valera, fueron impresos en las imprentas del estado a precio de coste.



Con gran entusiasmo Castells partió para la nación quiché en el oeste. Se le había advertido de los peligros de tal viaje. De hecho, todos sus proyectos habían sido criticados con dureza. Se consideraba a las tribus como demasiado primitivas para comprender el cristianismo, y que su jerga no merecía una traducción de la Biblia. El Comité y sus representantes eran visionarios, pues incluso los misionarios habían sido demasiado lentos en reconocer las necesidades de estos nativos. Pero incluso en estas regiones dejadas por imposibles el Hombre de la Buena Nueva y sus libros fueron bienvenidos con alegría. En menos de cuatro meses toda la edición se agotó, de modo que hubo de imprimir una segunda edición de 5000 copias en Costa Rica en 1899. Al año siguiente otro misionero se estableció de manera permanente entre los quichés, encontrando su camino maravillosamente bien preparado. En 1902 se publicó una tercera edición en Belize. En los años sesenta se habían impreso los Evangelios de Lucas y Juan en maya para los misioneros del Yucatán. El veterano traductor, Reverendo Richard Fletcher, se encontraba todavía vivo en Hull, pudiendo ver publicados los Evangelios de Mateo y Marcos en 1900. Una vez más la experiencia demostraba que todavía estaba por descubrirse un idioma en el que no pudiese expresarse la Palabra de Dios.



Tras seis años de ardua labor el Sr. Castell navegaba hacia Europa en septiembre de 1898 para unas vacaciones bien ganadas. El Sr. Mellowes, de las Islas Leeward, se hizo cargo de su trabajo, pero mientras se encontraba en Nicaragua, al año siguiente, enfermó de malaria y dimitió de su puesto. Cuando Castells regresó lo haría como representante de una Sociedad Bíblica cuyo ámbito de trabajo que se extendía desde el istmo de Tehuantepec hasta el de Panamá, un area de casi 186.000 millas cuadradas, con una población de 5.500.000 aborígenes y mestizos. Era considerada un área cristiana, pero las gentes apenas conocían la doctrina o el alfabeto cristiano. Como sucedía con el antiguo paganismo, el ritual iba de la mano de la moralidad. Allí estaban los curas, con su música y sus procesiones, sus milagrosos cruficijos negros y madonas milagreras, sus guildas y fraternidades. Allí, en Guatemala, sacudiéndose las ataduras de la superstición medieval, el Gobierno estableció un Festival Anual de Minerva; los escolares, cantando y esparciendo flores, caminaban en torno a la estatua de la antigua diosa pagana de la Sabiduría, y el orador del Estado les hacía comprender que el Festival de Minerva era la apoteosis del Librepensamiento, el único factor posible para su cultura nacional. Aquí había masas de hondureños embrutecidos por la brujería y buscando libros de Magia. En El Salvador el 60% de los niños eran ilegítimos, y el 68% de los hombres y 89% de las mujeres no sabían firmar su propio nombre. En el día del Corpus Christi, la avenida principal de Ciudad de Guatemala estaba repleta de mesas de apuestas. “Las malsanas literaturas del Viejo Continente”, declaraba el Diario de San Salvador, “han enloquecido y perdido a nuestra juventud intelectual… El alcohol es nuestro espíritu maligno… Todo el mundo se emborracha, desde el trabajador de a pié hasta el más artificioso aristócrata”.



El número de vendedores ambulantes subió a ocho, luego a trece y finalmente a dieciséis. Se encontraron Lectoras de Biblia para Masaya, Belize y San Salvador. No quedó ninguna zona dentro del área cubierta por la Sociedad Bíblica donde no se enseñase la Palabra de Dios, desde las poblaciones indias de Chiapas hasta las cimas de Darién, desde las aguas del Pacífico hasta el laberinto de islas del Lago Chiriqui. En las explotaciones bananeras del lago había muchos colonos chinos entre los compradores. Más al norte, a lo largo de la Costa de los Mosquitos, donde había toda una red misionera, se vendía a los nativos Evangelios traducidos por la Misión Morava. Los moravos sufrían las lluvias tropicales e inundaciones; eran detenidos por cordones sanitarios en los distritos asolados por la fiebre amarilla; trabajaban en pueblos amenazados por volcanes rugientes, en ciudades situadas por revolucionarios o agitadas por los terremotos. Las barcas cañoneras de las repúblicas en guerra les llevaban las Escrituras. Poco les afectaron las denuncias desde el púlpito y la prensa. Más de una vez una carta de recomendación de algún ministro les evitó ser arrestados o les permitió un poco de descanso. La destrucción de algunos libros era generalmente seguida por la compra de muchos otros, lo que en una ocasión llegó a ser memorable. Durante una visita del arzobispo de Guatemala, este hundió solemnemente cierto número de Biblias protestantes en las profundidades del Lago Atitlan. Posteriormente se horrorizó de ver a la gente de una parroquia vecina quemando sus imágenes sagradas. Los lugareños habían leído la Biblia y habían aprendido a reverenciarla, y ante la noticia del sacrílego acto del arzobispo habían decidido unirse a la Misión Evangélica.



