Cuando escuché la frase que encabeza el artículo, rápidamente volví mis ojos a la televisión para ver de qué se trataba. Por unos segundos pensé que alguien estaba desarrollando una campaña de publicidad que merecía la pena, pero todo cambió al ver que se trataba de una cadena de supermercados que, simplemente, quería vender sus productos.
Me quedé pensando en esa frase, porque encierra más verdad de lo que creemos: estamos celebrando la Navidad a cualquier precio.
Recordé entonces algo que les sucedió a dos profesores americanos en el año 1994, cuando viajaron a Rusia para visitar diferentes orfanatos, y en uno de ellos tuvieron la oportunidad de hablarles a un grupo de niños que habían sido abandonados y abusados desde muy pequeños, y vivían bajo la ayuda del estado, pero sin nadie que les diese cariño. Los dos profesores les explicaron a los pequeños la historia de la Navidad ¡Para la gran mayoría de ellos era la primera vez que tenían la oportunidad de escucharla!
En los últimos minutos de la clase, le pidieron a los niños que hicieran un pequeño pesebre con las cajas que los profesores habían traído, colocando papeles como si fuera paja, poniendo un muñeco y dibujando los animales, etc. A todos los niños les pareció una idea genial, y los dos maestros fueron recorriendo el aula y conversando con cada uno de ellos. De repente se encontraron con Misha, un pequeño de seis años que había puesto ¡dos! niños en el pesebre. Le preguntaron la razón y Misha les contó que le había preguntado a Jesús si podía estar en el pesebre con él, porque se encontraba solo y nadie le quería, y ¡Jesús le respondió que sí!
“Pero no tengo ningún regalo que darte” le dijo Misha… y el Señor le respondió: “Puedes darme calor ¡Quédate conmigo y nunca más estarás solo, porque yo te cuidaré siempre!”.
Los dos profesores no pudieron contener las lágrimas al ver la emoción del niño al contar la historia
¡Por fin había encontrado a alguien que le quería realmente, que no iba a abusar de él y que nunca le abandonaría!
La historia de la Navidad no era como Misha la había contado, pero de lo que no había duda es que la había comprendido perfectamente.
Uno de estos días estábamos juntos toda la familia, y comenzamos a hablar de la Navidad. Las niñas recordaron que, al fin y al cabo, estamos celebrando el cumpleaños del Señor Jesús. “Un niño nos ha nacido” escribió el profeta, y aunque Él es eterno, sus “días” en esta tierra comenzaron hace algo más de dos mil años.
Normalmente, cuando celebramos el cumpleaños de alguien, después de las canciones, la comida, las sorpresas, etc. todos comentan alguna cualidad que destaca en el homenajeado… así que nosotros decidimos pensar en todo aquello que nos encanta del Señor Jesús y colocarlo en el árbol de Navidad. Mel, la más pequeña ya fue la primera: “¡Jesús es mi amigo!” gritó y lo escribió rápidamente en un pequeño papel azul. Inmediatamente todos comenzamos a hablar sin parar sobre docenas de cualidades y situaciones que llenan nuestro corazón.
Jesús es la persona más impresionante de la historia de la humanidad, de tal manera que proclamar lo que nos gusta de Él se hace interminable. ¡Tenemos mucho que decir! En realidad, nuestra vida no sería igual sin Él. Nada tendría sentido sin Él.
Me temo que a duras penas se verá el árbol cuando terminemos de llenarlo de hojas de colores mencionando sólo algunas de las características de quién nos ama como jamás nadie nos había amado.
Cuando me quedé solo, recordé lo que el Señor Jesús le dijo a los suyos, unos treinta y tres años más tarde, justo después de haber resucitado: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. De eso se trata, literalmente, todos los días es Navidad: el niño que nos ha sido dado vive en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestra casa, en cada lugar al que vamos… en cada segundo de la vida que Él nos regala. Un día descubrimos que jamás vamos a estar solos… que encontramos a Alguien (¡mejor dicho, Él nos encontró!) que va a cuidarnos siempre. Pase lo que pase y estemos dónde estemos.
Cuando comprendemos que ese es “el” mensaje, tenemos que reconocer que el precio de la Navidad es infinito, porque el niño que nació era Dios mismo hecho hombre.
Infinito y eterno.
Él es el regalo de Dios para nosotros: su propio Hijo.
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