Lo que ha ocurrido hoy en los Estados Unidos es un episodio más de un problema del mundo occidental.
Mientras en Estados Unidos acaban con el recuento de su elección presidencial, recuerdo la conversación con mi esposa de ayer por la noche en la que apostábamos a que ganaría Trump. Decíamos que con una diferencia tan estrecha, el voto oculto, aquellos que no quieren manifestarse en contra de la opinión de los medios que definen lo políticamente correcto, darían la presidencia al candidato de la ira.
Todos los países tenemos políticos de los que públicamente nos avergonzamos, pero a los que, en situaciones de inestabilidad, estamos dispuestos a entregarles el futuro. Gente que parece fuerte, decidida, alguien que nos dé algo a que aferrarnos y no algo de lo que discutir, alejarnos del buenismo de lo correcto para encontrar soluciones “sucias” pero “efectivas”.
Lo que ha ocurrido hoy en los Estados Unidos es un episodio más de un problema del mundo occidental, de final de un modelo de civilización. Existe una conexión muy estrecha entre lo que ha ocurrido hoy en Washington y lo que ocurrió meses atrás en el Reino Unido, en las elecciones alemanas, en los muros que Europa construye en Hungría, en Macedonia, etc. El modelo de respuesta que estamos dando a los problemas que enfrentamos muestra los valores que tenemos. Cuando llegan los momentos de crisis, tanto las personas como las sociedades, reaccionamos con aquello que llevamos dentro.
“Make America Great Again”, hagamos América grande otra vez, el lema de campaña de Trump, está apelando al pasado, apunta a momentos nostálgicos a los que queremos volver, a sueño americano roto y corrompido. Queremos volver a los buenos viejos tiempos, pero nos cuesta reconocer el relato fundacional que generó esos momentos de grandeza. Son las ideas las que producen realidades. La realidad exterior es siempre la plasmación de un conjunto de convicciones que sostenemos. No es ni siquiera la economía y sus intereses los que dan forma a una sociedad, sino que es la ideología que interiorizamos la que crea un modelo económico y social.
El mundo occidental se fue edificando en un largo período de tiempo en la medida en la que la cristiandad se iba extendiendo por Europa, por América del Norte, etc. Distintas corrientes dentro de la misma cristiandad han dado forma al pensamiento occidental, han producido la democracia representativa, las sociedades más igualitarias, una comprensión determinada de los Derechos Humanos, etc. pero junto con ellas también hemos fabricado monstruos como las armas de destrucción masiva, la explotación de los países productores de materias primas, los modelos coloniales, etc. En el interior del mismo modelo estaba el bien y su propia corrupción.
El abandono de un modelo de cristiandad apoyado en el constantinismo produce un vacío moral, una pérdida de referencias en la ciudadanía que nos deja en manos de desaprensivos que acaban reflejando nuestro rostro más oscuro. Una vez hemos defenestrado los valores morales que venían dentro de la cristiandad sin sustituirlos por otros nos abocamos al vacío. Confrontados con problemas, tenemos miedo. Buscamos un salvador terrenal que nos saque rápidamente del problema. En lugar de hacer una América grande con los valores cristianos, demonizamos a nuestros enemigos. Si tenemos un problema, pero tenemos un culpable, luego ya no tenemos un problema. Tenemos alguien sobre quien descargar la ira.
Tanto Europa como América tienen sus nuevas “cucarachas negras”. Nuestras nuevas “sanguijuelas”, que vienen a robarnos nuestra prosperidad, son ahora los emigrantes, los refugiados, los musulmanes, etc. Nuestro empobrecimiento ya no viene de nuestras propias contradicciones internas, nuestra incapacidad de dar respuestas ya no es culpable, el problema está fuera y alguien tiene que hacer el trabajo sucio para poder volver al pasado glorioso. Fue especialmente clarificador el leer que, en pocos años, los estadounidenses que habían pasado de creer que una persona con una moral personal baja no podía ser un buen servidor público, había pasado de más del 70% a menos del 30%. Da igual qué valores sostenga, lo que crea, lo importante es que nos libre del mal que viene de fuera de nosotros. El problema no se genera ahora. Los americanos tuvieron que escoger entre Trump y Clinton porque ambos eran el mejor reflejo de la sociedad que los Estados Unidos es hoy. Los españoles tenemos que elegir entre Rajoy, el candidato socialista tapado, Iglesias y Rivera porque ellos son la sombra chinesca de la sociedad española. Nuestros políticos tienen los valores de la sociedad que los elige.
No se puede tampoco esconder que una parte significativa, me atrevo a decir que mayoritaria, de la Iglesia Evangélica de los Estados Unidos ha votado a Trump. Hubiera sido triste también si hubiera votado a Clinton, pero ha votado a Trump. Una iglesia que tiene una masa crítica en una sociedad que escoge entre Trump y Clinton tiene que tomarse un momento de silencio y de reflexión. Debemos reflexionar sobre nuestra interiorización del mensaje del evangelio y del lugar de los valores de nuestra cultura al relacionarnos con él. Los creyentes del mundo occidental deberíamos preguntarnos si hemos comprendido bien para qué existimos como cristianos y para qué existe la Iglesia. Una iglesia que existe para la misión, enfocada en atacar los efectos del mal y en proclamar la reconciliación con Dios, es la principal herramienta de Dios para llevar a cabo su propósito eterno. La Iglesia no es la protagonista, la historia está en manos de Dios, pero debemos ser un lápiz con punta para cuando Dios desee escribir la historia a través de nosotros.
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