El cuartel general de la Sociedad Bíblica fue trasladado a Belize en 1901, y en octubre de ese mismo año Mr. William Keech se unió al Sr. Castells como subagente de campo, con lo que se despejaron muchas dificultades para el misionero. Tras la finalización de la guerra entre México y los indios mayas, el trabajo comenzó en el Yucatán, y la Biblia protestante compartió el privilegio, hasta ahora de los libros de culto católicos, de poder ser importadas libres de impuestos. Poco pudo hacerse durante la lucha de Panamá para separarse de Colombia y los frailes españoles, quienes se habían reunido allí con su tesoro traído de Filipinas; pero la paz parecía viable, y el golpe de estado de la independencia suponía que Panamá sería una nueva provincia para la evangelización. Desde 1893 hasta 1900 la circulación de Biblias alcanzó los 4.400 ejemplares al año. En 1902 llegó a 19.400 y a finales de 1903 se había elevado a 30.785. El total de los once años superó los 103.400 ejemplares.



¡Hasta qué puntos remotos habían llegado los efectos del trabajo! Un atardecer Castells se encontró en Sabaneta, una pobre aldea de montaña en Guatemala. Conforme se sentaba para cenar escuchó la áspera música de una marimba india y sonidos de regocijo. Era la Nochebuena, le explicó el posadero; no había ningún sacerdote en veinte millas a la redonda, y la gente celebraba el Divino Nacimiento como era celebrado al principio por San Francisco. El suelo de la casa más grande había sido cubierto de agujas de pino, los muros estaban cubiertos de flores y dentro de un círculo de velas encendidas figuras de arcilla representaban la escena de Belén. Castells propuso leer el pasaje de la Natividad. Mientras lo leía vio con sorpresa a siete u ocho personas con Evangelios o Testamentos siguiéndole verso a verso. Un extraño hombre había llevado estos libros a las montañas hacía poco tiempo, y los pasajes que acababa de leer habían sido leídos en aquel momento por el otro misionero desconocido.



En los últimos siete años más de 50.000 Evangelios habían sido vendidos solo a los indios, libros que habían sido pagados en huevos, almidón, cacao, leña y otros productos. Se estaba preparando otra edición de la versión azteca de Lucas, publicada setenta años atrás, y el Evangelio de San Juan en lengua bribri estaba a punto de ser impreso para los indios talamancas de Costa Rica. Más aún, el Sr. Castells había enseñado a dos españoles ciegos a leer las escrituras (se dice que los dos primeros ciegos que aprendieron a leer en Centroamérica), de modo que ellos pudieron enseñar a otros.



La Sociedad Bíblica fue apoyada por los gobiernos de las Cinco Repúblicas. Franqueo gratuito, portes gratuitos y pases y tarifas reducidas para el traslado por ferrocarril o marítimo supusieron un gran alivio para la economía de la Sociedad. Los Cónsules británico, estadounidense y español llevaban a cabo sus buenos oficios. Veinticinco voluntarios ofrecieron su ayuda entusiasta, la mayor de ellos relacionados con las seis misiones todavía activas en Centroamérica. La Catedral Auxiliar de Belize floreció bajo la presidencia del Gobernador de Honduras, y en su centenario el Obispo Ormsby aceptó el oficio de vicepresidente de la Sociedad. La Sociedad Bíblica Estadounidense se hallaba también sobre el terreno, aunque las amistosas relaciones evitaron que se solapasen. Finalmente, en 1903, el Sr. Castells y Mr. Stark, agente de las Repúblicas Andinas, se encontraron en Panamá, uniendo la organización de la Sociedad Bíblica desde Bermudas hasta la Patagonia.



Informaciones aparecidas en el Heraldo de la Verdad de Barcelona sobre Castells

Costa Rica. -Nuestro amigo Casiells ha sido atropellado por una turba capitaneada por un cura. Dos devotos del papa le han quitado una porción de libro que han enviado a las llamas. Estos libros, porciones de las Escrituras, estaban autorizados por la iglesia papal. Con que los piadosos fanáticos han quemado lo que era suyo. ¡Ciegos! Aquí viene bien: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.»



Costa Rica. -Escribe nuestro amigo Castells entre otras cosas: “La obra bautista en Limón está progresando. Durante el año pasado ha habido un aumento de 20 miembros y la congregación ha contribuido a su sostenimiento con 65 libras (1950 ptas.) Además, se han construido tres capillas en otros puntos con fondos recogidos en el país, principalmente entre los protestantes extranjeros del interior.»



«En un pueblecito, dice, me encontré con un. joven nicaragüense que es cristiano y trabaja entre sus paisanos y juntos viajamos a la costa celebrando algunas reuniones al aire libre. Uno de los oyentes que más fueron impresionados fue el cura de San Juan del Sur, quien luego me compró una Biblia (por no tener ninguna] y nos recibió en su casa, con grandes deseos de saber más.



«En el último viaje he vendido unos 2500 ejemplares de la Escritura. Un joven muy instruido me compró un número de evangelios para distribuir gratis y ahora pide más, pues conoce su valor y no se avergüenza del Evangelio de Cristo, como hacen algunos.»



Marzo 1896.



Guatemala. –“Hemos sabido de nuevo del hermano Castells quien tuvo un quiosco de Biblias en la exposición de Guatemala donde fue adjudicada medalla de oro a la Sociedad bíblica que representa. Debe estar de vuelta en Europa a estas horas. Esperamos que, después de algún descanso, tenga valor de ir otra vez a países lejanos con el mensaje de paz. No diríamos tal cosa, si los que mandan en España permitieran el cumplimiento de las leyes y dejaran de rechazar el Evangelio y encarcelar a los que lo proclaman. Si aquí no hubiese tanto espíritu inquisitorial, diríamos: ¡véngase a quedar con nosotros!



14 octubre 1898”.


 

 


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