Hoy, aquí, me voy a ocupar de los supuestos milagros que las también supuestas vírgenes realizan.
En fin, señor Director, todo lo que empieza termina, es un ciclo vital. Yo empecé en Rabat, Marruecos, y creo que terminaré en Madrid, España. Usted empezó en Tenerife y sabe Dios dónde terminará. Le cuento:
El 13 de mayo del año 1917 tres pequeños niños pastores de ganado, Lucía dos Santos 10 años, y los hermanos Jacinta 9 años y Francisco Marto, 8 años, residentes en el poblado portugués de Fátima, dijeron al mundo que la Virgen María se les había aparecido; las supuestas apariciones se prolongaron hasta el mes de octubre.
Para conmemorar el primer centenario de aquellos eventos el papa Francisco se trasladó de Roma a Portugal a fin de canonizar a Jacinta y al pequeño Francisco y celebrar una misa en la basílica.
Por mi parte, he querido conmemorar el centenario escribiendo seis artículos, siete con este, para “Protestante Digital”, destacando las numerosas contradicciones en las que incurrió la pretendida aparición de Fátima.
En mis escritos he polemizado sobre los siguientes asuntos: Las supuestas vírgenes se aparecen siempre a niños; los mensajes de las aparecidas; la inmaculada concepción de la Virgen María; el purgatorio; la hostia del ángel; el padre santo; el infierno; el rezo del rosario; el culto a las imágenes; las medallas y la conversión de Rusia.
La próxima semana, último artículo que mando a usted, Director, en esta primera parte del año, voy a comentar un libro muy fuerte escrito por un sacerdote portugués en contra de Fátima.
Hoy, aquí, me voy a ocupar de los supuestos milagros que las también supuestas vírgenes realizan.
Las credenciales que más se tienen en cuenta por la Iglesia católica a la hora de determinar el origen de las apariciones, son los milagros que éstas realizan. Si no demuestran poseer dones de sanidad, no vienen de Dios. Si curan, entonces sí, es Dios quien las envía.
Esta norma se sigue también en la canonización de los santos. Si se demuestra que invocando al santo tal o mediante la estampita de la santa cual se curó el reuma o desaparecieron los dolores del riñón, la canonización es segura. A un humilde fraile peruano que vivió en el siglo XVI, Martín de Porres, lo hicieron santo porque un niño de las Islas Canarias dijo en 1962 que se le había curado la pierna después de habérselo pedido la madre al fraile.
Ello da lugar a que la importancia de una aparición esté supeditada a los milagros que realice. Cuantos más enfermos cure, por más verdadera se la tiene. Si no realiza milagros, no vale como Virgen y está expuesta a no ser visitada más que por unos cuantos curiosos.
Los centros de salud de Fátima suelen estar abarrotados de enfermos que llegaron arrastrados por un último rayo de esperanza. Son, en su mayoría, desahuciados de la medicina, que se agarran como a un clavo ardiendo a las imaginarias propiedades curativas de las aguas –el agua “bendita” no falta en ningún santuario – o a los milagros de sanidad que dicen que han dicho que han oído decir que ha hecho la Virgen.
Si después de una estancia prolongada en esos centros bajo tratamiento médico, mejoran o se curan del todo, dan por bien empleados los kilómetros recorridos, las velas encendidas, los rosarios recitados. En caso contrario, reniegan de la Virgen y se convierten en detractores de su culto, con lo que se ponen de manifiesto otra vez los verdaderos motivos egoístas que les llevaron al santuario.
La Virgen de Fátima, que sabía muchas cosas, según Lucía, parece que también estaba al tanto de lo que pretendían estos aprovechados. Cuando Lucía le preguntó en una ocasión si curaría a la muchedumbre de enfermos que había acudido a la Cova de Iría, dicen que la aparición le respondió: “Curaré a algunos , pero no a todos, porque el Señor no se fía de ellos” (1).
Ya lo saben los enfermos. Ellos, que acuden a Fátima henchidos de esperanza, para Dios son personas sospechosas según la Virgen. Extraño mensaje, totalmente contrario a la naturaleza de Dios. En el capítulo 33 de Jeremías, versículo 6, dice el Altísimo: “He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad”. La proclama de Dios es universal. La Biblia afirma que Él no excluye a nadie de Su amor.
Resulta sobremanera extraño que cuando un Papa cae enfermo no acude a Fátima o a Lourdes, sino que se rodea de los mejores médicos especialistas sin salir del Vaticano, como ocurrió con Pío XII, Juan XXIII y Juan Pablo II. Tampoco nos hemos enterado de Cardenales ni de Obispos que, enfermos, hayan peregrinado a los santuarios en demanda de sanidad. ¿Por qué? ¿Acaso ellos no creen en las “curaciones milagrosas” de las vírgenes?
Decía al empezar este artículo que los milagros son las cartas credenciales de las apariciones católicas. Con estas cartas quieren ganar la confianza, la fe y la adoración de los humanos. Toda la enorme propaganda y el boato que la Iglesia católica hace de las vírgenes aparecidas giran alrededor de los milagros que dicen que realizan. Pero esos milagros ni son tales, ni tantos como se pretende, ni tienen el sello de Dios. El fantástico mito de las apariciones no puede explicarse por los favores curativos que tributan a sus ciegos adoradores. Preciso es dirigir nuestra investigación hacia otro campo donde podamos hallar razones más convincentes: Hacia el tenebroso y poderoso mundo sobrenatural de lo diabólico.
Escribiendo sobre las apariciones en Lourdes, el famoso escritor francés Emil Zola (1840-1902) atribuye los fenómenos de Lourdes a exaltación histérica, catalepsia y alucinación de las videntes. Todo ello, trabajando en un espíritu ya preparado por el ambiente supersticioso del pueblo.
Zola explica que Bernardita era muy aficionada a las historias de vírgenes, por las cuales sentía una especial preferencia. También le gustaba oír relatos de brujos y brujas y en especial una leyenda que circulaba en torno a las apariciones demoníacas a un escribano del pueblo. Añade Zola que la niña tenía un miedo atroz a los demonios.
En esta misma línea apareció en Francia el año 1960 un libro que revolucionó los medios eclesiásticos que con más energía defienden lo de Lourdes y Fátima. El libro fue escrito un obispo católico, Monseñor Cristiani, “Prelado de Su Santidad”, según reza en la primera página. Se titula “Présence de Santan dans le Monde Moderne”. En un capítulo denominado “Las Diabluras de Lourdes” (“Les Diableries de Lourdes”) el obispo católico prueba la intervención del Diablo en las apariciones de Lourdes. El Maligno logró que casi todo el pueblo se sintiera visionario; despertó la envidia y la rivalidad entre los habitantes de los pueblos vecinos a Lourdes y logró sembrar tal confusión religiosa entre los franceses, que hasta el Ministro de Culto del Gobierno de París se vio en la necesidad de intervenir con energía para poner un poco de orden en el caos.
Cuanto se dice de Lourdes puede ser igualmente aplicado a Fátima y a cuantos santuarios existen en el mundo con las mismas pretensiones.
Páselo bien, Director.
Notas.
1. “Las apariciones de Fátima”, página 79.
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