Hace más de 30 años estudio la llegada del protestantismo evangélico a tierras peruanas a finales del siglo 19 y comienzo del 20.
Llevo poco más de un mes en el Perú y escribo estas líneas en la ciudad de Tarapoto, en plena selva amazónica. He venido invitado por las Iglesias Evangélicas del Nororiente Peruano (IENOP), a participar como predicador en su 63ª. Convención anual. El calor es notable y por momentos sofocante, y cuando menos se espera puede desatarse una lluvia torrencial. Estoy impresionado por la variedad de tonos del verde que luce la espesa vegetación que rodea la ciudad, y también por las numerosas muestras de afecto fraternal con que los creyentes aquí reunidos me favorecen.
El avión de la compañía Peruvian que nos trajo a mi hermana y a mí, cruzó desde Lima hacia el norte, volando luego por encima de montañas nevadas de la cordillera de los Andes y descendiendo enseguida desde 5 mil metros hasta la ciudad de Tarapoto, a 300 mts. de altura.
Nos recibió en el aeropuerto el Dr. Carlos Rengifo, graduado de la Universidad Politécnica de Valencia y catedrático en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Tarapoto. El Dr. Rengifo ha desarrollado un plan de colaboración con varias universidades de Valencia y la próxima semana recibirá una delegación de siete alumnos y dos profesores de la Universidad Católica.
En preparación para este viaje he estado leyendo Nuestros pasos, un libro que acaba de publicarse, escrito por el actual Presidente de la IENOP, el pastor Windel Vásquez. En esta obra de 328 páginas, se ha esforzado por recuperar la memoria de la entrada del Evangelio en esta región de la selva peruana.
Hace más de treinta años que vengo estudiando la llegada del protestantismo evangélico a tierras peruanas en las últimas décadas del siglo 19 y primeras del 20, pero no estaba familiarizado con el esfuerzo evangelizador en esta región selvática del Perú.
Trabajando en fuentes primarias y secundarias el Pastor Vásquez ha ordenado de manera comprensible y amena una cantidad respetable de información. Por su obra desfilan valientes y esforzados misioneros y también peruanos y peruanas que por su fe evangélica se enfrentaron a una sociedad a veces hostil, y a esfuerzos de la Iglesia Católica Romana por impedir el avance del Evangelio.
En una época en que el transporte aéreo recién se iniciaba las misioneras británicas Ana Soper y Rhoda Gould, ambas enfermeras de profesión, emprendieron en Junio de 1922 un viaje que se ha hecho legendario. Viajaron por mar desde Lima a Pacasmayo, un puerto del norte peruano, y de allí cruzaron a caballo la cordillera, llegando a la ciudad de Cajamarca, célebre por sus baños termales y por haber sido en 1535 punto de encuentro entre el conquistador español Francisco Pizarro y el emperador inca Atahualpa. Para 1922 ya los presbiterianos de la Iglesia Libre de Escocia habían llegado y el misionero Calvin Mackay empezó un ministerio que iba a ser perdurable.
Ana y Rhoda decidieron seguir hacia el interior en dirección a la ciudad de Moyobamba, al noreste. El pastor Vásquez narra: “La distancia entre Cajamarca y Moyobamba es de 300 kilómetros y el tiempo normal para recorrerla era de unas dos semanas, pero ellas lo hicieron en casi 5 semanas, viaje que puso a prueba su coraje y fe de mujeres de Dios. Ante tantas dificultades no faltaron momentos en que se preguntaban a sí mismas qué hacían ellas allí, desde Inglaterra, y si realmente valía la pena este esfuerzo” (p.34).
Las peripecias del viaje incluyeron policías ebrios, dificultades en las cabalgaduras, dormir sobre esteras en el suelo, comidas improvisadas, caídas y lastimaduras. El 27 de julio de 1922 llegaron por fin a Moyobamba, la ciudad que se había convertido para ellas en un desafío misionero. Pronto demostraron que habían llegado para servir y empezaron a atender a las necesidades médicas de una población que poco a poco fue reconociendo el valor de los servicios que prestaban las misioneras.
El hospital de la ciudad había sido clausurado y la casa de las misioneras se convirtió en un centro de salud, y un lugar en el cual se presentaba el mensaje del Evangelio. El alcalde de la ciudad donó un lugar adecuado cercano a la Plaza de Armas o Plaza Mayor de la ciudad y el aprecio de la población fue creciendo.
Otros misioneros y misioneras siguieron en los pasos de Ana y Rhoda de manera que hoy en esta Convención de la IENOP están representadas 119 iglesias de la región, todas ellas autónomas en su dirección, testimonio y finanzas. La siembra de aquellas décadas iniciales ha dado fruto. Hay también en la región varias otras denominaciones evangélicas establecidas.
Una experiencia especialmente significativa para mí ha sido encontrarme con personas de familias a las cuales yo había conocido en Lima, la capital peruana, en la década de 1950, como cristianos fervorosos y activos. Familias con los apellidos Ríos, Reátegui, Villacorta, Grandez, Cifuentes, Pinedo, y que provenían de esta región en la cual se habían formado inicialmente.
Pienso en mi gran amigo y colega el Dr. Héctor Pina, teólogo y educador que fue Rector del Seminario Evangélico de Lima. Su madre doña Hortensia de Pina estuvo entre los primeros jóvenes enviados por la misión a estudiar en el Seminario Bíblico de Costa Rica, donde también años más tarde estudió Héctor antes de doctorarse en la Universidad Católica.
Me ha venido a la memoria don Vicente Coral a quien conocí ya mayor en Lima, y quien para ir a estudiar en Costa Rica se hizo en 1935 a pie el largo viaje desde la ciudad de Lamas, cercana a Tarapoto, hasta Lima: eran tales las ansias de formarse para servir a Dios que emprendió esa verdadera odisea atravesando selva y sierra hasta la costa.
Presidió las reuniones de la Convención el periodista César Villacorta quien ha trabajado en radio en varios países, incluyendo una etapa de seis años en Ecuador con la Bible Broadcast Network. Conocedor del mundo de las comunicaciones y de la importancia de los medios para una presencia evangélica en las ciudades y la comunicación del Evangelio, César me entrevistó en Radio Amistad emisora de IENOP de la cual es actualmente gerente.
Emite programas en un radio que alcanza a 200,000 habitantes de esta región, diariamente de 6 de la mañana a 10 de la noche. Sostenida íntegramente por los creyentes evangélicos de la región es una evidencia más del avance evangélico en la Amazonía peruana.
Mi amigo Carlos Rengifo me llevó estos días a Moyobamba, escenario hoy también de otras proezas misioneras como el Proyecto San Lucas que presta servicios educativos y médicos a niños con necesidades específicas de salud para las cuales es muy difícil encontrar servicios. Allí trabajaron mi amigo Apolos Landa y su esposa Pilar Urquieta, a quienes conocí décadas atrás cuando eran estudiantes universitarios activos en el movimiento AGEUP, movimiento hermano de los GBU de España.
Fue una alegría reunirme en Moyobamba y también en Tarapoto con las nuevas generaciones de estudiantes evangélicos, lectores ávidos, practicantes del estudio inductivo de la Biblia y cuyas preguntas reflejan la inquieta atmósfera de la universidad peruana de hoy. Varios de ellos son lectores ávidos de literatura evangélica y son la promesa de una continuidad generacional, por la gracia de Dios. En próximas notas daré cuenta de otras facetas de la presencia evangélica en el Perú actual.
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