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Resurrección poética del Unamuno esencial

Dedico esta Antología a Pilar Fernández Labrador y a Alfonso Ortega Carmona, tan queridos para mí. (*
EL SOL DE LOS CIEGOS AUTOR Alfredo Pérez Alencart 26 DE SEPTIEMBRE DE 2012 22:00 h

Hacerme, al fin, el que soñé, poeta M. de U.

En cuanto a los poemarios de Unamuno, creo que les hacía falta un sacudón o una cernida a fondo. Y todo ello en beneficio de su máximo deseo, ser el poeta que soñó, y que en verdad Es. Tras esa decantación, el resultado es lo que primero debe ofrecerse a los nuevos lectores, pero también a quienes juzgan su poesía valiéndose de tópicos ajenos o de lecturas propias hechas al espesor de sus páginas, muchas de ellas agotadoras. De esta criba general se salva, claro está, El Cristo de Velázquez, obra magna de la poesía en lengua española, Evangelio laico troquelado con lírico lenguaje a la luz de lo divino.

Por ello no hay abundar. Los clásicos latinos sabían que bastaba con que las generaciones futuras recordaran solo un verso o fragmento, para que el poeta haya cumplido con su misión o destino: alumbrar lo oscuro, al menos con una palabra-chispa que traspase las centurias y se instale en la memoria de los que, en su momento, estaban por llegar.

Los poemas aquí acopiados los muestro sin ordenación cronológica, ni señales de los poemarios de donde proceden. Faltaba mezclarlos, mestizarlos, desoír al poeta que primero decía: “A mí la rima me estorba”, para luego escribir algunos de los sonetos más memorables del último siglo. Había que presentar sus ‘criaturas’ para una sinfonía de resurrección.

II
Un simple ejercicio de búsqueda del propio sentir de Unamuno respecto a su creación poética, nos lleva, invariablemente a la América hispana. En su epistolario, el grueso de manifestaciones más profundas en torno a sus poemarios y a su propia forma de entender la poesía y de escribirla, se encuentra en las cartas que escribiera a sus amigos y corresponsales americanos.

Veamos solo algunos ejemplos. Al escritor boliviano Alcides Arguedas, le dice en 1911: “Mi poesía entra más lentamente que mi prosa, pero entrará, ¡vaya si entrará!”, comentándole también que todavía no había podido cubrir el gasto que le supuso publicarse sus dos primeros poemarios (Poesías y Rosario de sonetos líricos). Parece increíble, cuando ya entonces Unamuno era urgido por los impresores para publicarle lo que sea, pero en prosa. Mas todo poeta sabe que no importa el desdén o el desvalor que den a sus textos, y sigue con su escritura, y costea su edición si es necesario, aunque no logre recuperar la inversión material., como el vasco de Salamanca confiesa a Arguedas, “y eso que son mis obras favoritas”.

¿Pensar el sentimiento y sentir el pensamiento? Pues claro, y para la parte del sentir tuvo cierto asidero en la obra del cubano José Martí, especialmente con su libro Versos sencillos, como le reconoce en 1928 al escritor puertorriqueño Artemio Precioso: “Y cuando pienso en Martí, que tanto me ha enseñado a sentir”.

Antes, en octubre de 1909, le escribe al poeta chileno Ernesto A. Guzmán, la primera voz de hermandad poética que escribió sobre sus poemas (luego sería Darío, con un texto publicado en La Nación, de Buenos Aires, en marzo de 1909 y que el poeta pondría de prólogo a su libro Teresa): “Y de esos otro de que sea la nuestra poesía cerebral y no cardial, de ideas y no de sentimientos, de eso he de escribir de largo. Hay pobres gentes que no sienten las ideas. Ignoran, además, que el sentimiento es cerebral. Para ellos pasión se reduce a pasión de carne, pasión animal. No comprenden que en una sentencia de Spinoza hay más sentimiento, más pasión, más poesía que en cientos de insípidos madrigales a la novia. La sensualidad es con la artificiosidad otra plaga de la verdadera poesía”.

III
Hablando del nicaragüense Rubén Darío, de un linaje poético diferente al de Unamuno, verdad es que fue uno de los principales introductores del rector en la prensa argentina y del resto del continente. En un lejano 1899 escribe don Miguel: “Usted sabe bien, amigo Darío, cuánto ensancha el pecho del alma el sentirse escuchado y comprendido y el recibir el eco de nuestra voz, enriquecida y transformada al sernos devuelto por otro espíritu”.

