Cuarenta años de su testimonio son los que gastó como evangelista tanto en España, Argentina y Chile el español don José Torregrosa, quien llegó a Chile después de haber estado encarcelado en España por su conversión al Evangelio.
Nació don José Torregrosa en España, el 30 de Abril del año 1845, en la ciudad de Alcoy, Alicante, en donde funcionan no menos de 500 fábricas de tejidos de paños, todas movidas por fuerza hidráulica. Sus padres fueron católicos de los más ortodoxos. Su madre no permitió nunca que su hijo José quedara un solo día sin ir a misa, ni un primero de mes sin confesar y comulgar. En su casa vio siempre un sacerdote amigo, que, en cualquier cumpleaños, bautizo o casamiento, tenía su asiento de honor, a la cabecera de su mesa. Este confesaba a toda la familia, y por lo mismo gobernaba la casa de una manera indirecta.
“Corría a la sazón el año 1876- dice el autor- (i). Don José Torregrosa se encontraba ya casado y con familia. Ganaba el sostén de su casa siendo Secretario de la Municipalidad. En aquellos días, su padre enfermó de muerte. Conversando con él, a la cabecera de su cama, pudo notar que tenía miedo a la muerte, no obstante ser un hombre muy religioso, bueno y honrado. Murió tranquilamente y sin agonía.
Su vida en este punto se detuvo. Pensamientos errantes le asaltaban dejándole en la más completa confusión. Dios, religión, sociedad, vida, muerte, eran para él tópicos enigmáticos. ¿Qué sería de él después de la muerte? Desesperado ya y viendo que nada resolvía sus dudas, pensaba, a veces, lanzarse a la vida por el camino malo; resolvíase, otras veces, a ser el más estricto cumplidor de la iglesia. Nada, empero, le satisfacía. Resolvió, por fin, confesarse. Con alma angustiada, hizo su confesión con el sacerdote y después de haber recibido la absolución, le preguntó:
Padre, si yo me muriera ahora ¿iría al cielo?
Sí; pero Dios, que juzga en lo interior, te haría pasar primero por el purgatorio, para purificar tu alma.
Perdóneme, padre, — le dijo — pero no puedo creerlo; usted acaba de absolverme, pero yo no tengo paz ni tranquilidad, y sobre todo siento que mis pecados no han sido perdonados.
Por esta causa quedaron disgustados el confesor y don José. Desde aquel día empezó a recorrer don José todas las librerías, buscando, entre los libros nuevos y usados, alguno que pudiera satisfacer sus deseos, pero todo era infructuoso: él no podía explicar lo que buscaba, y nadie le entendía. Dirigióse a cuanto sacerdote conocía y les suplicaba que le prestasen libros sobre los fundamentos de la religión. Uno de ellos le prestó los siguientes: “El Fleury”, “Doctrina explicada”, “Camino recto para ir al cielo, “Vidas de Santos”, etc., etc. Los leyó con avidez y, al devolverlos y decir que no le satisfacían, le dijeron que acabaría por irse al infierno, si persistía en investigar lo que no le importaba; que lo que debía hacer era obedecer y callar (?). Perdió por completo la fe y dejó de rezar a los santos.
En estas circunstancias sucedió que don José tuvo que tomar declaración formal al pastor protestante, don Jorge Ben-Oliel, y al preguntarle si poseía o administraba alguna finca, le con testó: “No, señor, yo todos mis bienes los tengo en el cielo”. Este caballero tenía toda la apariencia de un hombre religioso y mucha gravedad en su conversación y en su carácter; esto infundió en el funcionario municipal, desorientado en materia religiosa, gran respeto y curiosidad. La declaración del pastor hízole pensar que él era la persona que podía aclarar sus dudas y sacarle de la incertidumbre que tanto le había molestado. Revistióse de valor y una tarde, al terminar sus horas de oficina, determinó ir a su casa, con el pretexto de algo relacionado con su declaración. El pastor le recibió cortésmente. Muy pronto la conversación versó sobre lo que don José buscaba.
En forma llana y con marcado interés, le habló de Jesucristo, como Hijo de Dios y Salvador del mundo, agregando que Él era el único que podía perdonar todos sus pecados y darle solaz. Las palabras del pastor cautivaron la atención del investigador y extasiado escuchábale con toda el alma. A las pocas visitas que le hizo, el pastor invitóle a que le acompañase a sus reuniones. Pero esa palabra «protestante» era tan negra para él, que el solo hecho de oiría pronunciar le causaba horror.
