La angustia

Señor director:

¿Ha tenido alguna vez episodios de angustia? Conociéndole desde que usted vestía pantalón corto, creo que no. No es usted el tipo de persona propensa a la angustia. Sin embargo, la angustia es tan real como nuestra propia respiración. Fíjese, no más.

¿Cómo identificamos la angustia? Me remito a lo que dijo en su día el que fuera eminente maestro de la psicología y la psiquiatría modernas, el suizo Carl Gustav Jung, fallecido en 1961 y quien sigue siendo considerado una referencia mundial. En un curso ofrecido en el Instituto que lleva su nombre dedicado a la angustia dijo entre otras verdades que ese mal tiene innumerables signos externos. Estos pueden variar según los casos, pero existen unas características comunes a todos ellos.

La angustia se identifica como cansancio de la vida, fatiga física, sufrimiento espiritual, miedo al fallo cardíaco, derrumbamiento de los sistemas de valores, rechazo social, inseguridad ante el futuro.

Las personas que padecen estos males entran en un proceso de llamada angustia vital.

La persona concibe la vida como castigo. Cuando alguien le habla de los castigos en el más allá, responde: “¡Te parece poco castigo el que tenemos en esta vida!”. Atlas, el gigante de la mitología griega fue condenado por Zeus a llevar la bóveda del mundo sobre sus hombros. La persona que padece angustia vital se siente doblegada por el peso de la vida. Como si llevara el mundo a cuestas.

Existe también la llamada angustia cósmica o angustia planetaria. Se origina por causas ajenas a uno. Como el bombardeo día y noche de la comunicación. Usted, director, debe saber a qué me estoy refiriendo. Porque usted trabaja más con prensa, radio y televisión que con la bata blanca del hospital.

Nadie lo puede negar; es cierto que la comunicación pone el mundo a nuestro alcance día y noche. A las ocho de la mañana, hora arriba o abajo, usted se sienta a desayunar y prende la televisión. Lo que entonces se rompen son las emociones. Porque la pantalla le ofrece imágenes de todas las tragedias ocurridas el día anterior. Cambie de canal cuanto quiera, llegará a la conclusión de que nada bueno ha ocurrido en el mundo en 24 horas. Las noticias de las tres de la tarde y de las nueve de la noche, más de lo mismo. Le agrian el desayuno, le cortan la digestión del almuerzo, le anuncian nuevas catástrofes para el día siguiente durante la cena. Negritos raquíticos que mueren de hambre. Ríos que se desbordan y derriban casas construidas en lugares inadecuados. Cuerpos mutilados por ataques terroristas. Los medios de comunicación inyectan en su mente los resúmenes de todas las tragedias. Usted se mete en la cama angustiado por situaciones en las que no ha intervenido. Es lo que los psiquiatras llaman angustia cósmica. No es su trabajo lo que le angustia, menos aún su familia, es la situación del mundo, el cosmos, estamos globalizados y nadie escapa a la furia del planeta. Hace años, poseo en mis archivos el recorte de prensa, un padre de familia holandés mató a su esposa, a dos hijos pequeños, luego atravesó la puerta negra del suicidio. Dejó una carta escrita en la que explicaba que había tomado esa decisión angustiado por la situación del mundo y por el negro futuro que según él se avecinaba. Añadía que no quería que sus hijos vivieran en un mundo abocado al caos.

Es la angustia cósmica. La angustia planetaria. No es angustia de “mí” vida. Es angustia “ante” la vida.

Más amarga es, señor director, según yo creo, la angustia que el ser humano siente ante la muerte. Sobre este tema podría escribir para usted cientos de páginas. Rocé el asunto en mi libro “Entre la vida y la muerte”. A mi derecha, en la mesa sobre la que estoy escribiendo, tengo dos “Diccionarios de la muerte”, de diferentes autores.

El miedo a la muerte es visceral. Este miedo se da con diferencia entre artistas, poetas y escritores. Uno de ellos, al que usted y yo leemos con frecuencia, y en honor del cual ha instituido usted un premio, me refiero a Miguel de Unamuno, grita desde el fondo de su sentimiento trágico de la vida: “No quiero morirme, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí, y por eso me tortura el problema de la duración de mi alma”.

Torturado estaba usted por la angustia que sentía ante la idea de la muerte, mi querido atormentado, torturado y desesperado Miguel. Tampoco entiendo esa preocupación por la duración de su alma, cuando mil veces ha dado usted razón a la Biblia y ha escrito que el alma es eterna, inmortal.

¿Qué cree usted, señor director? La angustia ante la muerte ¿se produce por el miedo que se tiene a morir o por la duda de lo que pueda haber después de la muerte?¿Es miedo a la muerte o miedo al más allá?

Si la muerte es, como lo pregonaba Marx, la descomposición y desaparición definitiva de los átomos materiales, ¿a qué tener miedo, si mueres y no te enteras?

Si la muerte es la desaparición eterna en las entrañas de la tierra, la angustia ante la repelona carece de sentido.

Ocurre que la angustia ante la muerte se da en personas atormentadas por la duda. ¿Y si no acaba todo en la tierra? ¿Y si la tumba no es la última palabra de la existencia? ¿Y si ese más allá, ridiculizado por unos, negado por otros, blasfemado por algunos es una realidad tan cierta como la sangre que riega nuestras venas? ¿Y si Dios existe? ¿Y si unos, los creyentes, serán recibidos por Él y los no creyentes apartados de Él?

Arthur Jores, psiquiatra alemán, hace estas reflexiones: “la angustia ante la muerte puede tomar posesión de un hombre cuando, en un estado general relativamente bueno, sabe por el médico o por otra persona que padece una enfermedad mortal”.

Lo habitual.

Miedo a la enfermedad.

Rechazo del dolor.

Inseguridad ante la muerte.

No he terminado el tema, señor director. Si usted me da licencia, la semana próxima escribiré en torno a la angustia en la Biblia.

Páselo bien.