Ahora bien, y a pesar de las diferencias, lo importante es que Darío fue el primero que supo entender que Unamuno fue, es y será esencialmente Poeta, aunque escriba en prosa. Y lo hizo en círculos donde, entonces como hasta hoy, poco se ha valorado su obra poética; personas especialmente desdeñosas ante un intelectual que, a los 43 años, también quería ser poeta. Extraigo del citado artículo: “Y cuando manifesté delante de algunos que, a mi entender, Miguel de Unamuno es ante todo un poeta, y quizá sólo eso, se me miró con extrañeza y creyeron encontrar en mi parecer una ironía…. Si poeta es asomarse a las puertas del misterio y volver con, en los ojos, un vislumbre de lo desconocido. Y pocos como ese vasco mete su alma en lo más hondo del corazón de la vida y d la muerte. Su mística está llena de poesía, como la de Novalis. Su pegaso, gima o relinche, no anda entre lo miserable cotidiano, sino que anda siempre en vuelo de trascendencia. Sed de principios supremos, exaltación de lo absoluto, hambre de Dios, desmelenamiento del espíritu sobre lo insondable, tenéis razón si me decís que todo eso está muy lejos de las mandolinas. Pero las mandolinas no son toda la poesía…”.

IV
Poeta de lo trascendente, poeta del paisaje del alma, poeta agónico con Dios hasta en el hueso… Poeta que ha sido y que será. Extraña que algún compilador actual de su obra poética completa no mencione, entre la temática de su poesía, esa búsqueda y entrega a Dios. Suena a chiste, si no fuera esperpéntico. Tanta erudicción para obviar lo más evidente de la obra del poeta. Los eruditos de hoy ni siquiera llegan a los talones de esos eruditos con los que no congeniaba Unamuno: “Nunca acabo de hacerme a estos eruditos por buenos que ellos sean. Parece como que los grandes escritores no han nacido sino para que aquellos investiguen su vida y les saquen todos los trapitos a relucir. Y hay mucho de infantil en el ahínco que ponen en atrapar verdaderas minucias”, le dice a su amigo Ernesto A. Guzmán, en 1913.

Volvamos a Darío, quien ahondó de forma inmejorable sobre el anclaje final de la poesía del vasco de Salamanca: “Unamuno sabe bien que el verso, por la virtud demiúrgica, tiene algo de nuestra alma al salir de ella, que es uno de los grandes misterios del espíritu, que un rito mortal para la cual la iniciación viene de una voluntad divina… El canto quizá duro de Unamuno me place tras tanta meliflua lira que acabo de escuchar, que todavía no acabo de escuchar. Y ciertos versos que suenan a martillazos, me hacen pensar en el buen obrero del pensamiento que, con la fragua encendida, el pecho desnudo y transparente el alma, lanza su himno, o su plegaria, a buscar a Dios en lo infinito”.

No hay más que decir, salvo dejar que el propio poeta se nos despida. En carta de 1906, dirigida al escritor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, aclaraba Unamuno: “Yo no siento la poesía sino poéticamente ni la poesía sino filosóficamente. Y ante todo y sobre todo religiosamente… Lo que sobre todo gusto es de la filosofía poética o de la poesía filosófica, no de la mezcla de la poesía y filosofía, no de versos conceptuales en que el esqueleto lógico su apófisis y costillas por entre la flaca carne poética, no, sino de aquellos otros en que poesía y filosofía se funden en uno como en compuesto químico”.

V
Cada encuentro pergeño algún texto para dedicárselo al poeta homenajeado. El hecho de no participar como poeta invitado me abre este resquicio. Así queda una expresión de mis afectos.

UNAMUNO
Oh señor de Libreros, señor de Unamuno,
el mío corazón comparece ante su creencia
sin estatuas, quijotesca teología del ejemplo
dinamitando religiones ¡Evangelíceme, hágalo
sin estampitas ni mentecatadas! ¿Qué habrá
excomunión? Gracias a Dios, gracias al aletazo
de las cigüeñas sobre la calva del obispo,
gracias a Lázaro de Tejares, por donde duermo.
Ahora le atiendo, profesor sin páginas en blanco,
señor del rectorado para travesías lejos del griego.
Anote el número del móvil que me niego a tener.
¡Llámeme con su voz que despierta Españas!
¡Persevere, señor de Jugo! Vine de la otra orilla
pero quédome donde se cobijan sus Palabras.
(para Miguel Elías)


(*) Epílogo de la antología Di tú que he sido, en homenaje a Miguel de Unamuno y dentro del XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos.
 

 


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