— Yo no iré jamás, señor, le dijo. Pero Dios no le dejó tranquilo. ¡Con cuánta suavidad y paciencia le conducía!
El libro de Moisés Torregrosa, con su relato ameno y descubriendo el alma de su padre, nos lleva al memento de la conversión y las dificultades para salir de Roma. Sin embargo, dado el paso de conversión, la vida se haría un infierno comenzando por la misma esposa que veía como la miseria llegaba a aquella casa.
Cuarenta años de su testimonio son los que gastó como evangelista tanto en España, Argentina y Chile el español don José Torregrosa, quien llegó a Chile después de haber estado encarcelado en España por su conversión al Evangelio. Fue quien ayudó a establecer y fundar la Iglesia en Valparaíso en 1895, y en Santiago en 1898. Había llegado al sector del Almendral en Valparaíso, José Torregrosa, en 1894. Al año siguiente, logra formar una iglesia con más de cien personas en la esquina de Chacabuco con 12 de febrero. Mucho de aquellos adherentes al metodismo con su cambio social, a futuro serán militantes pentecostales.
En la biografía escrita por su hijo Moisés Torregrosa “Cuarenta años de lucha” se nos dice que en 1902 el pastor José Torregrosa fue nombrado para empezar una nueva obra en Quillota y Limache (Chile). Llegó al campo en marzo y se estableció en una casa bastante cómoda en Quillota. Se iniciaron los cultos inmediatamente.
Sin embargo, la oposición de la iglesia católica también fue inmediata: “A llegar a este nuevo campo –dice Torregrosa-pasé mirando el campo y examinando los puntos estratégicos que debía tomar. Cuanto más miraba más negro lo veía. Encontramos aquí la moderna Inquisición establecida. Hemos abierto un salón de predicación en la calle Pinto 65, y a los primeros rayos de luz que el Evangelio ha derramado en medio de esta densa oscuridad, los alumnos del liceo, se han concertado en prender fuego a nuestra casa; acuden a interrumpir las reuniones pisoteando las leyes del Código, introduciendo paquetes de cohetes dentro de la casa, y llenando de improperios al que habla. El pastor colocó a su hijo en el liceo, y se ha visto obligado a retirarlo de aquel grupo de atolondrados sin moral y sin educación que, en recreos, en lugares excusados y hasta en la misma clase, acometían a este niño no solamente con burlas, lo cual hubiera podido pasar, sino hartándole de golpes, promoviendo correrías por las calles hasta el extremo de presentarse a dar aviso personas completamente extrañas, y tener que guardar cama el niño a causa de los males tratos y palos que diariamente le propinaban los inocentes de los “pelicaninos”. Pronto han reclamado, para contrarrestar los efectos del Evangelio con la ayuda de una misión de Jesuitas, que noche tras noche aterran la población con sus rugidos. Después de haber acabado con todos los improperios e insultos del diccionario contra los reformadores de la calle Pinto, he aquí sus textuales palabras que pueden servirnos de aliento en nuestra tarea:
“La religión se acaba (catolicismo), el diablo anda suelto, y ya ha llegado a Quillota; no permitáis, Madre Santísima, que en Quillota veamos los estragos que en otras partes se ven. Nuestra santa religión es herida por las flechas del maligno. El remedio está en vuestras manos; el santo rosario tan olvidado hoy, esa es la causa, rezad el rosario, que él es el látigo con que azotareis al diablo y le haréis huir; trabajad para que ese extranjero desaparezca de aquí, y Quillota se vea libre de la herejía”. Resultado de estas arengas ha sido el despliegue de las beatas más caracterizadas, averiguando de casa en casa quiénes son los que concurren a las reuniones, quién es el dueño de la casa, cuánto pagamos de alquiler, de dónde se mantiene la familia del pastor, etc. (Carta del pastor José Torregrosa, 8 de mayo de 1902: Revista “El Cristiano”, 10 de mayo de 1902).
1903: “El lunes, 4 de mayo, fuimos asaltados en la clase experimental, donde no escasearon los gritos, puñetes, toques de pito y palabras infernales para el pastor. (Carta del pastor José Torregrosa: Revista “El Cristiano”, 25 de mayo de 1903).
