El honor no se puede fingir, y tampoco se puede esconder. O se tiene o no se tiene.
Michael Laudrup fue uno de los jugadores más importantes en el FC Barcelona durante la temporada 93-94. Diferentes circunstancias en el juego y el equipo le llevaron a tomar la decisión de no renovar con el club catalán, así que el Real Madrid quiso ficharlo, y él llegó a un acuerdo con ellos para el final de la temporada, pero no firmó nada. Tenía contrato hasta el 30 de junio con el Barcelona, así que decidió no firmar con nadie aunque la liga hubiera terminado y la mayoría de los jugadores acostumbraban a hacerlo sin problemas. «Mi palabra es mi palabra, usted la cree o no la cree», le dijo al presidente del Real Madrid. El 2 de julio del 1994, antes de comenzar sus vacaciones, se presentó en Madrid para firmar.
Pocos libros se escriben sobre el honor. No solo no está de moda, sino que muchos podrían argumentar que es un sentimiento o una manera de actuar completamente anticuada. Yo creo firmemente que gran parte de los problemas que tenemos en nuestra vida personal, en las relaciones con los demás y en el trabajo (¡hasta en la vida espiritual!) vienen de que nuestra conciencia no conozca el honor.
El honor no se puede fingir, y tampoco se puede esconder. O se tiene o no se tiene. O es algo normal en nuestra vida, o no podemos hacerlo aparecer de repente cuando lo necesitamos. Es curioso: a las personas honradas las reconocemos enseguida. Tienen una sola palabra, puedes confiar en ellas. No te traicionan por nada del mundo y defienden la lealtad y la fidelidad como si fuera lo único que existiese en la vida.
Muchos negocios se cerraron con un apretón de manos y una palabra fiel. Hoy se escriben los contratos delante de notario y las dos partes llevan a sus abogados para certificar que la otra persona no ha conseguido colocar una cláusula en la letra pequeña, casi irreconocible, pero que le da ventaja sobre su adversario. De engaños sabemos mucho. De honor, muy poco.
¡Incluso en algunos lugares decir pequeñas mentiras está bien visto! Y no importa si son creyentes o no creyentes los que lo hacen, desgraciadamente. Incluso algunas personas te argumentan que es algo cultural, y que no se puede cambiar. Entiendo que lo digan quienes no conocen a Dios, pero jamás alguien que ha leído (¡y creído!) lo que Dios dice: «Antes bien, sea vuestro hablar: “Sí, sí” o “No, no”; y lo que es más de esto, procede del mal» (Mateo 5:37).
¡Atentos todos!: «Lo que es más que esto, procede del mal». Un día traté de explicárselo a una persona a la que había llamado en cinco ocasiones diferentes durante el mismo día por algo urgente, y cada vez que me contestaba un miembro de la familia o del servicio me decían que «se estaba duchando» para no ponerse al teléfono. Al final, el que engaña solo se engaña a sí mismo, porque todos los que le rodean sabe que no está diciendo la verdad. Y está demostrando que no tiene honor. Que no es honrado.
La razón por la que el honor, la lealtad, la fidelidad, y el querer hacer las cosas bien están más allá de todo es porque viven en el interior de cada persona. O lo tienes o no lo tienes. No se puede fingir. O sigues a quien nos enseñó que nuestro hablar debe ser verdadero, o simplemente estás viviendo un evangelio cultural.
El Señor lo dejó muy claro: lo que no tiene que ver con la verdad procede del mal.
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