Ansiosos y preocupados

La famosa cantante Mariah Carey, se crió en Long Island (Nueva York), y en su infancia pasó por momentos muy complicados. Su madre se divorció y muchas veces les faltaba el dinero para vivir. En ocasiones tenía que pasar la noche en casa de sus amigos. Pocos años más tarde, y después de vender más de sesenta millones de discos, su vida era completamente diferente. María confesaba en una entrevista al diario “El País”: “No quiero volver a tener esa sensación de inestabilidad, de que el suelo puede desaparecer debajo de mis pies, porque así es como me he sentido siempre”.

La inestabilidad es una de las sensaciones que más odiamos. No saber lo que está ocurriendo o lo que va a ocurrir nos “pone de los nervios”. Creemos casi siempre que uno de los mayores problemas de nuestra vida es no poder controlar las cosas. Vivimos muchas veces agobiados por problemas, pero no por los problemas en sí, sino por la sensación de que las cosas se nos escapan de las manos. Que algo imposible e imprevisible puede suceder. Es como si disfrutáramos preocupándonos. A nadie le gusta hacerlo, pero muy pocos son capaces de dar los pasos necesarios para dejar de agobiarse.

“De tanto andar te cansaste, pero no dijiste: “Hasta aquí llego” (Isaías 57:10) Esa es la sensación que muchos hemos tenido. Cansancio, extenuación, inestabilidad, frustración, desesperanza, nerviosismo... Hemos dejado entrar en nuestra casa a todos estos impostores, pero no hemos tenido fuerzas para echarlos de una vez. Para decirles: “Hasta aquí hemos llegado”.

Existe otra manera de vivir. Varias personas estaban hablando sobre la situación actual de nuestra sociedad y uno de ellos comentó: “El mundo se acaba, ¿qué haremos?” Un niño que estaba escuchando la conversación respondió: “Podemos pasar muy bien sin él”. No creas que es sólo una respuesta divertida, quizás tiene mucha más sabiduría de lo que pensamos. Porque todos necesitamos aprender a vivir sin preocupaciones. Sin la ansiedad de que cualquier cosa que suceda va a obligarnos a perder nuestra felicidad o nuestra sonrisa. La ansiedad y la preocupación no vacían el mañana del dolor que puede venir, pero sí nos quitan toda la alegría del hoy. Por eso es necesario aprender a vivir sin que la sensación de inestabilidad controle nuestros sentimientos. Puede que si un día Dios permite que el suelo desaparezca de debajo de nuestros pies, aprendamos a volar de una vez.