Sus ejercicios eran admirados por todos, no solo por su habilidad, sino sobre todo porque su pierna izquierda era de madera: le había sido amputada por un tren.
Los Juegos Olímpicos están repletos de historias que nos hacen pensar y nos sorprenden con todo tipo de circunstancias y personajes. Durante los celebrados en Sant Louis en 1904, ¡cuando ninguno de nosotros había nacido todavía!, el gimnasta americano George Eyser logró un oro, dos platas y un bronce.
Sus ejercicios eran admirados por todos, no solo por su habilidad, sino sobre todo porque su pierna izquierda era de madera: la de verdad le había sido amputada al ser arrollado por un tren.
Siempre decimos que la fuerza o la habilidad no lo son todo en la vida, y esta historia nos lo recuerda. Más de una vez la diferencia en una vida viene marcada por el deseo de vencer, la decisión de no desanimarse nunca y, sobre todo, por la disciplina y el carácter de no darse por vencido jamás.
Deja de creer que hay algo que te hace inferior. Mientras piensas en tus limitaciones, ellas gobiernan tu vida, porque te marcan lo que puedes o lo que no puedes hacer.
Si vives reconociendo que todos tenemos debilidades y que no hay nadie superior a otro, tus circunstancias no van a cambiar, pero tu actitud y tu motivación sí. Las personas que llegan a comprenderlo son las que revolucionan el mundo.
La base de lo que escribo es cien por cien espiritual, aunque nos parezca imposible: la Biblia dice que cuanto más débiles nos sentimos, más necesitamos confiar en Dios. ¡Y cuando confiamos en Dios somos más fuertes!
Suena tan simple que muchos son incapaces de comprenderlo. Dios lo explicó de una manera admirable a su pueblo: «Esta es la palabra del Señor a Zorobabel: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu” —dice el Señor de los ejércitos» (Zacarías 4:6).
No se trata de quién es más fuerte, sino de quién tiene más confianza. La victoria no pertenece a los poderosos, sino a los espirituales, porque el poder del Espíritu de Dios es superior al de cualquier otro.
Si entregamos nuestra vida en sus manos para que él trabaje en nosotros, nuestras debilidades pasarán a ser nuestro mayor tesoro. Nuestros dolores, la mayor bendición.
Sí, porque otra de las imágenes que el Espíritu de Dios toma para sí en la Biblia es la del aceite. Dios nos cura por medio de su Espíritu, nos sana, hace brillar nuestro rostro y rodea todo nuestro cuerpo de una textura atractiva que refleja su propio carácter. Atraemos a los demás, incluso siendo débiles. Ayudamos a otros cuando parecemos estar más desesperados y somos capaces de dar paz a los que nos rodean cuando da la impresión que nuestro interior se está desmoronando.
Dios toma cada una de nuestras debilidades y las perfecciona. No las quita de nosotros, porque sabe que cuando creemos que no podemos hacer nada es cuando más útiles somos. La verdad es que competimos mucho mejor con una pierna de madera. Y nuestro rostro brilla, no porque seamos los vencedores, sino porque el Espíritu de Dios hace disfrutar nuestra alma.
Y cuando Dios nos regala la victoria (¡y lo hace en muchas ocasiones!) nos sentimos inmensamente felices, porque hemos llegado a comprender que somos más que vencedores. No por nuestro poder, sino por su Espíritu.
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