1904: “En días pasados, nuestro pastor y familia escaparon por el brazo de Jehová de ser linchados por una turba de antropófagos que llegaron hasta el extremo de derribar a sus pies a la señora e hijo del pastor e irse después sobre la casa a asaltarla. Lo más curioso es que a éstos se les ve después acompañando al pelícano, en procesión. No obstante, el juez les condenó a diez días de prisión, aunque no sea más que para descansar y volver a la misma. Empero, ‘Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo’. Él está aquí con nosotros. (Carta del Hno. Aurelio López: Revista “El Cristiano”, 3 de octubre de 1904).
Diferencias con los Sabatístas:
En 1907 el circuito está a cargo del hermano Carlos Leighton y ha tenido un año próspero a pesar de los grandes esfuerzos del enemigo para desbaratarlo. Fue invadido por los sabatístas de una manera violenta y tenaz. Fueron de casa en casa introduciéndose con una porfía que por poco no requería la fuerza para desalojarlos. Lograron acoger tres o cuatros desafectos y perturbadores de los nuestros. Pero el mismo espíritu que habían tenido en la Iglesia lo llevaron consigo y no tardaron en decidirse en dos o tres partidos para pelear entre sí. Así manifestaron lo que eran y la Iglesia descansó y va adelante. Esta ruda lucha quebrantó la salud del pastor por algunos meses, pero está repuesto ahora y trabajando con empeño en la obra. (Actas: Conferencia Anual de Los Andes 1908).
Movimiento Pentecostal:
En 1910 la obra del circuito de Quillota, que hace tiempo ha sentido cierta perturbación debido a la introducción de prácticas desordenadas y doctrinas no bien fundadas en las Escrituras, ha visto el apartamiento del pastor nombrado en la última Conferencia en Valparaíso (Alfredo Salas) y con él algunos de los miembros que participaban de sus ideas. Hemos traslado la Iglesia a un local donde antes teníamos los cultos, y bajo la dirección sabia y fiel del hermano José Arriola, providencialmente establecido en Quillota durante este año, continuamos con una buena asistencia ahora viviendo en armonía, y no obstante lo ocurrido parece tan numerosa como antes. (Actas: Conferencia Anual de Chile 1911).
En 1913 Quillota, se puede decir, es una nueva iglesia por cuanto que fue totalmente arruinada por la separación de los pentecostales. Se nota un vivo interés en las reuniones, se han recibido varios probandos y miembros. (Actas: Conferencia Anual de Chile de 1914).
Atacado por una sociedad espiritista:
1911: Quillota es un emporio de beatas y clérigos. Además, la ciudad está escandalizada por una sociedad espiritista, de tal manera que la obra del Evangelio aquí se presenta llena de los más grandes obstáculos. Desde la primera reunión que hemos celebrado, empezaron los ataques, piedras, barro, palabras no muy buenas, y hasta intentar de introducirse dentro del recinto a golpear e insultar. Pusimos un rótulo a la puerta en lugar alto y visible que dice: “Iglesia Evangélica Metodista Episcopal” y aquella misma noche fue embarrado cobardemente. Acudimos a la policía en demanda de amparo, y el Prefecto, (que sin duda le falta solamente la corona) despidió groseramente al Pastor diciéndole que fuera a pedir apoyo al infierno, e impidió que se pasara un parte al Juez contra un sujeto que se pilló con pruebas. Solamente Dios es nuestro amparo. Las gentes en contra; y los espiritistas de casa en casa propagando sus espíritus. (José Torregrosa, Revista “El Cristiano”, 27 de marzo de 1911).
En 1936 los factores negativos por el negativo crecimiento de la obra de nuestra Iglesia en Quillota son la malísima ubicación de nuestra capilla y la falta de un pastor residente.
1936: Nunca se debió haber consentido en la adquisición de una propiedad que para los fines de la obra no reúne ninguna condición, ni la que menor. Está muy mal ubicada, su construcción es centenaria, su aspecto exterior es feísimo y sus comodidades interiores son muy escasas, siendo su estado una amenaza constante para sus moradores. Obra de mal gusto en todo sentido. Si a esto se añade la falta de un pastor residente que reúne muy mejores condiciones que el edificio, para que pudiera hacer la obra de continuación, la defección es completa. Es por eso que los hermanos de Quillota, vendo las posibilidades que tiene la obra del evangelio allí, desean tener un pastor residente.”
El relato de “Cuarenta años de lucha” puede parecer exagerado, pero es indiscutible que, si vamos uniendo pasaje a pasaje de los momentos difíciles y violentos, nos saldrá un libro como este.
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(i) Cuarenta años de lucha. Moisés Torregrosa. Santiago de Chile. 1921
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